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El fotógrafo le pide al jurista y dramaturgo Antonio Garrigues Walker (Madrid, 1934) que pose delante del Barceló que hay en el vestíbulo de la sede de la firma de abogados que lleva su nombre. «Hay que ver lo que manda hoy un cámara. Es más importante la foto que todo de lo que vamos a hablar», bromea. Antes de encender la grabadora, me entero de que ya ha terminado de escribir su última obra: ‘El saber de nuestro tiempo’. En este país de sainetes ideológicos, su voz nos recuerda que hay una España que mira y entiende el mundo desde el humanismo. Una España verdaderamente progresista que, por supuesto, pasa de bandos.
Vivimos tiempos muy convulsos en los que el sentido común parece que pierde –o puede perder– la partida. Y, frente al inmovilismo del ‘establishment’, surgen populismos que pueden, y en ocasiones lo consiguen, quebrar la convivencia.
Tenemos que empezar a acostumbrarnos a que vamos a vivir una era de la incertidumbre y de la complejidad en la que vamos a tener que renunciar a esa pasión tan latina de poseer toda la verdad. Hay que explicarle a la gente que se puede vivir sin poseerla. El hecho de que estén coincidiendo ahora problemas como la victoria de Trump en Estados Unidos, el brexit en Gran Bretaña, las dificultades de Angela Merkel en Alemania, la reaparición de personajes como Berlusconi en Italia… no puede ser una coincidencia. Todo lo que he citado tiene que ver con el refugio y la inmigración. Cuando el señor Trump dice «esto es América, aquí no entra nadie», siendo un país de inmigrantes, lo que comete es una traición a su historia. El brexit lo produce el rechazo al Pacto de Schengen, fundamentalmente. En Italia, las elecciones han estado contaminadas por la inmigración y el refugio. Y, en Alemania, está clarísimo que Merkel ha pagado un precio tremendo por comportarse ética y moralmente bien con los refugiados. Luego vas a Francia y ves que Macron, que ahora es bienvenido en todo el mundo civilizado, resulta que ganó las elecciones con un partidito que había creado solo tres meses antes. Están pasando cosas que deberían hacernos valorar antes que nada los cambios culturales y sociológicos. Tienen tanta profundidad y complejidad que no somos capaces de entenderlos y, entre ellos, obviamente, está el populismo. Va a seguir creciendo de una manera amenazadora e inquietante, salvo que los no populistas nos demos cuenta de que la culpa es nuestra.
No basta con descalificarlos.
Es que el populismo existe por una razón muy simple: no hay una oferta no populista. Los que no somos populistas no hemos sido capaces de ofrecer a la ciudadanía una oferta sensata. Contra los argumentos que usó Trump en la campaña, Clinton no decía nada, solo «vamos a seguir con lo mismo». O se hace un nuevo contrato social o el populismo seguirá avanzando.
«El nacionalismo es el principal escollo del progreso social»
¿Cuáles son las claves de ese contrato?
Es el momento de que empecemos a estudiar de una manera mucho más profunda el modelo económico, el feminismo, los cambios de costumbres y los cambios tecnológicos y científicos. Es curioso cómo el derecho a la intimidad lo hemos perdido todos; sabíamos que lo íbamos a perder y lo hemos perdido con alegría.
Y, tras ese telón de fondo, nos encontramos toda la distorsión que provoca el ruido de la ‘posverdad’.
Tiene que ver con la banalidad del bien y del mal. Las redes sociales son imparables e inevitables y van a seguir cumpliendo una función cada vez más profunda en la sociedad. Han cumplido un papel maravilloso y, al mismo tiempo, producen un riesgo. No podemos echarles la culpa a ellas, sino a su mala utilización. Cada vez será más complejo controlarlo. El hecho de que más de la mitad de la población americana recibiera mensajes en forma de ciberataques conectados con las elecciones es un dato serio. Empezamos a vivir tranquilamente con la posverdad, la gente ya se ha acostumbrado a ella. La Humanidad se adapta a todos los cambios y, además, se cree capaz de superar todos los peligros. Y no es así.
