Francisco Umbral | El Mundo | 20 de julio de 1992
Cebrian
Madrid a tantos de tantos, querido Juan Luis Cebrián, volverse contra la propia profesión (aunque ésta se comparta con un Banco) es jugar al dragón que se muerde la cola, y que suele quedar en doméstica y humilde pescadilla. Y no propugno con esto ningún corporativismo, pero me parece que no está bien acusar a la Prensa (y muy localizadamente, la madrileña) de trapicheos, enredos y mafias. En el periodismo hay que ser un poco ángel caído para mojar la pluma de las alas en el fango y escribir la verdad con espesor de humana materia. También puede ocurrir que te pilles las alas en la puerta giratoria de un Banco, pero entonces ya has dejado de ser periodista y pasas a una ambigua y formidable condición de consejero de la fiducia, de la Prensa, de la vida, de consejero en general.
Antes, cuando no eras consejero de nada, a mí me dabas mejores consejos y me forzaste a inventarme una nueva fórmula periodística, cosa que siempre te agradeceré. Ahora, en tu calidad de consejero universal en general y de PRISA en particular, te permites dar consejos al universo contra las mafias periodísticas y financieras de Madrid, como si El País constase de dos páginas como las dos alas del cisne que sólo se reflejan en el agua limpísima de un lago. «Deidad de la corriente», definió Jorge Guillén al cisne. ¿De verdad es El País la deidad de la corriente de los trabajos, los placeres y los días?
Tú, Juan Luis, que eres un zorrito rubio, entrañable y peligroso, primero te cargas de razón para luego entrar en materia, muy atalajado, echando por delante los carros de combate de unos rumores, denuncias lóbregas e imprecisas, cosas. Para atacar la difamación (una mano que le echas a Felipe González, hombre), principias difamando, y difamando a los colegas más cercanos de forma jeroglífica, tan hábil como ineficaz. Pero con Moncloa ya has cumplido: la ley de difamación es necesaria por que detrás de los periódicos hay Bancos, cuando tú eres la más hermosa conjunción de periodista bancario o de ángel revolucionario del 82 que, como digo, se ha cogido las alas en la puerta giratoria de un Banco. Fuiste, chico de la calle, el primero en recoger la bandera de la libertad que estaba tirada en el suelo y hacer con ella un periódico.
Tú me llevaste a ese periódico, donde trabajé muchos años, pero estuve quince días sin escribir porque os negabais a dar una columna que trataba (mal) de González y Guerra, qué casualidad, coño. El periódico de la libertad, donde yo era la estrella, ejercía sobre mí una sutil forma de censura, que consistió en no darme jamás un recuadro fijo, sino que mi columna iba errática por el periódico. El día que os gustaba, salía recuadrada y visible. El día que no os gustaba (los más, y no hablo de gustos literarios, claro), la columna salía de delantalillo por abajo, tronzada por anuncios de la Unicef absolutamente prescindibles o desplazables. Lo que diferencia a El País de otros periódicos es que censura o autocensura más fino. Finalmente, dos columnas (políticas) sobre Vargas Llosa y Octavio Paz, te llevaron a tí a la cólera y a mí a marcharme.
Hoy, querido y joven maestro (sólo creo ya en el magisterio de los jóvenes), escribo casi a diario contra las ideas de mi propio periódico, y no por eso me prohíben, me riñen o me llenan la columna de niños de la Unicef. Coherente con tu línea, tu periódico no difama sino que silencia, lo cual es abrasivo para el enemigo y muy de agradecer para el amiguete en apuros. Salvo cuando sacaste a mi amiga la princesa Tessa Baviera en primera, con el glorioso muslamen a tope, implicándola en un affaire económico que era mentira. Demagogia fácil contra la jet. ¿Por qué no habéis dado a Juan Guerra con un muslo al aire? En tu mundo capitalista de consejero de Bancos, periódicos y cosas, un consejero puede hacer de todo, menos dar consejos.
Fdo. Francisco Umbral
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