A estas alturas -del tiempo y de las alambradas- los africanos ya no sienten el dolor, y por ello tienden a abalanzarse en masa contra esos filos que de forma bien diferente herirían nuestra sensibilidad europea exquisita.
Maruja Torres
Un blanco, sea o no guardia civil, vale más que un millón de negros. De modo que no os preocupéis si es verdad que a cada benemérito de los que defienden nuestra Oigo, Patria, Tu Aflicción, allá en las fronteras del sur, le tocan 64 de esos salvajes, por mucho que la naturaleza les haya bien dotado la entrepierna, y a pesar de que llevan el ritmo en la sangre. Poco me parece, una sesentena de esos bestias, frente al arrojo y la hombría de bien de quienes han nacido en la cristiana España. Eso sí, para que un blanco conserve su tradicional forma física súper talla extra y con refuerzo en los bordes, así como la seguridad en sí mismo, hay que impedirle que vea esa mariconada premiada en los Oscar, 12 años de esclavitud. Eso y, sobre todo, que el ministro del Mamporro se abstenga de condecorar a Nuestra Señora de Montserrat, que dado que es negra y catalana seguramente tampoco es virgen, y además tanto ella como el Niño que lleva en brazos tienen cara de emprenyats, y una bola en la mano cada uno, lo que presagia que si le arrojaran las de goma, serían capaces de devolver el golpe.
Pero que no cunda el pánico.
Tenemos en este Gobierno, y entre sus acólitos, a machos bien bragados capaces de enfrentarse a los millones de trillones de cafres que acechan en nuestras fronteras, babeando, como ellos suelen, cuando ven las cuchillas que coronan nuestras bellas y boyantes vallas. Pues sabido es que la piel del negro ha sido curtida a lo largo de generaciones por los latigazos que ha recibido merecidamente del hombre blanco, que en vano intentó civilizarles, quitándoles las materias primas para que no hicieran mal uso de ellas. A estas alturas -del tiempo y de las alambradas- los africanos ya no sienten el dolor, y por ello tienden a abalanzarse en masa contra esos filos que de forma bien diferente herirían nuestra sensibilidad europea exquisita, tanto por dentro como por fuera, sensibilidad que, dicho sea de paso, ha dado al mundo la Quinta de Mozart, la Casta Diva de Beethoven y la Barbacoa de Georgie Dann, mientras ellos, ¿qué han hecho ellos, aparte de zamparse misioneros en cuanto han podido, sin ni siquiera quitarles la pluma?
Nuestros valientes gobernantes, que lo mismo son capaces de complacer a los chinitos cabrones que de venderles un Ave al puto Putin o a los árabes que cortan las manos a los ladrones y no permiten que sus mujeres conduzcan, cuentan además con la solidaria actitud de los moros de allá abajo, sector autoridades y monarquía, para que alejen de nuestras fronteras a los indeseables billones de trillones de caníbales que nos saltan, nos asaltan y nos saltean, haciéndolo los dichos moros buenos, según consta, con la misma energía y pundonor con que ya en su día la Guardia Mora se encargó de matar a los opositores a Franco y de violar a sus mujeres. Son, estas alianzas, fruto tanto de una hábil gestión diplomática como de una no menos oportuna tanda de plegarias realizadas boca abajo por el ministro del Socorro Que Ya Llegan, mientras se golpeaba las nalgas con un minino de siete vidas, regalo de una admiradora de Cuenca por la hazaña de cargarse -y es solo un aperitivo- a quince invasores del solar patrio de una tacada.
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