mércores, 4 de decembro de 2013

El tiempo entre Marhuendas

Moncho Alpuente

En contra de todas las previsiones, la multiplicación de canales de la TDT ha reducido el zapeo y ha incrementado la fidelidad de los televidentes que han encontrado sus nichos favoritos y se acomodan en ellos. Los programas de opinión suelen salir baratos y cunden mucho y los opinadores se repiten y repiten sus argumentos en canales y canalillos de bajo presupuesto para poder llegar a fin de mes. Algunos como el imprescindible Paco Marhuenda no necesitan cobrar emolumento alguno, están pagados, pagados de sí mismos y pagados por sus mentores políticos que financian los medios en los que trabajan. ¿Cuándo trabajan si pasan la mayor parte de su tiempo entre debate y tertulia defendiendo a los suyos?. Una pregunta que los “marhuendas” suelen soslayar y que sus mentores no suelen hacer porque les basta con verles allí, en las trincheras catódicas defendiendo a  su gobierno, explicando a Montoro, descifrando a Guindos e interpretando los silencios de Rajoy que solo les habla a ellos al oído y deja en sus manos la defensa del bunker. Marhuenda, paradigma de contertulio adicto al PP hasta el delirio, cuando se ve acorralado por sus rivales, repite como un mantra: Vale, Rajoy es malo, el PP es malo, solo la izquierda es buena y vosotros sois izquierdistas radicales, extremistas irredentos y saboteadores de la marca España. Marhuenda, y todos los marhuendas que en los platós son, utilizan otra línea de argumentación que pasa por citar lo que supuestamente se hace en otros países tan civilizados como el nuestro, en Los Estados Unidos, en Alemania, o en Nueva Zelanda si  viene al caso, países que siguen el ejemplo de esa España que es el asombro del mundo, aunque por razones muy diferentes de las que exhiben con desparpajo y despropósito los sumisos marhuendas. Luego, estos mismos argumentadores, cuando uno de la bancada opuesta cita en defensa de sus argumentos a los Estados Unidos, salen al quite: “Ya, pero no estamos en los Estados Unidos, estamos en España”, única verdad que comparto con ellos. Efectivamente estamos en España, una, grande y en libertad vigilada.
Por necesidades del oficio no me cuento entre los espectadores fidelizados por un canal concreto. El trabajo de crítico de televisión es muy duro, al final de la jornada a uno le duele el dedo de zapear y le bullen en la cabeza frases inconexas, fragmentos de un discurso idiota y reiterativo. Lo peor de estos debates diarios que conforman la línea medular de algunos canales es que se parecen demasiado. Si le quitamos la voz al aparato nos costará distinguir entre unos y otros, solo veremos a media docena de bustos parlantes atropellándose los unos a los otros sin moverse del asiento. Para dinamizar estos programas sus responsable podrían utilizar los recursos que le dan vida, larga y patética vida, a “Sálvame”. Vale, no es lo mismo hablar sobre la prima de riesgo que parlotear sobre la prima del exnovio de la hija del cuñado de Ortega Cano. Pero lo que hay que copiar de “Sálvame” no es la temática, ni la estética, ni (válgame el cielo) la ética sino la dinámica. Cuanto mejorarían esos debates hieráticos si, como ocurre en el magazine diario de Tele 5 los debatientes fueran todos culos de mal asiento y se levantaran para encararse con sus compañeros o sus invitados y luego bailaran “el chuminero” antes de pronunciar sus alegatos.
“Sálvame” no es un debate, es una terapia de grupo y los contertulios enfermos mentales que se desahogan a placer hasta que la dirección del programa les manda de verdad al psiquiatra para desintoxicarles de sí mismos. Los peri-patéticos contertulios de “Sálvame” cuando están en sus asientos comen, beben y teclean frenéticos en sus móviles para ver si algún “aludido”, o en su defecto la vecina de al lado de un aludido, les llama para proporcionarles una exclusiva. Los contertulios de “Sálvame” se exponen todas las semanas a una tensión frenética, se atropellan, se interrumpen, lloran y ríen, se someten a un polígrafo como presuntos delincuentes bajo la mirada irónica y sádica del cómitre, Jorge Javier. Se merecen el sueldo que ganan aunque tengan que invertir sus beneficios en pagarse un tratamiento psiquiátrico homologado.

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