xoves, 16 de xaneiro de 2020

Un Gobierno inevitable. Unas ilusiones prescindibles

La pretensión que vive en UP de que, por estar en el Gobierno y no hacerlo rematadamente mal, se conseguirá al menos conservar el poder parlamentario, es una ilusión necesaria. Pero no puede sustituir a un análisis crudo y lúcido de lo que hay.
Firma, el 12 de noviembre, del acuerdo para un Gobierno de coalición entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. DANI GAGO

RAÚL SÁNCHEZ CEDILLO

Los afanes han sido agotadores, pero finalmente hay un Gobierno de coalición de izquierdas, algo que era y parecía posible desde las elecciones generales de 2015 y 2016 y que pasó a ser posible y absolutamente necesario desde las elecciones de abril de 2019.

No es buen momento para hacer de aguafiestas, ni es esa la intención de este texto, pero lo que más daño hace a las esperanzas estratégicas de las clases populares y de las luchas son las ilusiones a bajo coste y la infantilización de las descripciones de la realidad política. Recordemos: este Gobierno se ha hecho porque ninguno de los dos socios podía hacer otra cosa (y otro tanto podemos decir de los socios exteriores, ERC, Bildu, BNG, etc). Las razones de nuestra alegría son dispares, no comunes, o sólo lo son en una parte frágil, que es la del temor y la esperanza. “Quien se deja llevar por el miedo, y hace el bien para evitar el mal, no es guiado por la razón”, dice Spinoza en la Ética. Y esa es nuestra condición actual. Hemos visto la semblanza de una dislocación dictatorial en el régimen del 78 y hemos respirado con alivio cuando ésta no se ha producido. Sin embargo, cuando leemos o decimos: "se abre una nueva etapa"; "por fin las izquierdas han comprendido"; "primer Gobierno de coalición de las izquierdas desde la II República", etc., estamos cultivando las ilusiones a bajo coste y estamos colocando una pantalla tranquilizadora por delante de una situación terrible que no ha cambiado ni cambiará por la fuerza de ningún entusiasmo.
Las razones de nuestra alegría son dispares, no comunes, o sólo lo son en una parte frágil, que es la del temor y la esperanza
En toda la física rigen el principio de la mínima acción, tanto a nivel macroscópico como a nivel cuántico, así como el principio de conservación de la energía. Haciendo un uso arriesgado de la analogía, podemos decir que en el sistema de partidos capitalista rigen la ley de la conservación del poder y la ley de la coalición eficaz. Queremos decir con esto que nada sustancial ha cambiado desde las elecciones del pasado 28 de abril y el posterior verano infame del maltrato psíquico al que nos sometieron los spin doctors del Gobierno en funciones. Y tras el fiasco del experimento, Pedro Sánchez accede al Gobierno de coalición porque no tiene otra opción de conservar el poder. Podría haberlo conservado poniéndose a los pies del PP o de Cs, pero de esa manera habría violado ambas leyes a medio plazo: su Gobierno no habría aguantado la primera crisis y además su figura habría quedado políticamente quemada de por vida. La flexibilidad atlética de las convicciones del presidente le hacen las elecciones más fáciles: no queda otra opción y tiene que hacerlo. Hasta que cambien los datos de la situación y la coyuntura y se abran otras opciones. Pero nada ha cambiado en los “espíritus”, ni el Gobierno es el fruto de una transformación de las pasiones civiles de PSOE y UP: quiere esto decir que, en el momento en que aparezcan grados de libertad, que aparezcan otras opciones probablemente mejores de conservación del poder y de coalición eficaz, Pedro Sánchez será fiel a sí mismo.
Ahora mismo esas opciones no se divisan fácilmente (y esto es un síntoma de la tensión profunda que sacude el régimen constitucional), pero qué duda cabe que cuando aparezcan serán aprovechadas: ya se trate de errores del socio de coalición o de errores tácticos decisivos de las derechas adversarias, hoy por hoy enconadas en su división electoral. El eslabón débil catalán está aquí para quedarse, como enfermedad crónica y degenerativa del régimen constitucional. El optimismo sobre su pronta solución con una mesa de diálogo está bastante infundado: es como si, cambiando de escala temporal, pensáramos que “lo de Chernobyl” está solucionado con “El Arca”, el nuevo sarcófago de acero que cubre uno de los reactores. Tampoco se puede descartar en absoluto el papel determinante del proceso político europeo y de las exigencias de austeridad, en la medida en que la irresponsabilidad fiscal pueda —como probablemente sucederá— achacarse a UP. En el caso de éste, en la medida en que acepte el statu quo del pacto fiscal y la moderación del gasto social estará socavando el poder de negociación y sobre todo su base electoral. Por eso quien tiene las mejores cartas en este Gobierno es Pedro Sánchez. Y en esa apuesta, más allá de los aspavientos de las derechas golpistas y rentistas, reside la tolerancia e incluso el respaldo que este Gobierno puede recibir por parte de la Comisión europea, el BCE, el FMI, pero también de los principales actores del IBEX. El reloj de arena se ha puesto en marcha, pero no sabemos cuánta arena lleva ni el grosor de su cuello.
