Miguel Sola
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Salvar el planeta es una de las cruzadas de este siglo, y los más jóvenes lo hemos abanderado. En los supermercados prolifera la comida orgánica y, frente a las estanterías, se masca conciencia crítica. Menos marca blanca y más granja ecológica; ahora se lee el reverso de los cereales (y de casi todo). Sin embargo, y a diferencia de con la comida, el gran público todavía no se pregunta qué esconde la etiqueta de esos pantalones tan baratos, tan de moda y que le sientan tan bien al chico del anuncio.
No nos lo preguntamos o, más bien, lo ignoramos, porque a todos nos suena la historia: en algún lugar de la cadena de producción de esos ‘slim fit’ a 19,99 euros a alguien se le está pagando muy poco o nada. Pero una vez entendemos que podemos llenar el armario sin que la tarjeta se desangre, las preocupaciones desaparecen. Fast-fashion, lo llaman. Por suerte, el documental True Cost ayudará a aquellos que intentamos silenciar las voces del remordimiento cuando compramos, y potenciar nuestra curiosidad para comprender cómo se alcanzan precios de ganga y, lo más importante, quién sufre por ello.
A hombros de documentales partisanos como Supersize Me o Food Inc, Andrew Morgan zarandea la industria de la moda –valorada en tres trillones de dólares– en True Cost. El director revela, con imágenes e historias, la miseria que el brillo del glamour y las lentejuelas no nos deja ver. En total, 90 minutos con un objetivo claro: hacerte sentir incómodo. Y es que la única forma de ver el documental sin cargo de conciencia sería verlo desnudo.
Entre el delirio del Black Friday y la ligereza de la pasarela, nos topamos con la penuria de los trabajadores en Bangladesh. Allí las compañías son responsables, argumenta Morgan, de incendios, colapsos de edificios y enfermedades relacionadas con los productos químicos que se manejan en los talleres. “No quiero que nadie lleve puesto nada que sea producido por nuestra sangre”, dice Shima Akhter, que trabaja por menos de tres dólares al día.
Las cifras abruman, desde la billetera de Amancio Ortega hasta el número de gente que orbita alrededor del sector. Y es que la moda es la industria que más depende del trabajo humano, empleando a millones de trabajadores en los países menos desarrollados, la mayoría mujeres. Además del impacto humano, la moda es la segunda industria más contaminante del mundo, por detrás de la del petróleo.
Aun así, el consumo despreocupado sigue al alza. Comprar, desechar y vuelta a empezar: el sueño húmedo de la sociedad materialista. La compra de ropa en EE.UU. ha aumentado un 500% en las últimas dos décadas. La tela es ya un fin en sí mismo y el cuerpo, una mera percha latente que cada temporada –se cuenta que hay 52– debe adaptarse a los vaivenes de una estética que ni comprende ni ha elegido. Y todo, gracias a la publicidad, que promete resolver nuestros problemas a través del consumo. Somos el contenido de nuestra cartera, ¿a quién le suena?
Precisamente, Morgan comenzó a interesarse por el origen de su ropa a raíz de una de estas tragedias. El 24 de abril de 2013, el edificio de ocho pisos Rana Plaza, en las afueras de Daca, se derrumbó sobre los empleados de la fábrica textil que alojaba y que producía prendas para una treintena de marcas occidentales. Murieron alrededor de 1.100 personas y más de 2.000 resultaron heridas.
Las grandes marcas deberían quizá tomar la iniciativa, pero cuando sus accionistas exigen ver crecimiento en ventas y beneficios trimestre tras trimestre, la decisión no es fácil. Lo explica John Oliver, poniendo como ejemplo a la marca estadounidense Gap: incluso siendo conscientes del problema, siguen cayendo en las mismas prácticas. Además, ninguna quiso expresar su punto de vista en el documental, por lo que este terminó contando un relato dirigido, y no un debate.
Morgan quiere que te lo pienses antes de comprar, frente al escaparte de Zara o el H&M, como si decidieses entre huevos ecológicos o de fábrica. El cambio, señala la diseñadora británica Stella McCartney, debería ser liderado por los compradores, por ti y por mí: “Los consumidores tienen que saber que están al cargo”.
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