Aníbal Malvar
Que nos han prohibido el crowdfunding, ahora que ya lo habíamos aprendido a deletrear. Que ahora ya no puedes donar más de 3.000 pavos para una causa estúpida, cual es sufragar el trasplante de médula de un niño, el trabajo de unos médicos innovadores, o a Schubert para que termine La Inacabada. Es necesario controlar en qué se gasta la gente más de 3.000 euros, no vaya a ser que la solidaridad del populacho lastre nuestra macroeconomía.
Para los que estén tontos o mal informados, que hoy en día viene a ser lo mismo, señalar que el crowdfunding es una forma de mecenazgo popular. Y ahora ese mecenazgo tendrá prohibido recabar más de 3.000 euros, según decidió ayer el Consejo de Ministros. Hasta ahora, si un fulano del pueblo quería reunir seis mil pavos para que Schubert terminase La Inacabada de una vez, colgaba un llamamiento en la red y la apestosa masa trabajadora donaba un euro, o dos, o tres, robándoselos a su hambre, porque sabía lo importante que es que Schubert acabe La Inacabada. Pues ahora nos acaban de prohibir darle más de 3.000 euros a Schubert, cuando todo el mundo sabe que 3.000 euros, a Schubert, no le dan ni para un adagio. El gobierno prohibió ayer donar más de 3.000 euros para causas populares sin control, que no otra cosa es el crowdfunding. Si mañana necesito 3.100 euros para evitar un aborto, este gobierno antiabortista no va a permitir que me ayude la voluntad popular. La limosna.
Porque el crowdfunding es la limosna que nos damos entre nosotros para sufragar las cosas justas que deshacen nuestros gobiernos. Nunca he conocido uncrowdfunding destinado a adquirir explosivos con los que volar el palacio de la Moncloa, aunque mejor no dar ideas. Solo he conocido el crowdfunding como acto de solidaridad o de emprendimiento. Y no entiendo cómo se pude legislar la voluntad de la gente cuando decide aportar un euro, dos, o tres para parchear la capa de ozono o devolver el azul a los mares, si hiciere falta. Limitar el crowdfunding no es ya limitar nuestros derechos individuales, algo a lo que ya nos estamos acostumbrando. Limitar el crowdfunding es castrar el derecho colectivo a gastarnos el dinero en lo que nos dé la gana. Y no hincarnos de rodillas ante ese crowdfunding obligatorio que nos ha sacado 40.000 millones de euros para Bankia. Por poner un ejemplo.
En todo caso, más que las causas humanitarias que puedan ser cercenadas por esta nueva ley contra el crowdfunding, al pueblo español le preocupa en qué estado se quedará nuestra ya de por sí indigente iglesia católica. Pues las limosnas que los fieles depositan en los cepillos de catedrales, iglesias, santuarios y ermitas no dejan de ser otra forma de crowdfunding, aunque en negro. ¿Habrá de renunciar la iglesia a todo aquel dinero de los cepillos que supere los 3.000 euros? Tal y como nos han anunciado con la nueva normativa, parece ser que sí. Y no sería de extrañar que el Espíritu Santo se pusiese en breve en manos de algún buen abogado laboralista, pues no es magro su recorte salarial.
Como se está demostrando levemente en los periódicos y en los tribunales, el partido de Gobierno que prohíbe hoy el crowdfunding se ha venido financiando con el dinero de nuestras obras públicas desde hace un par de décadas o así. Este crowdfunding constante, choricero, estafador, sucio y egoísta con el que se financió siempre el PP jamás tuvo un límite de 3.000 euros. De hecho, crowdfunding a crowdfunding Luis Bárcenas logró de la generosidad del PP hasta 46 millones de euros suizos.
Yo, sencillamente, propongo a los hombres y a las mujeres de bien que nos dejemos de crowdfunding. Que ahora le llamemos limosna. Directamente. A ver quién es el guapo del PP que se atreve a ponerle límite a las limosnas. Lo de crowdfunding, además, suena a extranjero.
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