David Torres
Cada día que pasa somos un país más Berlanga. Resulta increíble que nos parezcamos más y más a nosotros mismos, pero así son las cosas. Como si Berlanga, en media docena de películas, hubiese colgado un imperecedero retrato de Dorian Gray del ser español que nos retrata a veces como el marqués de Leguineche, a veces como el padre Calvo, a veces como el hijo del marqués de Leguineche, es decir, aristócratas rancios, curas franquistas y alelados hijos de papá que se ponen a dar de comer a los cerdos como si fuesen palomas, diciendo “pitas, pitas”. El problema es que el ser español, al contrario que el Dorian Gray de la novela, ni envejece, ni madura, ni se pudre. Está cada día más lozano, más tonto y más idéntico al retrato.
Me refiero especialmente a nuestra clase política, puesto que si fuese verdad que cada país tiene los políticos que se merece, entonces mereceríamos que nos tirasen por un barranco. En la recta final de una precampaña en la que a unos se les espía con la ayuda de las fuerzas de seguridad y a otros no se les cae la ETA de la boca, se ha cocinado un sondeo electoral que recuerda a las paellas de Villarriba y Villabajo, o a esas kilométricas tortillas de patata en las que hay bocadillos de sobra para todos. Más que una recta final, parece un recto, y da una ligera idea de que, si esto es la precampaña, cómo no será la campaña.
Pablo Casado, por ejemplo, podría ser resultado de un delirio a pachas entre Berlanga y su guionista de cabecera, Azcona, ambos torrados de anís del Mono hasta las cejas, excepto por el hecho de que la realidad a menudo se permite excesos que no tolera la ficción, ni la ciencia-ficción, ni los manuales para curar la homosexualidad del obispo de Alcalá de Henares, ni el imperio austrohúngaro. Con media formación de su partido entre rejas, buena parte de la otra media calentando en el banquillo, y el PP montando una versión corregida y aumentada de Todos a la cárcel, la penúltima película de Berlanga, Casado demuestra ser tan inocente como para situar Getxo en Guipúzcoa y fracasar penosamente a la hora de leer las instrucciones de un ascensor. Tan inocente como para reprocharle a Pedro Sánchez tener las manos manchadas de sangre humana mientras que en las suyas no se ve ni una gota -ni de la guerra de Irak, ni de las negociaciones de Aznar con ETA, ni de los miles de torturados por el franquismo- porque previamente, atención, se las ha pintado de blanco.
Por lo demás, si uno lee atentamente el programa de Vox, lo que sale es el teletipo de aquella bandeja gastronómica formada por un vaso de gazpacho, una paella revenida y una naranja con la que Luis José, el inefable botarate vástago del marqués de Leguineche, iba a forrarse patentándola como símbolo de españolidad para vendérsela luego a los turistas que venían en masa al Mundial de Fútbol. Lo que no se le ocurrió a Berlanga fue rellenar un organigrama político a base de matadores de toros, generales chusqueros y banderilleros en alza. Al final, si se cumplen los pronósticos y el partido neandertal saca entre 30 y 40 escaños, somos muchos los que vamos a tener que imitar al marqués de Leguineche y a su hijo y tapizarnos con una escayola repleta de libros para cruzar la frontera de peregrinaje a Lourdes.
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