ANA BELTRÁN / CRISTINA PEÑAMARÍN
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Esculturas talladas del Templo del Sol de Khajurahoin, India.TRAPUZARRA
Se habla de sexo de forma insistente y enconada, observamos leyendo CTXT estas semanas. Ese gran interés por el tema parece indicar que necesitamos hablar de ello, lo que no sería de extrañar, ya que se habla poco y mal de sexo, comentamos, espoleadas por nuestra afición a la polémica y al tema. Y ¿por qué la agresividad de las formas que se emplean en esta cadena de artículos? Varios de ellos son contestación a otros anteriores y recurren a un modo de disputa brusco, a menudo ofensivo, con expresivos insultos (mojigata, machirulo…) hacia una adversaria, nos parece, en parte inventada. Se intercala entre las argumentaciones un tono agresivo que muestra una dificultad en esta cuestión, como si fuera imposible expresar o argumentar la propia posición y al tiempo aceptar otras diferentes. Nos preguntamos si quienes se expresan de modo tan tajante y ofensivo, como si creyeran saber bien qué es lo que hay que hacer en este terreno, tienen una visión tan clara, o si, como nos pasa hoy a la mayoría, sólo tienen claro lo que no quieren.
Las chispas saltan al mirar el sexo desde las relaciones sociales, de género, de poder, y de lo que estas implican. Se discute constantemente en los artículos, comentarios y tweets de CTXT sobre feminismo, ética y empatía. Pero ética y empatía se entienden como un deber de ceder el interés propio para tener en cuenta el del otro. En este debate áspero, plagado de cuestiones y planteamientos interesantes, dice Beatriz Gimeno: “Creo que toca, sí, comenzar a exigir a los hombres comportamientos éticos también en el terreno de la sexualidad, lo que en definitiva no es más que asumir y contemplar la plena humanidad de aquella(s) con quien(es) se folla”.
¿CÓMO SABES SI TE GUSTA EL BONDAGE, EL AZOTE, U OTROS JUEGOS SEXUALES? ¿POR QUÉ PUEDE TENTAR LA ENTREGA SEXUAL, PONERSE EN LAS MANOS DE OTRO/AS, TRASPASAR EL PODER DEL PROPIO PLACER AL OTRO?
Evidentemente, los comportamientos éticos son preferibles en todos los terrenos en que tienen lugar las relaciones interpersonales y sociales, con humanos y no humanos (¿o no hay comportamientos éticamente inadmisibles con animales, por ejemplo?) Así pues nos preguntamos de qué estamos hablando cuando unimos sexo y ética. Antes que nada habría que ponerse de acuerdo en algo que consideramos básico en el sexo. El sexo es más, se disfruta más, cuando el o la cómplice disfruta más. De manera que captar el sentir del otro, lo que llamamos empatía, y procurar placer a la cómplice, está en el interés propio. De hecho descubres tu placer a través del placer del otro. El logro del placer sexual es el placer recíproco (y cuando no lo es, finge serlo para que se mantenga al menos la apariencia de reciprocidad que salva el mínimo del placer de uno de los partenaires).
Nos decidimos a usar la palabra cómplice, en lugar de partenaire, para señalar que el placer del sexo tiene algo de transgresión, de sobrepasar los límites de los comportamientos sociales, de las relaciones entre los cuerpos, de lo que sabíamos del propio cuerpo o género ¿No quedan los límites confundidos al entrar en el contacto cuerpo a cuerpo con alguien?
¿Cómo sabes si te gusta el bondage, el azote, u otros juegos sexuales? ¿Por qué puede tentar la entrega sexual, ponerse en las manos de otro/as, traspasar el poder del propio placer al otro? En realidad, no descubres lo que deseas hasta que lo encuentras (es algo a la vez pasivo, encontrar, y activo, pues suscita otras búsquedas). Así que se aprende el propio deseo a partir de la experiencia de encuentro con otro/as, sobre todo con quienes saben más. Y se aprende también de observar a otra/os, hoy día en el porno, por ejemplo, que puede enseñar algunas de las diferentes prácticas y posibilidades que caben en ese inmenso campo (desgraciadamente, el porno más difundido hoy entre adolescentes ofrece muy pobres ejemplos en los que inspirar buenos encuentros sexuales).
Todo el mundo evita hablar de perversiones sexuales. Entendemos, por ejemplo, que el sadomasoquismo es un juego sexual basado, como todos los demás, en un acuerdo entre cómplices. Es el propio juego, la libertad y la igualdad del juego, lo que queremos salvar, ese espacio donde los jugadores son iguales en el punto de partida, cuando establecen los límites de cada uno y las normas que respetarán. Salta la diferencia cuando lo comparamos con la tortura, que ha sido mencionada en alguno de los artículos de CTXT, para suscitar otra cuestión (¿Por qué tanta tortura a mujeres en ciertas series de éxito? ¿Quizá para suscitar un placer sado-maso asociado a la disparidad de poder, cuando alguien disfruta precisamente porque no tiene cómplice sino víctima, carente por completo de poder sobre la relación? Es importante preguntarse el por qué de estas reiteraciones y el cómo se ilustra nuestra imaginación sexual).
