Rajoy sueña una semana antes del 26J una televisión pública independiente como la británica, de la que no entiende el audio porque no sabe inglés, mientras su brazo ejecutor en RTVE, elegido sin consenso tras un oportuno cambio de ley, se jacta en sede parlamentaria de ser votante y afín al PP
Raquel Pérez Ejerique
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Mariano Rajoy quiere una televisión pública "independiente" como la BBC a ocho días de las elecciones. Cinco meses después de ganar las que le llevaron al gobierno en 2011 hizo lo contrario: cambió la ley para poder elegir al presidente de RTVE, un cargo ejecutivo, sin consenso. A partir de ese momento, una mayoría simple del parlamento, en lugar de dos tercios, elegiría al líder de RTVE, lo que de facto supone que lo nombra el gobierno de turno. Rajoy entonces no imaginaba más que el turnismo, y se complacía con la idea de que el PP manoseara la televisión pública cuando ganara y que hiciera lo propio el PSOE cuando le tocara.
La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría explicó en su momento el cambio, dejando ver que el espíritu BBC ya inspiraba las decisiones del recién estrenado gobierno: el consenso es un coñazo, obliga a perder tiempo mientras hay cosas importantes esperando, problemas "muy graves", dijo. Se les ocurrió acabar con el consenso en lugar de acabar con los problemas, que hoy son peores que en 2011. La audiencia ha abandonado a la cadena pública. Las pérdidas galopan sin freno pese a que Hacienda les ha perdonado el IVA. Su credibilidad tiende a cero. Los informativos se sintonizan en color sepia.
Rajoy sueña una semana antes del 26J una televisión pública independiente como la británica, de la que debe adorar solo el vídeo porque no entiende el audio –no sabe inglés– mientras su brazo ejecutor en RTVE se jacta en sede parlamentaria de que vota al PP y lo va a seguir haciendo y contrata una redacción afín en la sombra que brilla y deslumbra la información en los telediarios. Los nuevos partidos están infrarrepresentados en la escaleta, el documental del Rey no se emite porque no sale Mariano, se habla más de Venezuela que del paro, se compran películas que no se emiten, se gastan 300.000 euros en sueldos de directivos cercanos y se barre a otros hasta los quicios de las puertas, con la esperanza de que un día se cansen, giren el pomo y salgan por ella.
El presidente de Gobierno se mira en el espejo y ve a David Cameron con su televisión molona. Lo que vemos el resto es a un hombre aburrido, de intelecto viejo y léxico desgastado que ha conseguido hacer, con 6.000 empleados y 1.000 millones de euros, una televisión igual de aburrida, vieja y desgastada. Como los perros y sus dueños, el gobernador de la tele y lo que sale por ella han acabado por parecerse. La sociedad que la financia ya no la enchufa para las cosas importantes. Ni elecciones, ni debates, ni política. Según el CIS, La Sexta, que no le llega ni a la suela del presupuesto, le ha desplazado en este servicio público.
Rajoy dice que imagina documentales de calidad, telediarios con pulso, programas de investigación. En su cabeza ensaya respuestas rápidas y sagaces a preguntas de un agresivo Stephen Sackur en el programa HARDtalk. Pero cuando se despierta no admite preguntas y limita las entrevistas y los debates. En su mundo ideal, al líder de RTVE se le elige por méritos y los españoles amamos más a nuestra tele que a nuestra familia. Pero cuando llega su turno nos empaqueta a un amigo ideológico y votante confeso y nos pone ante los ojos informativos retroactivos de los años 90. Lo que Rajoy quiere es la BBC de manipulación Burda, contenidos Banales y libertad Castrada. Promesa cumplida.
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