¿Qué se hace cuando se sabe que el hombre que ha matado a 49 personas -la mayoría de ellos homosexuales y de color- y que ha herido a otras 53 en un local gay puede haber sido un asiduo del pub y se le ha visto utilizar aplicaciones para ligar con el colectivo homosexual?
Uno de los sucesos más horribles y devastadores de la historia moderna de Estados Unidos amenaza con volverse aún peor.
De repente, en vez de simplemente (o no tanto) echar la culpa de la masacre a la peligrosa mezcla de odio, al extremismo, a las enfermedades mentales y a la permisiva regulación de armas, ahora tenemos que lidiar con el horripilante y familiar fantasma de la homofobia interiorizada que perseguirá a esta tragedia para siempre.
Lo que más odiamos de los demás suele ser lo que más odiamos de nosotros mismos y ese odio puede acarrear terribles consecuencias.
No sabemos si el asesino era gay (aunque eso no ha impedido que algunos medios de comunicación explotaran la posibilidad con fines sensacionalistas) y puede que nunca conozcamos ninguno de los secretos que han podido escabullirse en ese pasillo largo y oscuro que había entre su cabeza y su corazón. Desgraciadamente, no sería sorprendente que fuera gay. Según un estudio publicado en la edición de abril de 2012 del Journal of Personality and Social Psychology, "los participantes que se consideraban heterosexuales (a pesar de tener deseos ocultos sexuales con personas de su mismo sexo) son los que más probabilidades tienen de adoptar una actitud hostil ante personas gays. Por ejemplo, los propios participantes reportaron haber adoptado una actitud en contra de los homosexuales, haber apoyado medidas en contra de la población homosexual y haberse mostrado a favor de castigar duramente a los homosexuales".
Dicho de forma simple: lo que más odiamos de los demás suele ser lo que más odiamos de nosotros mismos y ese odio puede acarrear terribles consecuencias. No es una verdad recién descubierta, es una de las historias más antiguas y tristes de la historia de la humanidad. Pero recordar esta verdad puede ofrecernos una nueva manera de reimaginarnos tanto a nosotros mismos como a nuestra cultura en lo que parece ser el atardecer interminable (y asfixiante) de la masacre del domingo.
¿Y ahora qué hacemos? ¿Cómo nos movilizamos ante el odio, nuestro odio o el de los demás? Independientemente de la sexualidad del asesino, deberíamos aprovechar esta oportunidad para centrar nuestra atención en los peligros y la desolación de estar dentro del armario y para unirnos para acabar con él. A todos los que puedan salir del armario, les aconsejo humildemente que lo hagan. A todos los que ya han salido, que quieren a alguien que ha salido o que va a salir, hay que ofrecerles apoyo.
La homofobia -interiorizada o no- es el producto de una sociedad que enseña y aprecia el miedo, la vergüenza y el secretismo con respecto a las identidades sexuales LGBT.
La homofobia -interiorizada o no- es el producto de una sociedad que enseña y aprecia el miedo, la vergüenza y el secretismo con respecto a las identidades sexuales LGBT. El hecho de salir del armario libera a esos tres demonios perjudiciales. Cuanto antes nos levantemos y digamos "así soy yo, ¿y qué pasa?", antes cambiaremos la manera en la que entendemos lo que significa ser -y quién puede ser- gay, y antes empezaremos a eliminar la intolerancia contra las personas LGBT, especialmente si esa intolerancia se fomenta por nuestra propia sexualidad (ya sea clandestina o desconocida).
Me entristece que, en 2016, después de todas las luchas, sacrificios y victorias, todavía queda demasiada gente escondida en el armario por miedo a lo que ocurriría al salir. Algunos de estos miedos son perfectamente válidos y comprensibles: la pérdida de casa, trabajo o incluso de sus vidas, literalmente. A los que no pueden salir del armario con garantías de seguridad, les pido que no salgan. Quedaos donde estáis hasta que podáis escapar de vuestras circunstancias -si llega el momento- y, después, venid con nosotros. Seguiremos luchando por vosotros mientras esperamos a que podáis uniros a nuestro lado. Pero, para el resto, independientemente de lo incómodo que sea, de lo agónico o de la vulnerabilidad, si podéis salir del armario, tenéis que hacerlo. Os lo debéis y, lo que es más, nos lo debéis a los demás por haber ayudado a cambiar la opinión que tiene el resto del mundo sobre nosotros.
Mientras escribo esto ya soy capaz de imaginarme los comentarios que me esperarán en las redes sociales como respuesta a este post. Sé que muchas personas no estarán de acuerdo conmigo y dirán que la orientación sexual de otra persona no es de mi incumbencia, que es "privado" y -lo que más me sorprendería- que salir del armario no tiene importancia. Claro que la tiene. Hemos visto una y otra vez que ser quienes somos sin ningún tipo de explicación o disculpa es la mejor arma que tenemos para conseguir cambiar la opinión de los demás con respecto a quiénes somos y de qué somos capaces.
No hay ninguna persona heterosexual que diga "no voy a decir que soy hetero porque es algo privado".
Y, como ya he escrito antes, la orientación no debería ser algo privado. No hay ninguna persona heterosexual que diga "no voy a decir que soy hetero porque es algo privado". Eso nunca pasa. ¿Sabéis por qué? Porque ser heterosexual no es algo de lo que avergonzarse. Igual que cualquier otro rasgo con el que nace un hetero -el color de los ojos, la altura, la habilidad de tener memoria fotográfica-, simplemente es otra parte de ellos. El único momento en el que la orientación sexual tiene que ser privada o en el que la gente dice "¡tenemos derecho a la privacidad!" es cuando hablamos de una identidad sexual LGBT. ¿Por qué las personas se aferran tanto a esa privacidad? Porque les avergüenza o les da miedo lo que ocurrirá si el resto de personas saben cómo son de verdad; además, en nuestra sociedad está arraigado el hecho de que una orientación sexual diferente a la heterosexual nos hace inmorales, antinaturales o malos. Pero no somos así. Al defender el armario, por muy buenas intenciones que se tengan, se están defendiendo esas mentiras y se está dejando claro que no está bien. Ya no está bien.
Ya basta.
Ya basta de borrar nuestras huellas. Ya basta de borrar las huellas de los demás. Ya basta de poner excusas y de negarse a retomar el camino por donde nuestros antecesores LGBT lo dejaron, ese camino de esfuerzo para liberarnos del miedo de ser nosotros mismos. ¿Cómo nos atrevemos? ¿Quiénes nos creemos para darles la espalda?
Sé que es duro. Todo esto es duro. El mero hecho de vivir en Estados Unidos y de ser miembro de la comunidad LGBT es agotador cualquier día de la semana. Aún más después del 12 de junio de 2016. He pasado tres días aparentemente interminables con náuseas por culpa de pasar de la ira al dolor constantemente. Durante la semana pasada, he llorado delante de compañeros de trabajo, de televisiones y de desconocidos. Más que el resto de todas las semanas de mi vida juntas.
Salir del armario es duro, pero tenemos que seguir haciéndolo. Todos los días. Aunque duela. Especialmente cuando duela. Así conseguiremos avanzar. Así es como lucharemos para asegurarnos de que cada vez menos gente, independientemente de su orientación sexual, piense que la homosexualidad -la suya o la de los demás- es algo peligroso o enfermizo. Así es como honraremos a los que hemos perdido esta semana, la semana pasada, el año pasado, hace diez años y así hasta llegar al principio, donde todos éramos inocentes y no teníamos miedo. Entonces podremos comenzar de nuevo.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros.
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