GERARDO TECÉ
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Fotograma del spot electoral de Ciudadanos.
Día. Interior. Bar de algún lugar cualquiera de la España
mesetaria --en el bar no se habla catalán, gallego o vasco, ni se percibe el
lujo típico de la Andalucía del PER que no sabe pescar, así que descartamos que
se trate de una de las cuatro comunidades históricas--. Barra de chapa, máquina
de cafés, tragaperras y parroquianos apoyados en la barra. En resumen, uno de
esos lugares en los que el Rey Felipe se para a comer el menú de 11 euros.
Loles, mujer que supera la cuarentena, entra al bar mientras suena su teléfono
móvil. Es su marido metiéndole prisa para que vuelva a casa, donde algo debe de
no estar funcionando bien sin la presencia de la figura femenina. Parece ser
que el niño tiene hambre. “Sí, cariño, voy enseguida, lo que pasa es que tengo
otra reunión. El niño tiene la merienda en la bolsa”, soluciona el asunto
alimentario Loles, que lógicamente fue la que dejó preparada la merienda del
crío a primera hora de la mañana.
La mujer trabajadora cuelga el móvil y confiesa ante los
parroquianos que no puede seguir así, porque le "va a dar algo”. El camarero
le responde poniendo sobre la barra de chapa el asunto central de la reforma
laboral, esa que no hay por qué derogar, ya que fomenta la competitividad. Tú
estarás jodida, pero mira este, que está en paro. Moraleja: no te quejes de que
vas a reventar, que hay millones de parados que se dejarían explotar por menos
dinero que tú. Además, si estás reventada, señal de que estamos siendo
competitivos contra los chinos. Hablando de chinos, ¿sabéis que los chinos no
pagan impuestos en España? Me lo ha dicho mi cuñado. Esto último no lo dice el
camarero, pero lo piensa. Me juego el cuello.
Señalado el desempleado indiscretamente por Paco el
camarero, éste se ve obligado a justificar su situación ante todos “no será
porque no haga uno todo lo posible”, ganándose el perdón por su situación, como
vemos en la cara de lástima que Loles dirige hacia él. El parado se llama
Alberto y es un parado de bien, de esos que, por las pintas, uno sabe que
quieren trabajar y por eso no hay reparo en invitarlos al café a modo de
limosna. Nada que ver con el parásito con coleta y barba que golpea la máquina
tragaperras en la que echa monedas esperando que caiga premio, dejando claro
cuál es su concepto del esfuerzo y el trabajo. Un chaval sin coleta ni barba,
un chaval que, con la misma edad que el zángano de la tragaperras, ha entendido
de qué va la vida en la Europa del sur, ejerce de ayudante de Paco tras la
barra. Tras el golpeo, llama al orden al andrajoso: “Oye, Rocky, que me vas a
romper la máquina”. Al parecer, la máquina tragaperras que incita a ganarse la
vida como un vago pertenece al bar de Paco.
La escena se interrumpe cuando por la televisión Mariano
Rajoy anuncia que habrá nuevas elecciones, momento en que todos giran la cabeza
hacia la pantalla y comienza en coro un concierto de tópicos. “Pues nada, a
votar otra vez”, “Estos han estado perdiendo el tiempo”, “Este se ha tirado
cuatro meses sin hacer nada leyendo el Marca” (juraría que este
último tópico lo han sacado de mi cuenta de tuiter). La cosa va subiendo de tono
y los tópicos en la barra se convierten en pura denuncia política. “Y no
hablemos de la corrupción”, señala uno. “Y de lo que han robado”, especifica el
mismo, como si corrupción y robo fueran por separado. Del rescate a Bankia
nadie se queja, pero el discurso en la barra del bar comienza a entrar en esa
delgada línea en la que uno no sabría diferenciar entre un votante de Podemos y
uno de Ciudadanos, ya que la condena de la corrupción es algo tan genérico que
puede poner de acuerdo a una horquilla que va desde Cañamero el del SAT hasta
al Rey Felipe VI de Borbón y Grecia, que sigue sin aparecer por la puerta,
señal de que esta mañana se llevó el táper al despachito.
Contratada la empresa de publicidad por parte de Ciudadanos
y ante el miedo de que el spot pudiera acabar confundiéndose con propaganda de
otros por aquello de la gente indignada, entra en juego el chaval de la coleta,
parásito oficial del bar, para realizar la caricatura de la izquierda. “El
poder para la gente”, dice fuera de contexto y a destiempo, con su carísimo
iPhone en una mano y el botellín típico de confluencia en la otra. El resto del
bar se ríe de él. “Será para su gente, a ver si enchufan a este como hacen con
el resto”, cuchichea Paco el camarero con Alberto, el parado bueno que, escondido,
se lleva la mano a la mejilla y susurra “qué cara”, indignado por el asunto del
enchufismo y quién sabe si pensando en que el chico pudiera acabar trabajando
en el PSOE de Susana Díaz, socio de Ciudadanos.
Por si la división entre desempleados buenos y malos no
estuviese ya clara, David, el repartidor que al empujar una carretilla nos
indica que es un currante con derecho a decir la frase mágica, “¿este qué,
levantando España, no?”, la apuntala reprendiendo al parásito podemita, que
responde llevándose el puño al corazón sin dejar de mirar el móvil. La escena
costumbrista se rompe cuando por televisión aparece Albert Rivera y en el bar
comienza a sonar esa musiquilla de anuncio de Clínica de Salud privada que te
dice que, si tienes un problema y pagas la cuota cada mes, en ellos tienes a tu
otra familia. Un parroquiano del que sólo sabemos que está en la barra del bar
una tarde entre semana, pero que no por eso es un vago, se marca un discurso
político lleno de propuestas concretas del tipo “en España hay un montón de
héroes anónimos” o “lo tenemos todo para ser uno de los mejores países del
mundo”. “Sólo nos faltan políticos humildes y que estén a nuestra altura”,
acaba el speech del parroquiano, momento en el que Rivera por
la tele se presenta humildemente como un político que quiere estar a la altura
de los ciudadanos españoles. Hay un momento en el que hasta al vago de la
coleta está a punto de escapársele una lagrimilla. ¿Quién sabe si, después de
aquello, ese bala perdida no se cortará el pelo y entrará en las listas de
Ciudadanos para convertirse en un hombre de bien?
Nuestro gozo en un pozo. A pesar del emocionante momento
vivido en el bar, el derrochador que vive a costa del resto acaba el anuncio
sin haber aprendido nada. ¿O sí? Le pide otro botellín a Paco y le dice que se
lo apunte. Siempre la misma coletilla, quizá inspirada en Bankia. Quién sabe si
mirando el móvil, el chico de la coleta se ha topado con Albert Rivera
reconociendo por televisión que aquel dinero de todos que se usó para el rescate
de los zánganos irresponsables de la banca era ya agua pasada, y que los héroes
anónimos debían darlo por perdido. Marchando otro botellín y apúntamelo; tiene
su lógica.
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