Helena Sardá
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Llamarle ‘moro’ a alguien es parte de la jerga de muchas personas. “Como se ha dicho toda la vida”, justifican con la boca llena los que lo hacen a menudo y de forma despectiva. Pero, por más excusas que pongan, es un término usado como el culo. En general, confundimos y utilizamos indistintamente los términos moro, árabe, musulmán e, incluso, islamista. Todo vale cuando se hace de la ignorancia una bandera, ¿no? Pero, ¿qué quieres decir tú cuando dices ‘moro’? ¿una persona del Norte de África? ¿los bereberes también lo son aunque una parte de ellos sean cristianos o judíos? ¿los indonesios, por ende, son moros?
Vaya popurrí de conceptos tan innecesario. Porque, ni todos los árabes son musulmanes (el 2,1% de los árabes son cristianos) ni todos los musulmanes árabes (los cinco países con más musulmanes del mundo ni siquiera se encuentran en Oriente Medio), ni mucho menos son todos islamistas. Diferenciar entre estas palabras nos hace menos cazurros y puede que hasta más guapos pero, además, puede ayudarnos a entender un poco mejor lo que nos rodea.
¿Qué pasa con la palabra moro?
Procede de la época romana en la que a la población del norte de África, Mauretanea, se la denominaba maurus. Los llamados maurus incluían a poblaciones de origen bereber y también a colonos fenicios y griegos que, en su origen, no eran musulmanes. Sin embargo, cuando los árabes invadieron el norte de África, la mayoría de la población se convirtió al islam y, aunque en la actualidad la mayoría de los habitantes del Magreb practican el islam, todavía existen importantes comunidades judías y cristianas.
Entonces, es una palabra viejuna, que en principio no era racista, pero su uso cotidiano hoy en día no suele venir de antropólogos ni de vintage lovers precisamente, sino como generalización o de forma peyorativa. La usamos para designar a cualquier persona con tez oscura y que asumimos que profesa la fe islámica sin pensarlo dos veces. De hecho, y si nos ceñimos al origen del término, debería de hacer referencia únicamente a las personas con raíces en el Magreb(Marruecos, Túnez, Argelia, Sáhara Occidental, Mauritania y Libia) pero (una vez más) la RAE se hace eco de la generalización popular, aumentando las confusiones.
Además, es una palabra facilorra. Venga meterlo todo en el mismo saco y tira que te vas. Una cosa es un historiador hablando de la España del s.XII (entonces sí es la palabra correcta) o un marroquí llamándoselo a sí mismo con orgullo, y otra muy distinta eres tú diciendo “había un moro, hablaba moro, los moros son…” cuando quizás no sabes ni de dónde la persona ni qué lengua habla ni qué religión profesa. ¿Para qué usar una palabra que no tenemos claro a qué hace referencia y puede sentar mal?
No hace falta convertir nada en tabú ni ser histéricos de lo políticamente correcto, pero si nos apalancamos tanto en generalizaciones, es porque tenemos un ‘cacao mental’ bastante injustificado. Pero, sigamos aclarando conceptos que ojalá todo el mundo tuviera claros.
¿Todos los árabes son musulmanes?
No. Hay árabes cristianos y judíos en sitios tan distintos como el Líbano, Marruecos o Israel. Con la palabra árabe nos referimos en el significado más antiguo a las personas originarias de la península Arábiga, y, hoy en día, se extiende a todo el que tiene como lengua materna el árabe (lo que en muchos casos viene con unos rasgos culturales compartidos), sea cual sea su nacionalidad o religión.
Es decir, que es un grupo étnico definido sobre todo por su lengua. A día de hoy el árabe se extiende por toda la península Arábiga, Oriente Medio, Asia Occidental, África del Norte y gran parte del África Subsahariana y Occidental (es la lengua oficial en Gambia e informalmente se habla en países como Kenia, Congo, Uganda o Nigeria). Además, se trata del octavo idioma más hablado en el mundo (267 millones de personas).
En cambio, ser musulmán significa profesar la religión del islam, independientemente de la nacionalidad o del origen étnico de cada cual. Si bien el islam es una religión fundada por los árabes, se ha extendido por el resto del mundo. De hecho, el país con más musulmanes del mundo es Indonesia (222 millones), que no es un país árabe y, aunque la mayoría de los árabes son musulmanes, en la mayoría de los países árabes existen minorías de otras religiones (un claro ejemplo son los 18 millones de población copta de Egipto).
Y tú diles a los pakistaníes, iraníes o turcos que son árabes, dile a un sirio cristiano o a un marroquí judío que ellos no son árabes, a ver qué cara ponen. Por cierto, que los países con mayor presencia del fundamentalismo islámico no son necesariamente los de mayoría árabe. ¿Acaso el ayatolá Jomeini era árabe? Pues no, era persa.
¿Si mi religión es el islam, soy islamista?
Nada más lejos de la realidad. Como en muchas religiones, en el islam existen diferentes ramas y grados de implicación religiosa. Aunque los occidentales solemos asociar el islam con mujeres veladas, una estricta separación de sexos, un rígido patriarcado, la abstención de comer cerdo y beber alcohol o rezar cinco veces al día, en realidad, el grado de religiosidad y las normas a seguir varían bastante según las diferentes zonas del mundo y las ramas religiosas.
Dentro de los musulmanes existen grupos más fundamentalistas que practican los mandamientos del Corán al pie de la letra. Los grupos politicorreligiosos islamistas (el islamismo es básicamente la doctrina política del islam) pretenden adaptar la vida pública y privada a los mandatos religiosos del islam y establecer un estado confesional con un código civil y penal basado en el Corán (establecer la Sharia o ley islámica). De este tipo de pensamiento se nutren muchos grupos terroristas jihadistas que, por definición, creen que hay que llevar a cabo una guerra santa. Pero es que ni siquiera todos los grupos islamistas apoyan la violencia.
Algo islámico (relativo al islam) no tiene por qué ser islamista. Con lo cual, es obvio que no todos los musulmanes son islamistas, así como no todos los cristianos son partidarios de evangelizar el planeta ni legislar según la Biblia. Los matices entre estas palabras son lo suficientemente grandes como para que empecemos a usarlas bien. Porque, aunque yo no crea que Alá es grande, me temo que nuestra ignorancia sí lo es.
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