domingo, 23 de abril de 2017

Marhuenda y los de su clase

Resultado de imaxes para Premios periodismo Ignacio gonzalez
Antonio Maestre
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En una ocasión escuché a Francisco Marhuenda decir que él no se tomaba vacaciones de las tertulias porque tenía que defender la posición de sus jefes. Las grabaciones de la Policía sobre las que se sustenta su imputación por coacción solo vienen a refrendar algo que él ya ha demostrado en multitud de ocasiones con su periódico: no importa dirimir si cometió delito para saber que ha quedado invalidado para ejercer como periodista, si alguna vez lo hizo. Su labor no es hacer periodismo sino defender la posición de los que le pusieron al mando del diario. Defender a los de su clase. Aunque para ellos él solo sea una pieza a intercambiar en caso de problemas. El periodismo está lleno de representantes de la clase dominante que tienen como único objetivo perpetuar los privilegios de los suyos frente a los trabajadores. Las grabaciones del director de La Razón son solo una prueba más de algo plenamente conocido.
Las élites, el establishment, la casta, la trama, la burguesía, los de arriba, son diferentes formas de denominar a aquellos que en la guerra de clases están apalizando a la clase obrera. “Le hemos dicho que eres un soldado nuestro, que eres intocable para nosotros y ella por las malas tiene mucho que perder. En una guerra no puede ganar”, decía Marhuenda a Edmundo Rodríguez Sobrino, consejero delegado de La Razón, y que ahora duerme en la cárcel. Ese lenguaje bélico no es casual en privado, pero es algo que negará en público. Que la lucha de clases es un invento de los izquierdistas trasnochados suele ser su manera de plantear en sus innumerables participaciones en televisión que eso ya no existe para que los de su clase sigan lucrándose a costa del esfuerzo de los trabajadores.
La guerra de clases se juega de manera indispensable en el plano mediático. Por eso Marhuenda está siempre en televisión, radio y papel defendiendo la posición de sus jefes. Porque además le tienen bien enseñado. “Yo le he dicho (a Marhuenda) que su continuidad depende de esto”, decía Mauricio Casals, presidente de La Razón y consejero de Atresmedia, a Rodríguez Sobrino. Establecer relatos que pongan en tela de juicio los discursos de propagandistas que fingen ser periodistas es imprescindible. Y hacerlo en su campo de batalla. La presencia en los medios de los soldados que defienden los privilegios de la clase dominante no faltará. Nunca falta. Es imprescindible aumentar la representatividad en los medios de comunicación de gente honesta, de profesionales que hagan su trabajo, de representantes de la clase obrera, de mujeres, de migrantes. Solo una mayor presencia en el campo de batalla mediático propiciará poner en cuestión el relato interesado de los que miran desde arriba a los que sufren.
Francisco Marhuenda ha ido a declarar a la Audiencia Nacional por hacer algo que todos sabíamos, utilizar los medios de comunicación para defender los privilegios de una clase a la que él aspira a pertenecer pero que ahora solo le tiene contratado para servirla. Los periodistas somos los principales responsables de que estos modos de actuación no tengan una mayor sanción social. La Asociación de la Prensa de Madrid (APM), que montó una campaña contra el partido político que con mayor intensidad cuestiona el dominio de las élites, mantiene un prudente silencio al ver cómo unos pocos se sirven de la profesión para sus negocios y cometidos.
La APM eligió en el año 2013 a Ignacio González como anfitrión para los premios de periodismo que cada temporada otorga. En aquel año ya se conocía el uso fraudulento de Telemadrid por parte del PP que él y Aguirre llevaron a cabo y que culminaría con el despido de 800 trabajadores. En aquel año ya se conocía la demanda que había realizado contra Pilar Velasco, de la Cadena SER por la publicación de la información sobre las bolsas de basura en Colombia. En aquel año ya se conocía la demanda que había interpuesto contra Ignacio Escolar por informaciones sobre el campo de golf del Canal de Isabel II. Quien no respeta su profesión no puede exigir respeto para los que la ejercen.

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