xoves, 23 de xaneiro de 2020

Cuando el patriarcado es un hecho, la revolución sexual es una obligación

Con su sola presencia, Beatriz Gimeno rompe ese pacto no escrito en el que las mujeres modernas pueden hablar de sexo sin generar escándalo si son jóvenes, bellas, y pueden ser convertidas en objeto de deseo. Pero ella es lesbiana y mayor, además de no adecuarse a una imagen estereotipadamente femenina

Necesitamos muchas más voces como la de Gimeno algunas de ellas en puestos de gobierno y en las instituciones públicas. Porque el cuarto pecado de Beatriz es haber asumido estar en un puesto de poder y abrir caminos al feminismo.



Beatriz Gimeno, próxima directora del Instituto de la Mujer. DAVID CONDE

Isa Serra
"Siempre hemos existido, pero nunca hemos hablado".
"No me interesa ponérsela dura a hombres que no me hacen soñar”.
Virgine Despentés
En estos días hemos visto en muchos medios de la derecha ataques brutales a Beatriz Gimeno a costa de algunos de sus escritos sobre sexo, siendo este uno de sus temas de estudio e investigación y sobre lo que ha publicado mucho. Y no me resisto a hacer algunas consideraciones. Resulta que no puede ser el sexo lo que escandaliza a estas alturas. Los medios de comunicación generalistas, muchos de esos que ahora se escandalizan, están llenos de reportajes sobre sexo que se pretenden atrevidos: "Cómo gustarle más en la cama", "Qué les gusta a las mujeres", "El clítoris, ese desconocido" (será para ellos), "Las mujeres también se masturban" etc. Vivimos en un país en el que los niños y adolescentes están viendo porno duro desde los 13 años (según los estudios) y no reciben absolutamente otra educación sexual que esa. Vivimos en un país en el que, como en otros muchos, se vendieron cientos de miles de ejemplares de 50 Sombras de Grey (escrito por una mujer) y en el que miles de chicas adolescentes hicieron cola para ver la película y en el que tanto uno como otra coparon durante semanas debates mediáticos en los que algunos "expertos" afirmaban que era un libro revolucionario para la sexualidad femenina. Vivimos en una sociedad pornificada y repleta de discursos e imágenes sexuales asumidos con toda normalidad. Discursos que a pesar de parecer transgresores (el sexo siempre necesita su punto de transgresión) no molestan. Será que no son tan transgresores. Así pues creo que el problema de lo que ha escrito Gimeno no es el sexo, sino desde dónde se enuncia y lo que enuncia
El primer pecado de Gimeno es hablar de sexo desde una posición que no admite equívocos: la de sujeto sexual. Es sujeto sexual, habla de goce, placer y deseo (no consentimiento), exactamente como hacen los hombres desde siempre. Y además, pone a los hombres en una posición en la que ellos siempre ponen a las mujeres, en posición de ser estudiados, juzgados, curioseados, por así decirlo, definidos por quien desea. Y escribe sobre ello, lo hace público, como hacen ellos, como hacen sus novelas, sus películas, sus opiniones. Y eso es rompedor. La gran batalla del feminismo no sólo ha sido que las mujeres nos incorporemos en pleno derecho al espacio público, que tengamos voz ahí, sino que la democracia entrase en el ámbito privado al que las mujeres fuimos relegadas y donde más se nos ha sometido: eso supone conseguir la igualdad en casa y en los cuidados, pero también en las relaciones afectivo-sexuales. Romper la dicotomía misma y ser libres e iguales en ambos ámbitos.
Queda mucho para ganar esa batalla al patriarcado; para que seamos sujetos activos, sujetos de derecho, sujetos de deseo, y no objetos sexuales dispuestos a responder al deseo masculino o, con suerte, a sumarnos al mismo. Quienes somos jóvenes hemos decidido sobre nuestros cuerpos de forma totalmente distinta a la generación de nuestras madres. Pero aún queda mucho camino para que quienes queremos vivir una vida con sexo podamos hacerlo disfrutando de nuestros cuerpos/deseos como debiésemos en un mundo libre de machismo. Y como nos explica Cristina Fallarás cuando recorre en su último libro las razones del éxito de Cuéntalo: la escasez de los relatos no obedece a una reticencia por parte de las mujeres a contar y narrar, sino al hecho de que la sociedad y sus instituciones públicas nos han negado un espacio donde hacerlo. Y vemos lo que ocurre cuando surge un discurso como el de Gimeno, que se la acalla mediante el escándalo, el falso escándalo que se reservaba para las mujeres que toman la palabra en público para enunciar un discurso que no les pertenece.
