xoves, 29 de agosto de 2019

Por qué nuestra dieta es (en parte) responsable de los incendios en la Amazonia

Reducir la ingesta de carne y aumentar la de legumbres, cereales, verduras y frutas de proximidad puede contribuir a que se quemen menos terrenos de este pulmón verde


Amazonas
La selva amazónica en llamas el pasado mes de julio

Marc Casanovas

“Hace muy pocos días el cielo de São Paulo oscureció con el humo que llegaba procedente de cientos de kilómetros al norte. Eran las cenizas de miles de incendios. En un país de dimensiones continentales, los problemas de la Amazonia a veces se perciben como una realidad lejana, y en la opinión pública brasileña tampoco existe la misma sensibilidad ambiental que en Europa. Es como si hubiera otras prioridades más urgentes”, cuenta a Traveler.es Joan Royo, colaborador freelance de la agencia de noticias internacional Sputnik, que lleva seis años viviendo en Brasil.

Esta es la justificación del aparente letargo de la sociedad civil brasileña ante los más de 72.000 incendios que ha sufrido la Amazonia en Brasil en lo que va de año.

Detrás de ese humo negro hay miles de incendios quemando desde hace tres semanas. Y no en cualquier lugar. El pulmón más grande del planeta ardía debido a una deforestación acelerada por las queimadas (quemas de tierra) de los propietarios de terrenos.


Hizo falta que el cielo del principal centro financiero de Brasil se manchara de un color negro para empezar a buscar culpables pero, ¿por qué se han generado más incendios que nunca en la Amazonia?

Esta imagen que viene a continuación la suministra directamente la NASA desde su plataforma Fire Information for Resource Management System(FIRMS). Los puntos rojos indican los posibles incendios activos.


Imagen vía satélite de la zona afectada© Fire Information for Resource Management System (FIRMS)

Y es que se necesitan imágenes vía satélite para responder con firmeza a la pregunta. Solo a finales de año se podrá identificar la pérdida real de superficie comparando las imágenes de este año con las del año anterior. De momento las estimaciones se empiezan a hacer hablando de cientos de miles de hectáreas quemadas.

Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que la deforestación aumentó en julio un 88% respecto a julio del año pasado y que el presidente brasileño de extrema derecha, Jair Bolsonaro, fulminó sin justificación alguna al director del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del Brasil (INPE), principal responsable de dichas imágenes por satélite, por atreverse a denunciar públicamente los incendios.

“Se mató al mensajero. Es decir, el desmantelamiento del aparato legal que estaba defendiendo al Amazonas ha desatado una orgía de fuego”, dice Miguel Ángel Soto, a cargo de los temas relacionados con el Amazonas en Greenpeace.
“Ya durante la campaña electoral, Bolsonaro dijo que pretendía poner fin a la protección de zonas de la Amazonia y que los indígenas tenían demasiados derechos sobre la tierra. Un discurso a favor de un sector con mucho poder históricamente en Brasil: la Bancada Ruralista, que actúa en defensa de los intereses de los colonos y que se dedica a la exportación de materias primas”.

O lo que es lo mismo: priorizar la exportación de carne, soja y etanol brasileño por encima de la salud del ecosistema de la selva amazónica.


El humo sale del bosque en una región del Amazonas cerca de la frontera con Colombia, el pasado 21 de agosto© Getty Images

“Estos mensajes han calado hondo. Brasil ha vuelto al modelo anterior en el que lideraba las tasas de deforestación en América del Sur. ¡Incluso se ha celebrado el día del Fuego!”, apunta Soto.

Este día que recuerda el portavoz de Greenpeace ha salido a la luz pública hace relativamente poco tiempo. Los agricultores y los colonos celebraron las queimadas por todo lo alto sin esconderse de nada ni de nadie. Algo inaudito hasta la fecha porque se actuaba a escondidas o de manera alegal.

“Estas quemas de tierras se han disparado porque Bolsonaro ha generado un escenario permisivo sin multas. Se pueden saltar la ley forestal con total impunidad”.


Sao Gabriel da Cachoeira, Brasil© Getty Images

Es aquí donde la relación entre ONGs y Bolsonaro se ha roto para siempre. Incluso ambas partes usan la palabra guerra para definir el momento actual.

El máximo mandatario brasileño culpaba así a las ONGs de haber provocado esos incendios ante los medios de comunicación: “Les quitamos dinero a las ONG. Ahora se sienten afectados por la falta de fondos. Entonces, tal vez las ONG están llevando a cabo estos actos criminales para generar una atención negativa contra mí y contra el gobierno brasileño. Esta es la guerra a la que nos enfrentamos”.


