domingo, 5 de abril de 2020

Expropian la muerte (Hasta las palabras)

 La muerte en el hospital, un hecho cada vez más frecuente, no sólo está convirtiendo en sospechosa la que se produce en casa, sino que hasta está modificando el lenguaje, el modo de ver la realidad.

JUAN GÉRVAS

El derecho a morir en casa (y a hacer lo que a uno le da la gana)
Morir en casa es un deseo natural. La tendencia mundial es a la prestación de servicios en el hogar, como bien demuestra, por ejemplo, el desarrollo de todo tipo de ofertas a domicilio, incluyendo el trabajo en casa. Es buen ejemplo, también, el inmenso proyecto de la Unión Europea, “Ambient Assisted Living” para promover el desarrollo tecnológico médico y práctico para facilitar la vida en el domicilio al anciano, incapacitado o enfermo crónico
http://www.aal-europe.eu/
http://equipocesca.org/innovacion-en-la-prestacion-de-servicios-a-domicilio-en-atencion-primaria-distribucion-de-funciones-y-tecnologias-resumen-del-seminario-de-innovacion-septiembre-de-2013/

El hogar es el refugio donde uno encuentra la paz y la seguridad, muchas veces sin saber exactamente porqué.

En la práctica, hoy en España es más frecuente morir en el hospital (¡incluso en la ambulancia yendo y volviendo del hospital para resolver nada!) que en casa. Pero es lógico evitar la muerte entre gente desconocida, en el ambiente frío e impersonal de un hospital.

Pronto será tan imposible morir en casa como nacer en casa… Se convierte en “sospechosa” toda muerte en casa
Morir es un hecho trascendente y sagrado, el “hecho” más importante de nuestra vida, con independencia de las ideas religiosas, filosóficas y/o éticas de cada cual. Este hecho único e irrepetible requiere un ambiente “sagrado”, íntimo, personal, familiar y humano: el propio hogar.


Pronto será tan imposible morir en casa como nacer en casa. Las ideas únicas se imponen irracional pero brutalmente. Así, se convierte en “sospechosa” toda muerte en casa y, a poco que uno se descuide, terminan apareciendo el juez y el forense, y el cadáver acaba en el Anatómico Forense, para la autopsia.

Terminarán obligando a morir y nacer en el hospital
Terminarán obligando a morir y nacer en el hospital, a recibir todas las vacunas habidas y por haber, a hacerse cribados contra el cáncer y a pasar “revisiones y chequeos” anuales. Pronto perderemos el derecho a hacer lo que nos dé la gana, y lo justificarán con excusas médicas pseudocientíficas. El negocio es el negocio y la “salud persecutoria” le da las bases para justificarlo
http://www.scielo.br/scielo.php?pid=S0034-89102007000300019&script=sci_arttext

La muerte y los galimatías tecnológicos médicos
El léxico refleja los valores culturales y sociales. Si el consumo de alcohol es importante, habrá cien palabras para describir una borrachera. Si el sexo coital es importante, las vulvas, los penes y los coitos reciben cientos de nombres. Si para el piloto de avión las nubes son importantes, tendrá un rico vocabulario sobre las mismas. Etc.

Nos reflejamos en el lenguaje, como individuos y como sociedad. El idioma es el más preciado, personal y común bien. Por eso los políticos tienden a monopolizarlo, a controlar la libertad del lenguaje, a declarar qué es y qué no es “políticamente correcto”.

Los médicos también imponen su lenguaje como una forma más de control social. Los médicos ya determinan la bondad/maldad de casi todo acto humano cotidiano y, así, pontifican sobre la mejor hora de ir a la playa, la dieta apropiada para cada día del bebé, el mejor deporte, el sexo prudente, las horas de sueño, el tránsito intestinal y mil cosas más. Pero eso no es suficiente, pues precisan imponer el lenguaje para hablar de todo ello. Triunfan totalmente cuando al final imponen un lenguaje que aceptan los pacientes y sus familiares, y la sociedad. Por ejemplo, todo lo que se refiere al cáncer y a “la batalla” en que se convierte su tratamiento, como si el que muere por cáncer perdiera la batalla por no guerrear con ánimo suficiente
http://www.theguardian.com/society/2014/apr/25/having-cancer-not-fight-or-battle

Los médicos también imponen su lenguaje como una forma más de control social.
El secuestro y la expropiación de la muerte dejan al moribundo aislado en la Unidad de Cuidados Intensivos (donde “se lucha” a brazo partido con la muerte, muchas veces partiendo al paciente a cachitos) o en una habitación destartalada en situación inhumana, muchas veces sin una silla para los familiares y amigos, que se tienen que turnar para estar al lado de quien se va y nunca volverá
https://www.actasanitaria.com/reivindicacion-de-la-silla-como-simbolo-de-la-innovacion-continua-en-el-trabajo-del-medico/