La pretensión que vive en UP de que, por estar en el Gobierno y no hacerlo rematadamente mal, se conseguirá al menos conservar el poder parlamentario, es una ilusión necesaria, un instinto de conservación para quienes no tenían otra opción que hacer lo que están haciendo, conforme a las dos leyes enunciadas. Pero no puede informar un análisis crudo y lúcido de lo que hay. Antes que promesa, el Gobierno de coalición es resultado. Cuenta de la situación y de las relaciones de fuerzas. Pero quien mueve las relaciones de fuerzas en la sociedad y en las instituciones son las luchas de mayorías y minorías en los ámbitos de la producción y la reproducción. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no tienen nada que ver, pero les une un poderoso instinto de supervivencia política. La suerte y saber leer las posibilidades reales de las relaciones de fuerza políticas y de opinión pública les han acompañado.
Sin embargo, la institución del Gobierno ya no es lo que era. Sin entrar en funestas consideraciones soberanistas, hace tiempo que, como ironizaba Vázquez Montalbán, las correlaciones lo son en realidad de debilidades. Y también este Gobierno es la resultante de la suma y la agregación de nuestras debilidades —a las que tenemos que sumar las de sus socios minoritarios. Otro contrapoder más en un juego de composición —o de contrariedad y descomposición, esto no podemos descartarlo— con las luchas en la sociedad. Sí, las luchas y los movimientos habidos y por venir, para recordárselo a los ingenuos que en el fondo piensan que el Poder existe y que es el bien supremo que puede cambiar la realidad.
Más allá de los aspavientos de las derechas golpistas y rentistas, reside la tolerancia e incluso el respaldo que este Gobierno puede recibir por parte de la Comisión europea, el BCE, el FMI
No es así. Sólo lo hacen las luchas reales, transversales, persistentes, resistentes, mutantes, como las que están sucediendo en Francia desde la irrupción de los Chalecos Amarillos y luego la huelga de los sindicatos de los servicios públicos, a los que finalmente se ha unido la sociedad trabajadora que ha salido a la calle en defensa de lo público-común, una convicción que sigue siendo fortísima en Francia ¿Está esto en la agenda del Gobierno? ¿Qué significa la recomendación del “apretarnos” y cómo se conjuga eso con la declaración de que el presente será el Gobierno del “constitucionalismo democrático”? Mejor no pensarlo ahora o me estalla la cabeza. La retórica encubre los problemas reales: no sabemos cómo se puede gobernar para, con y nunca contra las luchas tal y como las hemos expuesto. Y menos como socio minoritario de una cosa llamada PSOE.
No van a servir de mucho las luchas simbólicas, ni las invocaciones a la "calma obrera porque están nuestros compañeros en el Gobierno". El principio de las luchas es ganar y transformarse en algo más potente en la lucha. Un Gobierno que no facilita eso es un Gobierno adversario. Para servirnos de otra comparación igualmente arriesgada, hay que pensar el problema tal y como lo dejó la experiencia chilena. Conviene recordar, mutatis mutandis, los discursos de Salvador Allende en respuesta a las huelgas y las luchas durante el Gobierno de la Unidad Popular, como los que pronunció ante los trabajadores de la industria textil Ex-Sumar en enero de 1973 o el dirigido a los trabajadores del cobre en febrero de 1971. Discursos trágicos, que expresan las contradicciones reales de un Gobierno en el Estado para las y los de abajo que están luchando autónomamente.
Que las ilusiones dejen paso al uso de las posibilidades reales de que, a partir de hoy, se abran pasajes para salir del desastre inevitable en el que está embarcado el planeta y, dentro de su modestia, el sistema europeo. Este Gobierno permite respirar unos instantes, para atacar y vencer.



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