España puede volver a ser una república. Hay que decirlo más. No hay que tener miedo a proponer un proceso constituyente que impida el proceso restituyente que las élites han puesto en marcha justo cuando estaban más debilitadas
Javier Gallego
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El país roto por sucesivas crisis, la clase política reprobada, el régimen que se desmorona, la Transición que chochea, el sistema que colapsa y ni por ésas piensa España en reformarse. Rajoy dijo ayer que es tontería tocar la Constitución si esto con dos decretos se arregla. Ahora sabemos que Sánchez también hizo una DUI y declaró unilateralmente el pacto con el PP porque lo necesitaba para justificar su apoyo al 155. Ciudadanos, a la derecha del Padre, ya ha advertido de que no cuenten con ellos para regalarles cambios del Texto Sagrado a “los golpistas”. Hay que darle la razón al independentismo, España es irreformable.
Así lo parece porque fuera de Cataluña, nadie está articulando con claridad, constancia y contundencia un discurso de reforma o revolución. Ha tenido que ser un grupo de juristas el que presente el proyecto más audaz de transformación política y territorial de la Carta Magna. Pero la izquierda española está perdiendo una ocasión inmejorable para implantar en el debate una de sus señas de identidad más atractivas, que estaba en los movimientos sociales que han inspirado a los partidos del cambio: el proceso constituyente.
Más preocupados por mostrar su solidaridad y comprensión con el rupturismo independentista que por construir su propio programa estatal de ruptura y refundación, los Comunes y Unidos Podemos están siendo triturados por los catalanistas, que les acusan de tibios, y los españolistas, que les llaman radicales. La única manera de escapar de la picadora nacional, es un proyecto propio que valga tanto para recuperar a Cataluña como para regenerar España y eso pasa por una defensa decidida de un proceso fundacional como el que se vivió hace 40 años, en el que podamos elegir qué modelo de Estado, organización territorial, sistema social, electoral y fiscal queremos. El derecho a decidir pero para todos y sobre todo.
Todo, incluido la monarquía, base sobre la que se sustenta la Corte, la Trama y la Casta que pudren este país. España puede volver a ser una república. Hay que decirlo más. No hay que tener miedo a proponer un proceso destituyente, constituyente y reconstituyente que impida el proceso restituyente que las élites han puesto en marcha justo cuando estaban más debilitadas. Curiosamente, este proceso debe aprovechar tanto la inercia como las fuerzas del procès que pueden convertirse en aliadas, una vez agotada la vía unilateral del procesismo.
Ante la manifiesta improbabilidad de la secesión territorial, la izquierda debería intentar movilizar ese impulso transformador -que no sólo es nacionalista, también tiene raíces en el 15M y en la cultura obrera y libertaria de larga tradición catalana-, para intentar darle la vuelta a este país, misión casi igual de imposible, pero que une a más gente en lugar de dividirla y es más solidaria y menos lesiva con la clase trabajadora. Y si no le damos la vuelta del todo, al menos evitemos que nos lo dejen como está.
Cataluña puede ser el martillo que apuntale el 78. Eso es lo que el régimen está intentando con la inestimable ayuda de la derecha catalana que tiene los mismos muebles que salvar, y de una Esquerra que al final se conformará con haber utilizado el soberanismo para gobernar con la barretina puesta, la estelada en una mano y el Evangelio en la otra. Pero Cataluña también puede ser la hoz para segar las malas hierbas. En efecto, los catalanes pueden ser els segadors.
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