Es curioso: creemos solo lo que queremos creer. ¿Somos así de simples?
El ser humano nunca ha sido especialmente inteligente. Cuando se habla de que la inteligencia artificial nos va a superar en 2040, o en cualquier otra fecha que decidan los tecnólogos, a mí, sinceramente, no me parece un récord especial. La verdad es que, en cada época, tenemos ejemplos claros de cómo el ser humano reacciona en general con poca inteligencia frente a los nuevos fenómenos. Pero los valores básicos del ser humano no cambian: la vanidad, el egoísmo, el miedo a la soledad, a la muerte… Dicho esto, protejamos los sentimientos humanos y la condición humana.
El filósofo Javier Gomá teoriza sobre «el poder creador de la chapuza»: el hombre es terriblemente vulgar y mediocre, pero cuando se trata de sobrevivir tiene una genial capacidad de adaptarse y evolucionar. Al final progresamos, con sombras, pero progresamos.
Qué duda cabe de que hay cosas que van a mejor, como, por ejemplo, los datos de mortalidad infantil, el número de países democráticos, la longevidad en condiciones saludables, el avance del feminismo, que es avance de la humanidad… Pero, al mismo tiempo, está claro que, en temas temas básicos, como son la pobreza y la desigualdad, hemos avanzado muy poco. La concentración, cada vez mayor, de poder económico en unas pocas manos es una evidencia. Estados Unidos es el país más desigual del mundo, Europa es un continente desigual y España es uno de los países más desiguales.
Hay refugiados por conflictos bélicos, por hambrunas, por cambio climático… Tú, que eres un europeísta convencido, siempre has mostrado una gran sensibilidad ante este problema.
La gente tiene que meterse en la cabeza de una persona de un país como Siria. No somos capaces de valorar la fuerza que tiene un refugiado. No puedo imaginarme nada más bello que el deseo de mejorar, de cambiar, el deseo de encontrar la libertad y la vida. Es la fuerza más maravillosa de la humanidad y la destruimos sin darnos cuenta de que la historia de la humanidad es la historia de las migraciones.
¿Cómo crees que se puede desbloquear la grave crisis que atraviesa Cataluña?
La democracia es diálogo y una democracia sin diálogo pierde su calidad a marchas gigantescas. Aquí no ha habido diálogo y sigue sin haberlo. En los conflictos sentimentales, hay que tratar también los sentimientos y, claro, los sentimientos en estos momentos en Cataluña alcanzan niveles muy altos de complejidad. Está claro que no hay una mayoría independentista, pero también está claro que tiene una fuerza tremenda. El independentismo tiene que hacer un análisis autocrítico. Por sentado, los demás tendremos que hacer también otro tipo de análisis. Qué duda cabe de que el PSOE, Ciudadanos y el PP pueden llegar a muchos más acuerdos de los que están llegando. Del conflicto catalán se puede sacar una lección importante, para la que llamo al mundo jurídico: debemos prever y predecir situaciones nuevas que requieren un tratamiento legal distinto. Vivimos en un mundo muy complejo, en el que se ponen en cuestión asuntos tales como si se puede hacer una investidura telemática o no.
El bipartidismo en España ha tocado fondo y me atrevería a decir que la corrupción sistémica -que es la quintaesencia de la falta de calidad institucional- ha tenido mucho que ver.
Es una de las causas, no la única. España ahora es un país menos corrupto que antes. Un ejemplo que ha dado España en su conjunto es que la mayoría de los corruptos, no diré todos, están siendo enjuiciados. Ese es el mejor ejemplo ciudadano que se puede dar. El poder judicial está haciendo un trabajo admirable. Transmite a la ciudadanía, y especialmente a los jóvenes, un mensaje muy claro: la corrupción se paga, tú puedes ser corrupto y tener beneficios a corto plazo, pero, a medio y largo plazo, todos caen. Los que no han caído ahora, caerán, que nadie se dé por resuelto.
