sábado, 18 de xuño de 2016

Hollande y Valls dejan a la deriva el barco socialista francés

La reforma laboral y las movilizaciones contra ella han terminado de rematar el descrédito del gobierno. El presidente llega a su cuarto año de mandato con un índice de aprobación del 14%, el mínimo histórico en la V República

PABLO LAPUENTE TIANA
http://ctxt.es/es/

Manuel Valls y François Hollande.

LUIS GRAÑENA
Francia se está convirtiendo en algo así como el vórtice de Europa, donde se concentra el torbellino de problemas e incertidumbres de la realidad europea actual, afirmaba recientemente Iñaki Gabilondo. Y en efecto, ahora mismo hay en Francia cosas como un gobierno socialista cuyas políticas de ajuste deficitario ha impulsado un movimiento de ocupación de plazas y huelgas generalizadas. Además, afronta el terrorismo yihadista, que alimenta el discurso del odio hacia los refugiados e inmigrantes. También, el euroescepticismo, la crisis del bipartidismo y el resurgimiento de la extrema derecha. La celebración de la Eurocopa esta semana ha revestido todo esto, además, de un cierto carácter simbólico, como si la fuerza centrípeta del torbellino hubiera acabado hasta por reunir todas las naciones europeas dentro de Francia. Sin embargo, estos elementos no están fijos. Se mueven, como buscando su lugar de cara a 2017, año importante, año de elecciones presidenciales, de las que todo es incierto salvo que el Partido Socialista no las ganará.
En 2012, la mayoría de los votantes fueron seducidos por ese candidato de aspecto anodino llamado François Hollande que clamaba contra la impunidad de los poderes financieros. Hollande logró capitalizar el descontento de la población con Nicolas Sarkozy, cuyas políticas neoliberales y escándalos de corrupción habían dejado su popularidad por los suelos. Uno de los aciertos estratégicos de la campaña de Hollande fue vampirizar el discurso de un rival emergente, Jean-Luc Mélenchon, que reivindicaba más economía social frente a los privilegios de las élites. El tono anti-establishment de Mélenchon fue minuciosamente reproducido por los socialistas durante la campaña, arrebatándole una buena parte de su poder de movilización. Hollande era el primer presidente de izquierdas desde hacía quince años.
Cuatro años después, la mayoría de la población coincide en hacer un pésimo balance de la actividad del gobierno: el paro ha aumentado y se ha recortado el gasto público, se ha subido el IVA y liberalizado profesiones reguladas; se ha incrementado la política exterior intervencionista y la militarización de los espacios públicos. Entre todo esto, la medida más impopular, con un 70% de rechazo ciudadano, ha sido la reforma laboral que propone primar los acuerdos de empresa sobre los convenios colectivos, rebajar las indemnizaciones, aumentar el horario laboral legal y facilitar los despidos.
La reforma laboral terminó de rematar el descrédito del gobierno. Hoy, François Hollande llega a su cuarto año como presidente con un índice de aprobación del 14%, el mínimo histórico en la V República. Su primer ministro, el otrora popular Manuel Valls, le sigue de cerca con un 19%, viendo cada vez más frustradas sus pretensiones de reemplazar a Hollande en las próximas elecciones. El descontento con la reforma laboral se ha cebado también con el titular de Economía, Emmanuel Macron, exdirectivo de Rothschild y paradigma del político-yuppie. No es un secreto para nadie que Macron calcula, aún más descaradamente que Valls, el momento para saltar del barco socialista y anunciar su candidatura a bordo de un flamante proyecto hecho a su medida, la plataforma En Marche, cuyas posibilidades de éxito no parecen demasiado claras por el momento.
La única estrella emergente de la política es ultraderechista y se llama Marine Le Pen
Valls y Macron. Las intrigas de estos arribistas indican que el barco socialista se hunde, que no irá más allá de 2017, y que sólo unos pocos espabilados podrán salvarse si se las arreglan para salir ilesos de estos meses de zozobra. Su destino es, sin embargo, el trasunto de un naufragio mayor, el de la socialdemocracia europea, incapaz de ofrecer prácticamente nada distinto de sus adversarios de la derecha. La decadencia del Partido Socialista indica un cambio de ciclo. ¿Quién podría recuperar este electorado desencantado de Hollande? No se sabe. El gran partido de la derecha, Les Républicains, arrastra desde hace un par de años conflictos internos  y escándalos de corrupción que frustran la pretensión de Nicolas Sarkozy de volver a ser presidente. Entre sus filas, sólo el insustancial Alain Juppé parece partir en buena posición, aunque más por inercia que otra cosa.
La única estrella emergente de la política es ultraderechista y se llama Marine Le Pen, ¿podría ella ganar la presidencia? Tras los ataques terroristas del Bataclan, el Front National logró en las elecciones regionales unos resultados inéditos, disputando cuatro regiones por primera vez en su historia. El mapa que quedó tras la segunda vuelta fue sin embargo estrictamente bicolor. La segunda vuelta es el mal crónico que persigue al FN. Pese al proceso de desdiabolización emprendido por Marine Le Pen, que ha pasado entre otras cosas por desembarazarse de elementos filofascistas como su padre, no ha conseguido todavía derribar ese muro electoral. Todos los elementos, sin embargo, juegan esta vez a su favor. Los ataques terroristas y la crisis de los refugiados encajan perfectamente con su discurso sobre el fanatismo musulmán, divulgado por intelectuales mediáticos como Alain Finkielkraut o Éric Zemmour; por otro lado, Le Pen ha sido lo suficientemente astuta como para abanderar la defensa de las políticas sociales dejadas de lado por la izquierda hegemónica.
