JUAN JOSÉ MILLÁS
La electricidad lleva camino de convertirse en caviar. Cada vatio, una hueva, no sabemos si de beluga o de sevruga, tendríamos que preguntarle a Miguel Blesa. Un producto prohibitivo, en fin, para la mayoría. Nuestros representantes políticos, si queda alguno que merezca ese nombre, deberían explicarnos cómo hemos llegado a esta situación en la que un servicio esencial ha devenido en artículo de lujo. Sería interesante que alguien escribiera una historia de la luz, donde se nos contara cómo se privatizó este sector estratégico, en manos de quién se encuentra ahora, y cómo calmar su voracidad. No entendemos la trampa verbal del llamado “déficit tarifario” cuando Endesa, por ejemplo, obtuvo 2.212 millones de euros de beneficios netos en 2011. Ya me gustaría vivir con un déficit económico de esa naturaleza.
Las eléctricas son empresas reguladas, de modo que una parte de las subidas las decide el mercado y otra parte el Gobierno. El problema es que, en esto de las subidas, el ministro de Industria no solo obedece ciegamente al mercado, sino que ha decidido obedecerse a sí mismo tras una breve etapa de rebeldía en la que no acababa de ponerse de acuerdo con su conciencia. Ignoramos qué parte de él ganó a qué otra, lo cierto es que después de jurar que no lo haría, lo ha hecho. El resultado es que nos van a dar por los dos lados. Si hubiera tres, nos darían por los tres. Seguro que hay alguien trabajando en ello.
La oposición en bloque, en un acto de caridad, que no de justicia, ha propuesto en el Parlamento que no se cortara la luz, durante los días de frío, a las familias pobres. El PP, tras calificar la iniciativa de demagógica, ha votado que no. Quiere decirse que este invierno morirán helados bebés demagógicos y ancianos demagógicos y enfermos en general demagógicos. Todo esto empieza a ser la hostia.
Ningún comentario:
Publicar un comentario