Tenemos un gran desafío: el cambio climático. ¿Qué opinas de lo que está haciendo el Gobierno al respecto? Nuestro presidente lo negaba hasta hace poco. Y un país vecino como Francia lidera la lucha contra este fenómeno.
El cambio climático es un tema de los egoísmos nacionales. Estados Unidos ha sido siempre un país negacionista del cambio climático, y Trump sigue siéndolo. Por lo tanto, no nos sorprendamos de nada. Nuestro presidente del Gobierno es negacionista porque, para muchas empresas, luchar contra el cambio climático les implica unos costes tremendos. Aplicar unas normas contra este fenómeno implica un coste económico altísimo y hay que ver quién está dispuesto a asumirlo. El negacionismo es cada vez más escaso y la gente se está dando cuenta de que, en efecto, hay riesgos y empieza a haber una educación climática mejor.
Otro de los grandes retos de nuestra época es la igualdad de género: según el World Economic Forum, tendremos que esperar hasta 2133 -es decir, 115 años- para conseguir la igualdad salarial de mujer.
Estamos en la cuarta ola del feminismo, en la que la igualdad salarial se ha convertido en un dato básico, porque tiene que ver también con poder, no es un tema solo económico. En España, ¿de qué podemos sentirnos orgullosos en estos 40 años de Constitución? De que el protagonismo de la mujer en la vida pública y en la vida privada se ha incrementado de una manera maravillosa, realmente muy inteligente, sin graves enfrentamientos. Estamos llegando ya al meollo de la cuestión, como es la igualdad salarial o la presencia de la mujer en todos los ámbitos de poder, y yo creo que aquí la mujer se ha dado cuenta de que tiene todas las de ganar. Que el feminismo moderno, que es un feminismo mucho más inteligente, porque ataca las claves auténticas de lo que debe ser el feminismo, no va a provocar cambios sustanciales hasta dentro de cien años, me parece que no es real. Es una estupidez y deben rectificar porque, básicamente, es otro insulto a las mujeres. Aceptemos todos que nadie renuncia gratuitamente al poder y que los hombres no van a renunciar a él, harán todo lo posible por no perderlo. Las mujeres tienen que partir de esta base. La gente no se da cuenta de la profundidad cultural que tiene el machismo. Seguimos viendo a la mujer objeto en las competiciones deportivas como algo normal. Va a costar mucho erradicarlo. Pero el feminismo es inevitable. En España, el protagonismo de la mujer ha enriquecido la calidad democrática más que, por ejemplo, en Italia y en Francia. ¿Es insuficiente? Radicalmente.
Los Objetivos de Desarrollo Sostenible se han marcado como fecha 2030. En un clima de tensión geopolítica como el que atravesamos, ¿podemos articular realmente una gobernanza global que permita afrontar los retos sociales, humanitarios y medioambientales englobados en esta agenda global?
«El feminismo de hoy es más inteligente que nunca»
No. ¿Que hace falta una gobernanza europea y una gobernanza mundial? Muy bien, pero no las va a haber. El poder de la ONU es ahora muchísimo menor que el de hace algunos años. No va a haber ni siquiera una gobernanza europea única y es aquí cuando los nacionalismos demuestran que tienen un peso total. Tendremos que ver fenómenos totalmente dramáticos para que se produzca esa gobernanza global. El euro es la única política común que tenemos; ni siquiera en la lucha antiterrorista hay una política común.
Sitúas los nacionalismos como el principal escollo del progreso y de la democracia…
Lo creo positiva y absolutamente. Denegar por completo las virtudes del nacionalismo es estúpido; todos somos nacionalistas de alguna forma, es parte de la condición humana. Ahora, ese exceso de nacionalismo está condicionando todo lo demás, lo que de verdad es importante. Superarlo implica ceder soberanía y eso no le gusta a nadie.
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