Un grito de socorro
Adam Kay es de ese tipo de personas a las que te gustaría tener por amigo, alegre y considerado. Colgó la bata de médico, y en el entre tanto para superar la tensión a la que están expuestos los facultativos en la pública, escribió un diario que se ha convertido en Esto te va a doler (Planeta), libro del año en Reino Unido, en el que con mucho humor va descubriendo los estragos de la crisis en la sanidad, cómo se forma un médico, cómo somos los pacientes y cómo es el día a día en un hospital. Las anécdotas más llamativas son las que se refieren a los objetos que la gente es capaz de insertarse en su cuerpo, pero detrás de su ironía hay una defensa de la profesión, una llamada a revisar sus principios y un grito de socorro.
IMA SANCHÍS
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Por qué abandonó?
Me especialicé en obstetricia y ginecología. La sala de partos es el lugar más mágico de un hospital, el único en el que acabas con el doble de pacientes que con los que empiezas.
Un buen lugar entonces.
Sí, nunca olvidaré la primera vez que traje al mundo a un niño. Desgraciadamente, tampoco olvidaré la vez que lo perdí.
Eso forma parte del trabajo.
No era un ingenuo, sabía que la medicina pública es un trabajo muy duro, miles de horas pagadas por menos de lo que te cuesta el parquímetro del coche, es decir, debes compensar con tu trabajo y tu vida personal la infrafinanciación de las administraciones.
¿Con eso sí contaba?
Por desgracia, sí, y con tomar decisiones con una presión aterradora, y dar malas noticias a parientes angustiados, pero no calibré cuán grueso sería mi exoesqueleto emocional.
Y murió el niño en la sala de partos.
Y la madre acabó con una afectación neurológica. En ocasiones olvidamos que los médicos somos humanos y cometemos errores. Y pese a que no hice nada mal, las cosas salieron mal, y yo era el responsable. Me deprimí, no me había dado cuenta de lo humano que era.
Eso es bueno, ¿no?
Yo creo que sí, pero la cultura del mundo de la medicina es como la del ejército: si algo va mal, no importa, se trata de aguantar. No hablas con nadie de eso, lo dejas de lado, lo ignoras, como si no hubiera pasado.
Entonces usted no encajaba...
Hice muchas cosas que se supone que los médicos no deben hacer, rompí las reglas cuando fui al funeral de una paciente a la que vi todos los días durante meses, más que a mi familia.
Y su muerte le afectó.
Era una mujer mayor, tenía cáncer y murió. Se suponía que no debía afectarme, pero me sentía triste. Era encantadora, alegre, buena.
Pues yo querría un médico como usted.
Mi jefe me dijo: “¡Los médicos no van a los funerales! No vayas”. Fui de todos modos, por su familia, y eso marcó una diferencia.
Y envió una postal cursi a una madre...
Traje al mundo a su bebé muy prematuro. Cada día visitaba a ese bebé y fue la única persona a la que le hablé de mi trabajo, me abrí completamente, era mi consejero. Él obviamente no me respondía, pero cuando se fue a casa quise agradecérselo y mantener el contacto.
¿Usted qué cree que quiere el paciente?
Que el médico sea inteligente y experto, pero necesita afecto humano, sin comunicación no hay nada. El problema es que si el médico se implica demasiado, acaba emocionalmente afectado, que es lo que me sucedió a mí.
Quizás habría que contar con ello.
Por eso considero que debería haber un servicio de psicólogos para esos casos. En Gran Bretaña los médicos tienen la tasa más alta de suicidio de todas las profesiones.
¿Y entre los médicos no lo hablan?
El “no se habla de esto” es una cultura anticuada que se perpetúa. Cuando me ocurrió aquel hecho horrible, les dije a mis padres, a mi compañero y a mis amigos que dejaba la medicina, pero no el porqué. Los únicos que lo sabían eran los que estaban en la sala de partos conmigo.
Su válvula de escape era un diario.
En el que contaba las anécdotas divertidas de mi día a día en el hospital y que desempolvé cuando el gobierno conservador británico atacó a los médicos del sistema de salud pública.
Se declararon en huelga en el 2015.
Por las condiciones laborales, porque eso tiene impacto directo en la salud de los ciudadanos. Pero el gobierno mintió, dijo que los médicos iban a la huelga porque eran unos avariciosos.
Y usted publicó su diario.
Pensé que la gente vería muchas cosas buenas y malas, pero lo que seguro no verían es avaricia. Le aseguro que los médicos del Sistema Nacional de Salud británico son vocacionales.
¿Cómo es la relación entre compañeros?
Como no hay personal suficiente, pasas tanto tiempo en el hospital y a tal ritmo que parece que estés en una zona de guerra, y para sobrevivir hay que trabajar unidos. Vi mucho más a mis compañeros que a mi pareja. Tus amigos ya no cuentan contigo. De siete años pasé seis Navidades en el hospital.
La medicina privada es otra cosa.
Corremos el riesgo de que el sistema de salud pública en Gran Bretaña, y por lo que sé también en España, se convierta en el de EE.UU. Dígame, ¿cuánta gente en este país se ha declarado en quiebra debido a las facturas médicas? En EE.UU. es una de las primeras causas.
¿Peligra la sanidad pública?
Gravemente. Tenemos una carencia de 10.000 médicos y 40.000 enfermeros. Cada año hay un pequeño ajuste hacia la medicina privada, cuando nos queramos dar cuenta será demasiado tarde. Odio la idea de que algún día vayamos al hospital y antes de preguntarte qué te sucede te pidan la tarjeta de crédito.
Los médicos están abandonando el barco.
Fui el primero y fue insólito. Ahora muchos de mis compañeros lo dejan o se van a otros países.
Si tuviera que parir, ¿iría a la pública?
Sin duda, en la privada la moqueta es más bonita y si las cosas van bien, todo va bien, pero si se complican y necesitas una transfusión, en Gran Bretaña una clínica privada no tiene doce litros de sangre, te trasladan a la pública.
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