xoves, 11 de abril de 2019

Ortega Smith con dos pistolas

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David Torres
https://blogs.publico.es/

Uno de los puntos fuertes de la derecha y del extremo centro (hay otros centros, pero están en el PP) es la denuncia de las identidades colectivas. Lo explicaba muy bien Pablo Casado el otro día a unos niños de los que podía haber aprendido algo si en algún momento hubiese sido capaz de cerrar la boca. No fue capaz, sin embargo, de modo que, entre otras gilipolleces, prefirió impartirles una lección a lo Barrio Sésamo sobre que la izquierda divide a las personas en mujeres y hombres, heterosexuales y homosexuales, niños y adultos, mientras que para la derecha las personas son sobre todo eso, personas. Especialmente las personas de derechas, que son más personas que nadie y que a su vez se subdividen en cazadores, toreros y gente de bien en general.
Un paso más allá o más acá del centro (el centro geográfico de España es el Valle de los Caídos y el político también), Santiago Abascal opina que habría que proporcionar libre acceso a las pistolas a esa gente de bien para compensar un poco el tropel de estoques, varas de picador, banderillas, rifles, arpones y escopetas que pulula por las Españas. La clasificación entre gente de bien y gente de la otra, como se ve, no tiene vuelta de hoja. La gente de bien oye misa, va a los toros y caza conejos, mientras que la mala gente quiere amariconar a los señores, masculinizar a las señoras y adoctrinar a los niños mediante ideologías horrendas en lugar de enseñarles que el lugar de una mujer está en su casa y que Dios es uno y trino y macho hasta las trancas.
Después, separados de las personas, están los musulmanes, a los que antes llamaban “moros”, como si todos vinieran del Magreb, y ahora prefieren llamar “islamistas”, como si todos fuesen estudiosos de árabe. En realidad, clasificar a las personas por raza, género, religión o ideología es una prerrogativa de la gente de bien desde que el mundo es mundo y se hace, más que nada, para identificar al enemigo al primer golpe de vista y llevarlo a la hoguera, al paredón o a la esclavitud, lo que toque según la época.
Antes, durante muchos siglos, el enemigo de la gente de bien, en España y en el resto del orbe, eran los judíos, pero ahora el coco son los musulmanes y de ahí que un señor tan español que hasta se da el lujo de apellidarse Smith diga en un discurso ante centenares de personas que “la invasión islamista” es el enemigo de Europa, de la libertad, del progreso, de la democracia, de la familia y de la vida en general. Prácticamente lo mismo, palabra por palabra, que venía a decir Brenton Tarrant, el asesino de Nueva Zelanda que entró armado, como la gente de bien de Abascal, en dos mezquitas de Nueva Zelanda y mató a medio centenar de musulmanes. Un buen ejemplo de que el terrorismo religioso siempre usa a la religión como excusa, ya sea con las matanzas de cristianos por islamistas en Gran Bretaña, de musulmanes por budistas en Birmania o de cualquier bicho viviente por cristianos fundamentalistas en Uganda.
No creo que con lo de la “invasión islamista” Ortega Smith se refiera a la conquista del reino visigodo por los omeyas, porque el siglo VIII pilla un poco lejos, sino más bien a la gente que en Europa le da por rezar mirando a La Meca. Identificar a un colectivo de millones de personas con un puñado de terroristas es la misma maniobra zafia con que se criminalizaba a los judíos hasta hace más o menos un siglo, acusándolos de beber la sangre de bebés cristianos y de conspirar sin tregua para controlar el mundo. La verdad es que la inmensa mayoría de las víctimas del terrorismo islamista son los propios musulmanes, en Irak, en Afganistán, en Yemen y en montones de países donde se desayunan con un Bataclan por las mañanas.
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