Pero volviendo a lo básico, la relación sexual es siempre una forma de juego. Y naturalmente no hay juego sin reglas del juego. Lo que hace especial el juego del sexo es que abre un espacio de descubrimiento y de autodescubrimiento donde es posible hallar inesperadas facetas de una misma. Esa capacidad creativa no implica ausencia de normas. Como todo espacio de encuentro y de juego, el sexo está hecho de normas y de reciprocidad –lo que vale para ti vale para mí (o hemos acordado cómo nos saltamos esta norma). Las reglas del juego pueden ser más o menos consabidas, estandarizadas, o nuevas, pero no hay juego con los límites ni posibilidad de transgresión donde no hay reglas. La regla básica del juego del placer sexual es la reciprocidad del acuerdo y también del sentir, del cuanto más placer das, más placer tienes (desde la que se puede jugar a la sumisión y a otras aventuras arriesgadas). Una ética que borra la diferencia entre egoísmo y altruismo, en la que piensan ciertas sabias y sabios (aceptar la interdependencia, que no puedo ser yo sin el mundo y los otros que forman parte de mí, es, para Judith Butler, el principio de la actitud ética que nos permitirá salir del individualismo posesivo). En el sexo se aprende a jugar y a mejorar en el juego cuando se aprende ese altruismo egoísta básico.
EL SEXO, SE HA HECHO EXTRAÑO, OCULTO. EXPULSADO DE LAS CONVERSACIONES COMUNES, EN LA URGENCIA DE LA EDAD ADOLESCENTE SE ENCUENTRA EN LAS VISITAS SECRETAS A LA RED, DONDE PROLIFERAN ENCUENTROS POCO RESPETUOSOS
Cada juego, claro está, tiene su vocabulario y su saber hacer que es preciso aprender para poder jugar. ¿Qué sabe un/a adolescente hoy de las posibilidades de placer, de relación y de (auto)descubrimiento del encuentro sexual? Como buenos posmodernos, hemos roto con todas las tradiciones heredadas pero no acertamos a poner otras en su lugar. Hay un agujero negro en el saber de la llamada sociedad del conocimiento, un lugar donde la gente precisa construir sentido pero no tiene a su alcance recursos de conocimiento suficientes. Y no es el único. Las relaciones familiares, materno filiales y otras, es otro notable agujero en la enciclopedia del conocimiento común en nuestra sociedad, que cada quien llena con alguna de las variadas versiones de pseudo ciencias, leyendas y fakes de todo tipo que hoy circulan.
El lenguaje del sexo es hoy extremadamente pobre y tosco, apenas es posible usar el vocabulario común, salvo en ámbitos muy íntimos, sin sentir vergüenza. La única alternativa a ese marcador brutal es el latín o el lenguaje científico. Nos falta un lenguaje intermedio, más ambiguo o poético, que pueda compartirse en una conversación social (ni íntima ni pública) sin vergüenza. Sólo la lengua infantil, con sus metáforas y diminutivos, logra algo de esto –si bien podemos hablar de la colita, no es tan fácil con el equivalente femenino–. Un lenguaje a la vez explícito, detallado y metafórico, como han desarrollado culturas como la india, la china o la japonesa, donde se difundieron durante siglos y fueron muy populares libros y láminas con imágenes –delicadas y explícitas– de muchas de las variadas posturas y prácticas que enriquecen el placer de los amantes. En nuestra tradición, La lozana andaluza, por ejemplo, ambientada en los bajos fondos de Roma de 1526 y en el habla mestiza de ese lugar, rica en hispanismos, italianismos, arabismos. En sus expresivos diálogos, las mujeres usan con gran libertad un lenguaje sabroso y creativo para guiar al cómplice, conseguir y expresar su placer.
No nos parece que tengamos que defender una ética particular del sexo, salvo porque tenemos que defender esa ética en todos los ámbitos. En el sexo lo que defenderíamos es más y mejor formación. Ya no suelen convivir en la misma habitación padres e hijos, ni tienen próximos a los animales apareándose, como durante siglos ha sido la forma de vida de la mayoría de los humanos. Eso, el sexo, se ha hecho extraño, oculto. Expulsado de las conversaciones comunes, en la urgencia de la edad adolescente eso se encuentra en las visitas secretas a la red, donde proliferan encuentros, más que poco respetuosos con la “humanidad” de la mujer, poco ilustrados sobre las posibilidades de placer y descubrimiento de sí y de alguien más, que contiene el encuentro sexual. Como esas posibilidades dependen de la reciprocidad, de la atención y disponibilidad mutua, podemos soñar con una formación sexual, un porno, una literatura, que ilustre los placeres de la reciprocidad y aporte ejemplos de una ética de los seres que se conciben como intrínsecamente relacionales y dependientes, lo que es central para el feminismo.
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