Sin o con silla, los médicos imponen su galimatías tecnológico, falsamente científico. Así, por ejemplo, ante una adolescente en coma por causas no bien conocidas, la conversación médica evita la compasión y la ternura y todo gira en torno a la “muerte cerebral” y a “la donación para seguir viviendo en otros”. Lo demás no importa, ni siquiera el enfoque más humano del cese de los latidos cardíacos y de la respiración. Tampoco se habla del cadáver, sino del cuerpo. Desde luego, no se menciona al moribundo sino al paciente. Tampoco se habla de agonía, sino del “proceso”. Parecería que no vaya a haber muerte propiamente dicha, seguida de descomposición. Tal adolescente no tiene una edad concreta y no se habla acerca de que ha perdido la vida en la flor de la misma. Todo es un poco ficción, una especie de historia que no deja brotar ni el dolor ni otros sentimientos. No se cita ni se habla de la soledad de ese cuerpo que late, no se contempla ningún sentimiento cierto, es todo apariencia, pura payasada cruel, un “mumbo-jumbo” tecnológico, en expresión inglesa de Shewnon
http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/15497227
http://jme.bmj.com/content/early/2015/01/09/medethics-2014-102460.extract

Esos “mumbo-jumbos” son galimatías sin más, ese tipo de frases y palabras confusas que no dicen nada pero que rellenan huecos e imponen ideas y acciones. Respecto a la muerte, logran distanciarla y reducen su importancia. Respecto a la donación, logran el absurdo éxito español de transplantes.

El morir en el hospital quita el aspecto sagrado que ha tenido para los humanos la muerte de uno de la tribu y lo transforma en un vulgar hecho, sin más
El morir en el hospital quita el aspecto sagrado que ha tenido para los humanos la muerte de uno de la tribu y lo transforma en un vulgar hecho, sin más. De allí al tanatorio, a una pecera que evita tocar el cadáver y muchas veces incluso verlo (se le expone ya “sepultado” en el ataúd). No hay velas, no hay fuego que se consuma y aluda a la finitud de la vida. Las conversaciones en los velatorios no se pueden ver animadas por el café y las bebidas de casa y una cafetería sirve de alivio. Los familiares trasladan los galimatías tecnológicos y eso les da cierto poder sobre la muerte. Todo se va en comentar las distintas intervenciones, los medicamentos empleados, las técnicas heroicas finales, los diagnósticos y las relaciones con los profesionales sanitarios hospitalarios, unos perfectos desconocidos. La palabrería insulsa y falsa de los médicos se convierte en santo y seña santos que todo el mundo repite. El vocabulario de la muerte ni existe.

La atención en el hospital es un poco como la guerra, que también impone su propio léxico para la muerte, estudiado por ejemplo respecto a la barbarie de la Guerra Civil en España, o a la guerra de guerrillas en Colombia
http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/41/TH_41_123_375_0.pdf
http://concursodeortografia.com/el-lexico-de-la-muerte
Ocultar y disfrazar la muerte
Con los galimatías tecnológicos médicos todo se vuelve “correcto”. Lo contrario no es sólo vulgar, sino obsceno. Por ejemplo, el único término posible y prudente es “falleció” y en su defecto “murió”. Lo demás es incorrecto, incluso se ha olvidado ya. Por ejemplo es casi imposible oír expresiones populares o cultas del estilo de:
  •  la palmó
  •  la espichó
  •  feneció
  •  se acabó
  •  expiró
  •  sucumbió
  •  estiró la pata
  •  la diñó
  •  se fue al otro barrio
  •  pereció
El problema de “ocultar y disfrazar la muerte” es complejo, pues se refiere a pulsiones profundas del ser humano. Al convertirnos en tales, hace quizá más de medio millón de años, fuimos conscientes de la muerte como fin del individuo, de nosotros mismos y de nuestros seres amados (y de ahí los ritos funerarios). Probablemente desde entonces aspiramos a “no morir”, a conservar a quienes hemos querido, y la respuesta fue primero religiosa, y ahora se pretende científica. Se niega la muerte y se oculta, como si el difunto se hubiera ido de viaje, por ejemplo. Es la típica reacción infantil que ahora deviene, casi, en norma social. Por eso se rechaza que el paciente muera a domicilio, para “no dejar huella en la casa” o, como se dice “es que luego esa habitación y cama no habrá quién las use”, aunque a veces se verbaliza: “en el hospital estará mejor atendido, allí le podrán hacer todo lo necesario”.

En este juego macabro de ocultar y disfrazar la muerte, el hospital cumple una función aparente definida
No morimos en el domicilio, sino en un lugar extraño, hospital, que aleja y ayuda a “disfrazar” el hecho de morir. La medicina substituye en mucho a la religión, y ahora son miles los que no piden un sacerdote sino un médico, cuando en realidad ya no hay nada que hacer excepto apoyar a morir con dignidad y sencillez, con valor y sin miedo, rodeados por los seres queridos, con la mano en la mano de quien nos ama, quizá una música que nos conmueva, el olor de una flor (o de un perfume) que tanto nos recuerda, la risa del niño de un vecino que adoramos, la visión de una luz o figura que nos agrada…

En este juego macabro de ocultar y disfrazar la muerte, el hospital cumple una función aparente definida, tipo el “haga todo-todo-todo por mi padre” (que está muriendo y lo que precisa es un ambiente sereno a domicilio, una familia unida, unos servicios sociales que apoyen y buenos médicos y enfermeras de cabecera que controlen el dolor y demás, y que llegado el caso ayuden a evitar una agonía inútil).

Los médicos expropian la muerte hasta las heces, hasta imponer y monopolizar un vocabulario, unas palabras “autorizadas y posibles”. Los moribundos pierden todos los derechos humanos y mueren “bien atendidos”, y “bien jodidos” (con perdón).

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