Pilar Estébanez
El pasado domingo la OMS conmemoró el Día Mundial de la Salud y para nuestra decepción, insistió una vez más en la difusión de un mensaje plagado de palabras bonitas, buenas intenciones, pero ninguna concreción para lograr los objetivos que la propia Organización Mundial de la Salud se había marcado hace ya décadas.
Resulta frustrante que la OMS insista en la campaña que ha preparado para la conmemoración de ese día en explicar a la población qué es la cobertura universal, pero sin ofrecer absolutamente ninguna idea sobre cómo lograrla, cuando han pasado ya 41 años desde la Declaración de Alma Ata en la que el objetivo era “Salud para todos en el año 2000”.
Cuarenta y un años después de la Declaración, y 19 años después del plazo propuesto, aún estamos muy lejos para lograr ese objetivo. Casi tan lejos como cuando se propuso, si bien es cierto que en estas cuatro décadas se han logrado muchos avances, sobre todo en los países desarrollados y en vías de desarrollo. No tanto en los países pobres, como sabemos bien los que nos hemos dedicado a la salud pública en las últimas décadas.
Por supuesto que no se ha logrado la cobertura universal, pero es que ni siquiera hemos logrado agua y saneamiento para todos, un objetivo que salvaría decenas de miles de vidas cada año y que es materialmente realizable sin una gran inversión. Ahora casi en cada lugar del planeta hay cobertura telefónica móvil, pero no agua potable o saneamiento, una prueba de la injusticia del capitalismo, que es capaz de llevar la señal telefónica a cualquier parte porque produce beneficios inmediatos, pero no agua potable, que salvaría muchas vidas y supondría una inversión rentable para cualquier país en términos de coste-beneficio.
Y una voluntad política y compromiso real con un impacto real en la salud de la población sería aprovechar las innovaciones tecnológicas, por ejemplo, planteando planes estratégicos que aumenten la cobertura asistencial a través de las TIC -empresas de Tecnología de la Información y la Comunicación—para aplicar la telemedicina, que contribuiría a la cobertura universal. Sería mucho más barato que otras iniciativas y fácilmente financiable por las propias empresas.
Los avances mayores que se han producido en los últimos años en la salud pública han venido de la mano, en muchos casos, del movimiento asociativo. Por ejemplo, la lucha contra el SIDA: el activismo logró que los laboratorios rebajaran los precios de unos medicamentos que eran inaccesibles para gran parte de la población mundial, que estaba abandonada a su suerte frente a la epidemia sobre todo en África.
Cuatro décadas después de Alma Ata aún seguimos hablando de lo mismo, dándole vueltas. Lo que queremos es que los responsables de las políticas mundiales de salud cojan el toro por los cuernos y hagan, de una vez, una política estratégica aprovechando las tecnologías disponibles y las sinergias que pueden surgir de ellas. Ahora nos advierten de los peligros de la contaminación y de las muertes que cada año provocan, pero tampoco se toman medidas drásticas para acabar con ella y con las consecuencias que provoca, como el cambio climático, que ya está afectando gravemente a muchos países. ¿Tendrán que pasar otros 40 años para que tomen medidas reales?
Lo que queremos son políticas y propuestas activas, realizables, que produzcan cambios, no declaraciones huecas que solo sirven para justificar la celebración de un Día Mundial. Queremos que se obligue a los países ricos a cumplir con sus compromisos, que no pase lo que sucede ahora con Estados Unidos, con un presidente, Donald Trump, que se permite recortar y eliminar todos los compromisos económicos adquiridos por su país con la Comunidad Internacional (recorte de aportaciones a la ONU, a la OMS, a la cooperación internacional…). Es un ejemplo muy peligroso que ya tiene seguidores: ahí están los Bolsonaro, los ultraderechistas en Italia, en Hungría, en Polonia…
La OMS apenas rinde cuentas, a pesar de sus errores. Nunca hay responsables de dichos errores. El ejemplo más evidente es la gestión de la epidemia de ébola en África Occidental. Se había advertido en cuanto aparecieron los primeros casos, pero se tardó mucho en actuar. En Mozambique está pasando lo mismo. Un ciclón que arrasa tres países, en una zona endémica de cólera, se advierte de lo que puede suceder y se tarda ¡dos semanas! en mandar las vacunas, cuando ya hay muertos por la enfermedad y miles de posibles casos. Es algo que cualquier salubrista sabía que sucedería. De nuevo, ninguna responsabilidad.
Y esto nos lleva como siempre a la impunidad total ante el mal hacer de organismos internacionales como en el caso de la OMS. Es necesario trabajar más rigor, y con rendición de cuentas. Buscar vías de financiación para llevar adelante los objetivos que se proponen y que no llegan a ninguna parte. ¡Ya sabemos que el objetivo es la salud para todos! Llevamos cuarenta años esperándolo.
Pónganse manos a la obra y cumplan sus promesas.
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