Nunca diría semejante cosa de ningún otro país, me parecería demasiado estúpida e injusta una generalización así, porque los países, por norma y con muy pocas excepciones, son solo el marco geográfico y administrativo resultante de la codicia de unas pocas familias durante un periodo histórico, y sus habitantes no dejamos de ser involuntarios actores secundarios de la obra, carne de cañón en muchos casos y siempre ajenos a las causas de los conflictos. Hoy eres prusiano y mañana alemán, un día yugoslavo y al otro serbio, o montenegrino o croata, o cualquier otra cosa que disponga lo que para nosotros no es muy diferente del azar, algo que se juega a niveles muy por encima del de nuestras cabezas. Por eso nunca diría que me repugna Francia, Italia o Chile, etc., o al menos no lo diría incluyendo a sus habitantes para dirigirme a un todo homogéneo, aunque buena parte de ellos no dé para más y se haya tragado el cuento de las patrias. Con Israel es distinto, porque hay matices singulares.
Y para exponer esas singularidades partiré por comentar que estoy parcialmente de acuerdo con Marx, porque también creo que la religión es el opio del pueblo, aunque lo actualizaría elevándolo a toda fe y no solo a la fe en deidades y paraísos prometidos. Pero dejando claro que sí, que como a él también me aterra lo que significa que la religión (lo irracional, lo fantástico, lo mágico) tenga cabida en nuestras sociedades, precisamente por lo mucho y nefasto que eso dice de nuestras sociedades.
Israel, que es un país construido para medrar y por y para la religión, nunca debió existir. Porque si bastante deprimente es que todavía exista la religión (cualquier religión), lo que nos faltaba era conferir carácter de prueba a sus disparates. Y para disparate igual me vale lo de pueblo elegido o lo de las melopeas de Jacob y sus resacas de tierra prometida.
Los que se dicen judíos, como los creyentes y practicantes de otras religiones, no tienen un sexto dedo ni un tercer ojo, no tienen un cromosoma extra ni una biología particular, no tienen un cartel en la frente ni cualquier otra peculiaridad que los hagan diferenciables a simple vista del resto de los mortales y por tanto objetivo del odio ajeno más de lo que lo pueda llegar a ser cualquier otro colectivo autopercibido (o no) de turno, no así, por ejemplo, los involuntarios colectivos étnicos. Los judíos no son diferentes de un católico, un hinduista, un budista o un musulmán. Un judío, como un católico o un musulmán, puede ser alguien que simplemente ha nacido en un territorio con una cultura equis y al que se etiqueta como tal o cual por esa circunstancia. El sionismo es otra cosa.
No tengo nada en contra de los judíos que no tenga también en contra de otras creencias y supersticiones. Ya lo he dicho, la fe me parece un cáncer social. Dicho esto, y como no podría ser de otra forma, también digo que respeto el derecho de todo el mundo a creer lo que le venga en gana, y también a reírse de lo que le plazca. Y si uno o una quiere pasear a un muñeco y llorarlo, hacer un tostón de ritual antes de comer, o quieren hacerse litúrgica ‘pupita mala’ para contentar a sus dioses, allá ellos, siempre que sea a uno mismo o a otro que dé su consentimiento. El problema llega cuando uno está lo suficientemente chiflado como para cruzar el mundo con la finalidad de establecerse en la ‘tierra prometida’ del muy supremacista ‘pueblo elegido’, y todo ello sabiendo que para que él o ella pueda tener espacio (ocupado) en esa ‘tierra prometida’ el Estado va a tener que robar territorio a sus legítimos dueños, asesinándolos si es menester. Y ahí ya cambia todo.
Los judíos de ‘Sion’ no son simples creyentes, como otros tantos. El que está dispuesto a trasladarse a un país que nunca ha pisado, pero del que conoce sus crímenes, para convivir solo con los que considera tan ‘elegidos’ como a sí mismo, a costa del sufrimiento de los demás, sube mucho el listón como para tratarlo de igual a igual con el resto de fieles y creyentes. Máxime cuando casi todos esos migrantes parten de un país, EE.UU., en el que no son precisamente tratados como ciudadanos de segunda, y en el que por descontado no sufren ningún tipo de discriminación por su (voluntaria) condición sino casi podría decirse que es todo lo contrario.
Pero igualmente se mudan a Israel, y allí se unen con los que son como ellos e incrementan el nivel de fanatismo que hace falta para que un psicópata como Netanyahu dirija el país de las maravillas.
Son esos judíos sionistas los que, como tantas otras veces, ayer dispararon a bocajarro contra la multitud desarmada que reclama lo que es suyo, y son los que mataron a sangre fría a 58 personas inocentes, incluyendo a niños, e hirieron de bala a miles de manifestantes (130 están en estado crítico).
Tan asqueroso, monstruoso e insoportable ha sido este último episodio en la constante masacre de palestinos por parte del estado genocida de Israel, que hasta alguien tan poco sospechoso de antisionismo como el muy derechista ministro de exteriores, Alfonso Dastis, ha calificado de inaceptable el comportamiento de los sionistas.
Si hasta alguien como Dastis expresa su estupefacción, cómo no va a decir alguien con un mínimo compromiso social y humano que Israel le repugna. Y es que los que no creemos en el más allá ni en la justicia divina, tampoco ponemos la otra mejilla, y a estas alturas no queremos entender sus imposibles motivaciones. Por supuesto tampoco queremos esperar a otros juicios que no sean los terrenales, y aspiramos a que esta gentuza asesina y brutal pague el precio de su demente irracionalidad, por mucho que las grandes corporaciones mediáticas a su servicio (el 99%) intenten inútilmente seguir limpiándoles la cara (manchada con la sangre de sus víctimas).
Sin ambages ni paños calientes: Israel me da asco.
Ningún comentario:
Publicar un comentario