El segundo pecado de Gimeno es ser radicalmente feminista y no adecuarse al rol que el patriarcado guarda para las mujeres a las que permite hablar o escribir sobre sexo. Si romper con el monopolio masculino sobre la palabra cuando se trata de sexo -y por tanto de la hegemonía de su visión androcéntrica- es ya rompedor, lo que hace Gimeno y lo que ha hecho estallar el escándalo de estas derechas reaccionarias es desde dónde enuncia sus narraciones u opiniones: por una parte desde una perspectiva claramente feminista que quiebra el pacto según el cual las mujeres modernas pueden hablar de sexo siempre que lo hagan desde un lugar heteronormativo y patriarcal. La sexualidad que enuncia no es androcéntrica ni patriarcal, es extraña al patriarcado. Tercer pecado: ella misma, con su sola presencia rompe ese pacto no escrito en el que las mujeres modernas pueden hablar de sexo sin generar escándalo si son jóvenes, bellas, y pueden ser convertidas en objeto de deseo. Pero ella es lesbiana y mayor, además de no adecuarse a una imagen estereotipadamente femenina.
Hay una revolución sexual pendiente. En los años 60 se dieron muchos pasos, pero también sucedió lo que autoras como Kate Millet alertaron: tanto el avance del neoliberalismo como el hecho de que esa revolución se quedase "a medias" podía suponer una mayor cosificación del cuerpo de las mujeres y por tanto un retroceso en el avance por las libertades sexuales. Y es cierto: a esa revolución le respondió una contrarrevolución que hoy nos pesa. Desde el estallido de esto que hemos llamado Cuarta Ola del feminismo en el mundo entero, hemos hablado colateralmente de esas relaciones privadas que hay que democratizar y también de las libertades sexuales. Lo hemos hecho cuando millones de mujeres en todo el mundo, hemos roto el silencio frente a las agresiones sexuales sufridas a lo largo de nuestra vida con el #MeToo y el #Cuéntalo. El tabú que permanece muy vivo cuando ejercen violencia sexual sobre nosotras tiene la misma raíz que lo que impide que podamos hablar de sexo libremente. Y lo hemos hecho también cuando a raíz de la violación en grupo de la Manada y la sentencia que le siguió gritamos juntas en las calles #SoloSíEsSí. Es decir, somos sujetos activos de deseo y de voluntad cuando practicamos relaciones sexuales.
Estoy segura de que esta conversación abierta en los últimos meses o años en el espacio público ha dado lugar a millones de conversaciones entre mujeres jóvenes, en sus grupos de amigas, y amigos, con sus madres, con sus parejas. Conversaciones que han revolucionado conciencias y que implican un cambio culturan que no somos capaces de calibrar aún hoy. Pero tenemos una revolución sexual pendiente y la prueba es esta respuesta desproporcionada que nos parece también ridícula por lo que vislumbra: simplemente el hecho de que una mujer feminista y no adecuada al rol heteronormativo hable de sexo en el espacio público pone en crisis la masculinidad heteropatriarcal.
El ataque a Beatriz Gimeno es proporcional al miedo que tienen algunos a perder sus privilegios y el control como sujetos deseantes y activos sobre los cuerpos pasivos y sometidos de las mujeres. Y a que hablemos de lo que a nosotras nos interesa para avanzar en nuestros derechos y nuestra libertad sexual reduciendo la capacidad de la extrema derecha para imponernos debates que quieren hacernos retroceder. Han montado una guerra al feminismo y nosotras no vamos a renunciar a darla, porque como dijo Audre Lord, "¿quién dijo que era fácil?". Necesitamos muchas más voces como la de Gimeno algunas de ellas en puestos de gobierno y en las instituciones públicas. Porque el cuarto pecado de Beatriz es haber asumido estar en un puesto de poder y abrir caminos al feminismo.

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