Fuera de las instituciones, el descontento generalizado con la reforma laboral ha generado un interesante movimiento que merece nuestra atención. Nuit Debout, el movimiento de ocupación de plazas, nace en un contexto de luchas sindicales, y aunque posea muchos elementos análogos con el 15M, esta es sin duda una de sus singularidades. Desde el comienzo se vio como una necesidad táctica la aleación de los movimientos de las plazas, constituidas en su mayor parte por clases medias precarizadas, y las organizaciones sindicales. Esta voluntad de unirse, que interpela de algún modo a la malograda unión de estudiantes y obreros en Mayo del 68, se tentó el 28 de abril en la plaza de la República, con un discurso del líder de la CGT, Philippe Martinez, ante miles de personas reunidas en asamblea. Uno de los resultados de esta mezcla ha sido una mayor transversalidad de las movilizaciones contra la reforma laboral, a través de flashmobs, la ocupación de espacios públicos o la incorporación de jóvenes alejados del mundo sindical.
Lejos de ir debilitándose, las movilizaciones sindicales y/o ciudadanas contra la reforma laboral han ido creciendo
Lejos de ir debilitándose, las movilizaciones sindicales y/o ciudadanas contra la reforma laboral han ido creciendo. Este martes 14 de junio, con la Eurocopa ocupando ya portadas y horas de televisión en todo el mundo, se producía la última gran jornada de manifestaciones. Según los sindicatos convocantes, Force Ouvrière, CGT y Solidaires, más de un millón de personas desfilaron en París (1.300.000 en toda Francia). La Prefectura reduce la cifra a 75.000 personas en la capital. Sea una cifra u otra la que se elija, suma más gente que en las anteriores jornadas del 9 y 31 de marzo, el día elegido por un colectivo de 30-40 personas, Convergence de luttes, para lanzar la Nuit Debout. Tras los incidentes violentos de la marcha de París, el Gobierno francés ha anunciado su intención de no autorizar más manifestaciones si la preservación de “bienes y personas” no puede ser "garantizada". Manuel Valls había exigido previamente a la CGT, en una entrevista radiofónica en France Inter, que no organizase más este tipo de actos, en los que los "violentos querían sin duda matar" a algún policía. 
En la plaza de la República se ha conseguido poner sobre la mesa dos elementos que podrían confrontar los intereses de los tres grandes partidos políticos en liza, pero especialmente al Front National. Por un lado, ocupar una plaza, reunirse todos los días sin autorización, ha roto de facto con las lógicas del Estado de emergencia impuestas tras los atentados de noviembre. El régimen del miedo es el escenario más favorable para el discurso del Front National, y Nuit Debout lo ha desactivado simplemente bajando a la calle desde hace ya dos meses y medio. Por otro lado, ha contribuido a divulgar un relato similar al del 15M, que señala a las élites como responsables de la precariedad y la falta de perspectivas, desviándose de aquel que responsabiliza sobre todo a la inmigración. Por esto podemos entender la virulencia de los ataques de Le Pen hacia Nuit Debout, no tanto por lo que este discurso es ahora como por lo que podría producir. El Front National, es cierto, ha logrado crecer gracias al descontento social, pero su fuerza es todavía en gran parte deudora del descrédito de sus rivales, que se ven obligados a reproducir sus argumentos para detener la sangría de electores, y que, entre Valls despotricando de los gitanos y Sarkozy de los árabes, otorgan a Marine Le Pen una cierta posición de centralidad. Sin embargo, su posición es más frágil de lo que parece, su voto todavía depende excesivamente del descontento. Su talón de Aquiles es la ausencia de un proyecto en positivo. Le Pen crece gracias al letargo de la política francesa. Nada le estorbaría más que un movimiento como Nuit Debout despertara un nuevo proyecto político, quién sabe con qué consecuencias.
Mientras tanto, lo que parece seguro es que en 2017 el Partido Socialista se dará de bruces en la primera vuelta, y en la segunda el pueblo francés tendrá que elegir entre Les Républicains y el Front National. ¿Sería menos desolador si Hollande pasara a la segunda vuelta? Nada es seguro sobre lo que traerá el previsible naufragio socialista, todavía no hay cartografías para orientarse en ese territorio, quizás ni siquiera la composición de la Asamblea Nacional tras las elecciones nos ofrezca un mapa duradero de la realidad política. Quizás habrá entonces que volver de nuevo la vista al resto de países europeos (¿España, Hungría, Gran Bretaña?) para adivinar qué nos deparará la Francia de los próximos años.

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