Ruth Toledano
Durante las acampadas del 15M, las movilizaciones de Rodea el Congreso, las manifestaciones y mareas que convirtieron los años 2011 y 2012 en un hito político de la historia española, esa fue una de las consignas que se coreaban en las calles y en la plazas: “Lo llaman democracia y no lo es”. Entonces, la socialdemocracia de un PSOE en el Gobierno nacional desvirtuó, despreció y hasta denostó las iniciativas de protesta de las personas indignadas.
Del neoliberalismo, ultracatolicismo y neofranquismo agazapados en el PP, ni hablamos: directamente, echaron a las huestes policiales contra una ciudadanía pacífica que decía basta a la estafa de bancos, grandes corporaciones, monopolios y gobiernos; que alertaba de la privatización de servicios públicos tan básicos como la educación y la sanidad; que advertía del riesgo vital que estaba suponiendo la especulación con la vivienda; que denunciaba recortes presupuestarios, en prestaciones y en derechos; que acusaba a los poderes políticos de condenar a los trabajadores a la precariedad laboral; que desenmascaraba el saqueo de la corrupción y los privilegios de las puertas giratorias; que señalaba también los privilegios de la iglesia católica en un estado aconfesional; que desvelaba los escándalos de la Corona y cuestionaba su continuidad; que se rebelaba frente a la crisis climática y ecológica y se pronunciaba frente a la explotación y el maltrato a los otros animales; que declaraba que la crisis civilizatoria necesita una revolución y que la revolución será feminista o no será.
Una ciudadanía que evidenciaba la extrema debilidad de la democracia participativa, sometida a la opacidad de un bipartidismo que asumió entonces las políticas de austeridad dictadas por la Troika y sumió a la ciudadanía en un horizonte que permanece aún sin futuro.
Esta larga lista de agravios sirve de mucho para entender lo que pasó después y está pasando ahora, para deducir por qué los poderes políticos y económicos consideraron necesario acondicionar a sus intereses un espacio inmundo como el de las cloacas del Estado y usaron todas las herramientas a su alcance, empezando por la creación de brigadas políticas en una policía que nos distraía en la calle dando palos. Podemos fue fundado en 2014 por Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero, Carolina Bescansa y Miguel Urbán. Todos ellos habían formado parte activa del 15M y las mencionadas movilizaciones, que eran nuevas formas y nuevos espacios de organización social. Había que parar los pies a quienes iban a representar esa indignación en las instituciones. Así que esos poderes, a través de la policía política, se emplearon a fondo (empleando fondos públicos) en elaborar listas, pinchar líneas de teléfono, robar móviles, grabar conversaciones, conspirar en restaurantes o, en lo más bajo de la merde (que diría Letizia al compi yogui Javier López Madrid), crear pruebas que no existen y elaborar informes falsos para enmerdar a los candidatos de la indignación.
El objetivo último era desarticular a esa formación política, borrar del mapa al nuevo partido. Acabar con Podemos. Y hacerlo con métodos ilegales. Es decir, dar un golpe de Estado encubierto. Es un asunto político de extrema gravedad, un vergüenza política sin límites, que deja al régimen del 78 en muy mal lugar, si hablamos en términos democráticos. Los perroflauta, los rastas, los coletas, los conspiranóicos, los antisistema han terminado por tener más razón que los santos: “Lo llaman democracia y no lo es”. Lo llaman democracia y son cloacas del Estado al servicio de unos poderes, políticos y económicos, que actúan, con la Corona en la cúspide, como un esquema piramidal. Molesta quien pone objeciones a la estructura y en peligro, por tanto, sus prebendas. Hacía decenios que nadie la hacía tambalearse tanto, y nadie les irritaba, les asustaba, les enfurecía tanto como Podemos.
El aparato del Estado echó a andar la trituradora contra Podemos y todo el mundo fue testigo de ello. En las televisiones, en los periódicos, en las ondas. El ataque y la descalificación eran salvajes, y los afectados advirtieron de ello una y otra vez. Pocos los tomaron en consideración. Los bulos se sucedían, crecían y se difundían sin control. Ellos se defendían de una y mil maneras: aportando pruebas que los desmentían, ignorando las ofensas, yendo a emisoras y platós a explicarse una y otra vez. Servía de poco: algunos lugares comunes prendieron de manera especial y eran repetidos en tertulias, en debates, en titulares, en conversaciones de bar o de sobremesa familiar. Algún día se estudiará el proceso de intoxicación mediática y social que se emprendió para destruir a Podemos. Ese crimen político era una evidencia ante la que los medios y la sociedad cerraron los ojos como cierran los oídos los vecinos que oyen golpes en el piso de abajo. Hasta que suenan las sirenas y deslumbran las luces de emergencia.
Ahora sabemos, se confirma, que en la brigada política contra Podemos había mandos premiados con altas remuneraciones, jubilaciones de lujo, condecoraciones. Al mejor estilo de los peores regímenes: se compra al mercenario, se le paga. La Unidad contra la Delincuencia Económica y Fiscal (UDEF) pasó de investigar, presuntamente, políticos corruptos a maniobrar contra un partido con buenas y crecientes expectativas. Para corruptos, ellos, la Policía afín al PP con la complicidad del PSOE. Como expertos en delincuencia, sus maniobras fueron propias de delincuentes profesionales. No era algo nuevo, pues parte de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado se han dedicado a la guerra sucia antes, durante y después de la construcción del régimen del 78. Lo que estaba muy claro era el objetivo: Podemos.
Nadie ha dimitido aún cuando se ha descubierto esta trama mafiosa, la desvergüenza de la brigada policial. Quizás algún día los culpables lleguen a pagar por sus delitos. Pero el daño infligido a la democracia tarda mucho en curar, así como la salud personal y política de las víctimas. Los líderes de Podemos han cometido muchos errores (ni más ni menos, por otra parte, que la inmensa mayoría de los líderes de otras formaciones) y ya han pagado un alto precio por ello. Pero una gran parte de esos errores, así como la enorme fractura interna que han sufrido, ha sido fomentada y alimentada por los intoxicadores, los espías, los policías que han ejercido la violencia de ser mercenarios ideológicos. Es muy difícil soportar la presión que ha sufrido Podemos. Una presión que se ha ejercido a través de uno de los mayores escándalos políticos de la historia española. Un escándalo que da la razón a quienes gritaban "se llama democracia y no lo es".
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