Una guerra que tampoco esquivan desde Greenpeace: “La guerra es real en cuanto que son territorios en disputa y hay intereses económicos en disputa. Él habla de guerra y se deja por el camino que en algunas zonas se está matando a líderes indígenas. También omite que hubo años en que la tasa de deforestación en Brasil disminuyó y las exportaciones aumentaban. Justo lo que dice Bolsonaro que es imposible. El mejor uso de la tierra permitía producir más cantidad, exportar más producto y deforestar menos. Antes de Bolsonaro, Brasil había superado la dicotomía entre desarrollo y deforestación”.

Y es que criminalizar a las ONGs forma parte del lenguaje común de Bolsonaro y otros gobiernos afines. “Ahora nos acusan de quemar la selva, mañana vete tú a saber. Hay que ir con cuidado porque no se andan con chiquitas. Fíjate también en lo que está pasando con el Open Arms. Es decir, llueve sobre mojado”, afirma Miguel Ángel.

Para Joan Royo, “no hay ningún tipo de guerra entre las ONGs y Bolsonaro. El presidente sigue con su estrategia de intoxicar con mentiras. No es nada nuevo. Desde siempre cargó contra las ONGs que trabajan en la Amazonia porque en su opinión son un estorbo para el progreso del país. Asegura que están al servicio de los intereses económicos de países extranjeros, lo que es paradójico, porque él mismo dice que quiere permitir que los Estados Unidos exploten los recursos de la selva”.



És fácil (y peligroso) pensar que la presión internacional es la única forma de detener la deforestación en el Amazonas. Como si la presión interna no existiera. Joan Royo cree que “la comunidad internacional se lleva las manos a la cabeza. Alardean del #prayforamazonas como si esto fuera una tragedia cualquiera. La prensa extranjera debería ser más crítica y presionar a los gobiernos para que empiecen a imponerse sanciones comerciales a Brasil”.

Miguel Ángel, de Greenpeace, va más allá: “Brasil juega un papel vital en la escena internacional como potencia mundial. Lo que está pasando en el Amazonas dificulta mucho la credibilidad de Bolsonaro. Tiene que hablar en las Naciones Unidas a finales de septiembre y no puede presentarse con esta mancha en su historial”.


Y pone un ejemplo de lo que podría pasar si la Unión Europea actúa como debe: “Si Brasil firma un acuerdo con la Unión Europea para vender carne, soja y etanol, debe exigir productos sin vinculación alguna con la deforestación actual. Ninguna empresa europea debería comprar esos productos sin aclarar su procedencia. Es más, las grandes multinacionales deberían negarse a comprar soja que provenga de la deforestación del Amazonas si no quieren ver afectada su imagen”.


Lo importante ahora es saber cómo la comunidad internacional puede ayudar a evitar más incendios desde la distancia. Organizaciones como Amazon Watch priorizan dos cosas que podemos hacer aunque estemos muy lejos: uno, apoyar la valiente resistencia de los pueblos indígenas de la Amazonia. Y dos, dejar claro a los agronegocios involucrados en la destrucción de la Amazonia que no compraremos sus productos.

Desde Greenpeace ratifican esta visión y sorprende vislumbrar que todos tenemos parte de culpa en lo sucedido (y podemos ser gran parte de la solución): “Hace unas semanas el IPCC [Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático]publicó un informe sobre el cambio climático y una de las cosas que pedía era un cambio radical en el modelo alimentario en los países occidentales. Defendía que un consumo menor de carne supondría menos importaciones de soja. Para que la proteína que se produce en otros países no sea la proteína que nosotros comemos”.


En definitiva, defienden que un grito al cielo a favor de la agricultura de proximidad podría evitar males mayores como los incendios en la otra parte del mundo: “No puede ser que las vacas, cerdos u ovejas que comemos en Europa se alimenten con soja que proviene de Argentina, Paraguay, Bolivia o Brasil. Una demanda muy asumible es reducir la ingesta de carne que provenga de ganadería intensiva y priorizar la de ganadería extensiva sostenible con el medio ambiente. No estamos exigiendo a nadie ser vegetariano o vegano, pero reducir la ingesta de carne y aumentar la de legumbres, cereales, verduras y frutas de proximidad es algo que además los nutricionistas recomiendan”.

Lo que queda claro para los expertos del clima es que si algún día la Amazonia llega a un punto sin retorno, la selva tropical podría convertirse en una sabana seca. Si esta selva amazónica, con una área de 5 millones y medio de kilómetros cuadrados, deja de ser una fuente de oxígeno para emitir carbono, pasaría a ser el principal impulsor del cambio climático.


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