A finales del siglo XV, hace ya más de 500 años, Leonardo da Vinci diseñó su ciudad ideal. Una urbe optimizada y saneada, pensada para ofrecer las mejores prestaciones a sus ciudadanos. Aunque nunca llegó a materializarse, sus ideas resultaron fundamentales para la planificación de otros trazados urbanos.
El paso del mundo medieval al renacentista propició que los pensadores dejaran de mirar tanto hacia arriba y atender a los mandatos divinos para centrarse en los problemas y las necesidades que se presentaban, y por montones, a nivel de tierra. Muchos de ellos, al igual que hoy, en unas ciudades que no dejaban de crecer.
Tania Alonso
La recuperación del urbanismo
En el siglo XV, la peste había acabado con prácticamente un tercio de la población de Europa. Mientras se analizaban las causas y se sopesaban las consecuencias, muchos empezaron a cuestionar la organización de las ciudades medievales. Sistemas anárquicos repletos de calles estrechas, sucias y poco ventiladas, en las que se acumulaban personas, animales y desechos. Entornos poco salubres en los que era fácil que se desarrollasen y contagiasen las enfermedades.
La higiene no era el único de los problemas. El transporte empezaba a complicarse en las áreas urbanas, frenando el desarrollo del comercio. Replantear la forma y los objetivos de las ciudades se convirtió en una prioridad. Por ello, cuando los humanistas echaron la vista atrás para rescatar disciplinas olvidadas desde la época clásica, no se olvidaron del urbanismo.
La organización volvió a ser racional y basada en la planificación. El ideal renacentista daba importancia a los espacios públicos, que ganaban peso en relación a las edificaciones privadas. Las calles pasaron a ser más amplias y a organizarse alrededor de plazas y entornos abiertos.
Durante la década de 1480, Leonardo da Vinci dedicó parte de su trabajo a resolver problemas de planificación urbana. Ideó una ciudad ideal que terminaría tanto con los problemas de salubridad como con las dificultades de transporte. Sin embargo, la urbe pensada por el inventor renacentista nunca llegó a construirse y se cree que parte de sus invenciones han caído en el olvido. No obstante y gracias a algunos trazados presentes en el manuscrito B de París y el Codex Atlanticus es posible reconstruir algunas de sus ideas más innovadoras.
Los planos de da Vinci
Según indica Martin Civiera en ‘Apuntes de Leonardo Da Vinci para una ciudad ideal’, la ciudad que imaginó el genio italiano podría albergar un máximo de 30.000 habitantes y sería abierta, sin murallas de contención. Se crearía a lo largo del río Ticino, que nace en Suiza y atraviesa las provincias italianas de Varese, Novara, Milán y Pavía, al norte del país.
El agua es un elemento muy presente en toda la obra de da Vinci y juega también un papel fundamental en su planificación urbanística. Parte del caudal del río iría a parar a los canales de la ciudad, alrededor de los que se extendería su trazado.
Espacios para los peatones
El inventor, arquitecto e ingeniero renacentista tuvo en cuenta uno de los grandes retos de las ciudades actuales: la separación de las vías para el tráfico rodado de las peatonales. Su solución, una ciudad que cuenta con varios niveles. Uno inferior, pensado para el comercio y el transporte, y otro superior, amplio y ventilado, para el uso y disfrute de los ciudadanos.
La parte inferior se construiría en base a calles anchas y canales (el inventor llegó incluso a diseñar plantas hidráulicas para crear canales artificiales por toda la ciudad). Por esta vía inferior podrían transitar carruajes, animales de carga y barcos, lo cual facilitaría el transporte de mercancías.
De esta forma, la parte superior de la ciudad serviría, de forma casi exclusiva, para el desplazamiento de los peatones. En esta se encontrarían las viviendas, las plazas y otros edificios públicos. Su arquitectura sería ordenada y atendiendo a la estética de la época, pero siempre supeditada a la funcionalidad. La idea de da Vinci esconde, también, una división social entre la clase trabajadora y la clase alta.
Limpieza y salubridad
La separación de las vías comerciales de las peatonales se presentaba como una solución para descongestionar las calles. Podría terminar, también, con los problemas de limpieza propios de las ciudades medievales. Parte del plan de da Vinci era que las aguas residuales se vaciasen de forma subterránea.
La parte superior de la ciudad se situaría a más de tres metros por encima del nivel del canal. Sus calles tendrían un ancho igual o superior a la altura de sus edificios, para garantizar una correcta ventilación, buena iluminación y reducir los daños en caso de desastres naturales como terremotos. Contarían, también, con pendientes y desagües para evacuar el agua de lluvia.
Gracias a máquinas hidráulicas, todas las habitaciones de los edificios y los talleres artesanales contarían con una red de distribución de agua. Algo fundamental para mantener la higiene y que hubiese supuesto un gran avance en pleno siglo XV.
Verticalidad
Da Vinci planteó la idea de sacar partido a la verticalidad de los edificios, de forma que se pudiese acceder a los dos niveles de la ciudad desde las viviendas. La trama subterránea de la ciudad conectaría con sus plantas bajas, para garantizar el abastecimiento de bienes. Las escaleras se situarían en el exterior, lo que permitiría aprovechar mejor los espacios interiores.
El trabajo urbano de Leonardo da Vinci combina (como tantos otros) inventiva, técnica y arte. La organización de la ciudad parte de la lógica y la funcionalidad, situando al hombre en el medio de sus cálculos.
Una ciudad moderna
De la ciudad imaginada por el urbanista italiano no tenemos más que bocetos. Sin embargo, algunas de sus ideas se aplicaron en los siglos XIX y XX, con la aparición de los movimientos modernistas, las vanguardias y la renovación del trazado de algunas ciudades como París.
En el siglo XIX, el incremento de la población de la capital francesa llevó a las autoridades a plantear un urbanismo más higiénico que se adaptase, también, a los nuevos medios de transporte como el ferrocarril. Los diseños de Georges-Eugène Haussmann transformaron gran parte de la ciudad medieval en grandes avenidas de trazado regular, plazas, parques urbanos y edificios proporcionados y amplios. Se crearon, también, sistemas de cloacas y gasoductos para sanear la ciudad e infraestructuras para transportes.
El objetivo de Haussmann y el emperador Napoleón III tenía muchas similitudes con el de da Vinci cuatro siglos antes. Idear una ciudad limpia, organizada y que dejase atrás los problemas de las ciudades masificadas. Al realizar los bocetos de su ciudad ideal, da Vinci se estaba adelantando, una vez más, varios siglos a su época.
Imágenes | Natalia Kuchirka, Thaadaeus Lim, Wikimedia Commons, Cervin Purnama
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