Por Marta Rojo
Es 1 de Mayo. Una buena ocasión para preguntarnos si, con la que está cayendo, sigue existiendo el proletariado o, más en general, si todavía hay clases sociales. Parece que la simple pregunta nos sitúa en otro tiempo, en otro siglo. Sin embargo, la clase, más allá de remitir a una determinada posición en la estructura social, es una noción poliédrica. De manera que las clases pueden definirse a través del modo en que a sí mismo se ven los iguales y, a su vez, éstos perciben a los otros. Porque las clases se perfilan a través de un sentimiento de pertenencia y de oposición a la vez. Y en este último sentido no podemos dejar de observar cómo las clases dominantes y sus representantes políticos y mediáticos perciben a los trabajadores dentro de un imaginario propio.
Viene esto a cuento por las recientes declaraciones de Mónica Oriol, efectuadas unos días antes del 1 de Mayo. Esencialmente dijo dos cosas. La primera es que los jóvenes trabajadores de baja calificación “no valen para nada”. La segunda es que los parados que cobran el miserable subsidio de desempleo son unos “parásitos”. Después pidió disculpas. Pero no por que no crea en lo que dijo, sino debido a las reacciones que provocó. Las disculpas, por lo tanto, carecen de interés. Digamos de paso que Oriol es una muestra típica del empresariado español organizado: una liberal que ha prosperado gracias a las concesiones públicas, obtenidas a través de contactos.
Vagos, aprovechados e indolentes. Así perciben los empresarios a los trabajadores. Y si éstos caen en paro, “que se jodan”, como gritó Andrea Fabra en la sede de la soberanía popular. También se sabe que piensan, junto a sus representantes políticos o sus grandes medios de comunicación –propiedad de grandes grupos económicos, no se olvide- sobre aquellos que osan organizarse y crear sindicatos. Los sindicalistas, además de compartir las características generales de los trabajadores se adornan con otras propias: anticuados, corruptos, obstaculizadores de la economía y el progreso nacionales, protodelincuentes… En este imaginario los sindicalistas son también grandes consumidores de marisco. Hasta tal punto que de ser así, raro será que no padezcan gota al cien por cien. No hacen falta citas concretas para comprobar todo esto. Basta con repasar en la hemeroteca los diarios que todos podemos imaginar o recurrir a la antología de disparates de gente como la sexagenaria presidente del PP de Madrid.
Un imaginario burgués tan detallado como al que acabamos de aludir, no puede sino indicar una alta conciencia de clase. Una conciencia de clase hipertrofiada, diría yo. Quienes en están en posesión de esta conciencia piensan, desde luego, que además de clases, existe lucha entre ellas. No voy repetir, por manida, la célebre frase del magnate Warren Buffet, celebrando la victoria de los suyos, pero nos da una idea al respecto. Igual que el menos sofisticado “que se jodan”.
¿Y del otro lado? Casi nadie piensa de sí mismo que es obrero u obrera. Además, en la España de hoy, ser obrero significa cada vez más ser pobre. Por lo que todo el mundo, se aferra de manera identitaria a la clase media. Pero ¿dónde está el limite por abajo de la clase media? ¿Cuándo dejas de pagar tu hipoteca?, ¿el día que vas por primera vez al banco de alimentos? ¿O cuando comienzas rebuscar en los contenedores de basura del barrio? No pinta bien la identidad obrera, la conciencia del trabajo. El problema es que para derrotar a los que nos dañan y a sus políticas es muy necesario identificarnos entre nosotros los que les sufrimos y, por oposición, identificarles a ellos. Que el 1 de mayo sea un paso en esta dirección.
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