David Torres
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Derecho es la carrera más torcida que existe. También la más retorcida. Después de leer con suma atención, varias veces, la sentencia íntegra contra la Manada, he sacado dos conclusiones impepinables. La primera, que no tengo la menor idea de Derecho Penal español; la segunda, que el Derecho Penal español no tiene nada que ver con el sentido común. La descripción de los hechos, según la sentencia, acredita sin ningún género de dudas que “la denunciante” fue obligada entrar en un portal por cinco maromos, donde “se sintió impresionada y sin capacidad de reacción” (como crítico literario en mis ratos libres debo señalar que me impresiona mucho el verbo elegido aquí: “impresionar” da la impresión de que la chica los estuviera admirando). A continuación, la desnudaron a tirones, la manosearon y la penetraron por diversos orificios, sin preservativo, mientras ella mantenía los ojos cerrados “en actitud de sometimiento y pasividad” y uno de los chavalotes grababa el asunto para la posteridad. Después se marcharon uno a uno, no sin antes robarle el móvil.
Lo que sigue, en numerosos folios de prosa intrincada y gongorina, resulta tan incomprensible como la valoración final de que, con semejante descripción, los jueces no apreciaran ni violencia ni intimidación. Es otro de los misterios gozosos del Código Penal español, el hecho de que exista violencia en vestir una camiseta amarilla o tuitear una gilipollez pero no en arrinconar entre cinco verracos a una muchacha y penetrarla a coro. Lo de que tampoco advirtieran señal alguna de intimidación ya escapa por completo a mi capacidad de raciocinio. Leyendo la sentencia, suerte ha tenido la muchacha de que no la condenen por violación a ella. Y más suerte todavía de que no le hayan aplicado la ley antiterrorista, teniendo en cuenta que entre los acusados hay un guardia civil y un militar.
En términos estrictamente literarios, la sentencia podría definirse con las mismas palabras con las que Oscar Wilde respondió al juez que lo había condenado y qué le preguntó qué le parecía la suya: “Que está mal escrita”. La redacción es un fracaso estético y epistemológico de la primera línea a la última, un escrito torpe, deslavazado, incongruente y pedorro que, a fuerza de intentar desmenuzar los hechos a cámara lenta, lo único que consigue es difuminar el horror de los actos, su bestialidad, su carnalidad, sus consecuencias. Recuerda aquellas novelas ilegibles del Nouveau roman donde, para contar cómo un personaje entraba por una puerta, el narrador necesitaba trece páginas. Alain Robbe-Grillet, el buque insignia del movimiento, sobrevivió una vez a un aterrizaje forzoso y, cuando le entrevistaron, describió la angustia y las emociones del accidente como lo hubiera hecho cualquier escritor clásico. Un periodista le preguntó entonces por qué no había empleado la técnica dilatoria y aséptica del Nouveau roman, demorándose en los detalles de la tapicería y los arañazos de las ventanillas. La respuesta era fácil: porque le iba la vida en ello.
En términos estrictamente éticos, la sentencia ha resultado ejemplar: ejemplar para los violadores, que no tienen más que seguir el ejemplo. Más le vale a la próxima mujer que se atreva a salir sola por ahí llevar un buen revólver. Quienes dicen que no existe tal cosa como la cultura patriarcal, ahí la tienen sentada, con toga y todo, pidiendo la absolución para los acusados. ¿Para qué está una mujer en el mundo sino para que los hombres disfruten?
Ninguno de los tres jueces fue capaz de ver una violación, ni de creer a una mujer cuando hay sexo por en medio. Era una golfa, una guarra, ella se lo había buscado. Y si le hubieran quitado el bolso en lugar de la ropa y la dignidad, probablemente habrían argumentado que era una chica muy generosa. Además la muchacha, rodeada por una horda de machos en celo, no se defendió, no gritó, no se atrevió a abrir la boca más que para acoger el miembro que le presentaban al tiempo que por detrás le presentaban otro. “Lo que me sugieren sus gestos, expresiones y sonidos que emite es excitación sexual” dijo el juez Ricardo González en referencia a la denunciante después de ver el video de la Manada en acción. Lo que me sugieren a mí estas palabras sobre el deterioro del sistema judicial en España me lo voy a callar. Por el asco y el miedo.
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