África, esa cosa tan grande, ¿verdad? Ese continente tan rico en recursos y sobre todo en personas. Esa mirada honesta, sacrificada, esa cara amable a pesar de las guerras, el hambre, el sufrimiento. Los niños soldado, las pateras, las armas de contrabando y la cocanía. No saben nada, se mueren todos de hambre, todos se matan en guerras fraticidas donde se encomiendan al vudú. Moscas, barrigas hinchadas, dientes blancos y ojos encharcados. It’s time for Africa.
Los estereotipos.
Para periodistas y ONG no es fácil hacer un relato veraz y complejo de los mundos que no nos pertenecen. A veces queremos ayudar y no hacemos sino sin cavar más hondo en la peligrosa mina de los estereotipos, de donde salen artefactos mediáticos tan brillantes como llenos de aristas.
El "efecto ayuda", ha escrito Paz Vaello en eldiario.es. "Donar a golpe de emoción", han escrito este lunes Óscar Gutiérrez y Ana Carbajosa en El País. Que la solidaridad o el periodismo dependan de chutes de sensibilidad no es una novedad, y resistir esa tentación forma parte de nuestro trabajo. Lo peor: cuanta más emoción se ponga en el asador, más caña te pide el cuerpo. Cuanto más sube la tolerancia, mayor debe ser la dosis para obtener los resultados deseados.
Pero hay cosas que están por encima de los debates entre sensibilidad y caricatura, entre la eficacia y la complejidad; hay cosas que son directamente pornografía humanitaria. La exposición, cosificación y yuxtaposición de historias dramáticas para golpear tan fuerte y de manera tan de brocha gorda que solo se persigue disparar las sensaciones físicas, provocar una reacción irracional basada en ese estímulo y no en una lógica.
Para identificar casos extremos de pornografía humanitaria están los premios Rusty Radiators Award, puestos en marcha por la ONG noruega SAIH con el vídeo que abre este texto, donde hablan con ironía sobre los tópicos de las campañas humanitarias. Los premios identifican campañas de captación de fondos de organizaciones que según sus criterios incurren claramente en la perpetuación de estereotipos. Y viendo los candidatos, no hay duda:
¿Y entonces cómo? Pues estos premios tienen una parte amable que destacan el buen enfoque de las campañas. Este resume bien cómo se puede hacer un relato duro y a la vez racional, sensible y a la vez argumentado; estéticamente potente e innovador sin dejar de ser responsable. Un anuncio, sí; o un reportaje que llame la atención, vale. Pero no pornografía humanitaria.
Para periodistas y ONG no es fácil hacer un relato veraz y complejo de los mundos que no nos pertenecen. A veces queremos ayudar y no hacemos sino sin cavar más hondo en la peligrosa mina de los estereotipos, de donde salen artefactos mediáticos tan brillantes como llenos de aristas.
El "efecto ayuda", ha escrito Paz Vaello en eldiario.es. "Donar a golpe de emoción", han escrito este lunes Óscar Gutiérrez y Ana Carbajosa en El País. Que la solidaridad o el periodismo dependan de chutes de sensibilidad no es una novedad, y resistir esa tentación forma parte de nuestro trabajo. Lo peor: cuanta más emoción se ponga en el asador, más caña te pide el cuerpo. Cuanto más sube la tolerancia, mayor debe ser la dosis para obtener los resultados deseados.
Pero hay cosas que están por encima de los debates entre sensibilidad y caricatura, entre la eficacia y la complejidad; hay cosas que son directamente pornografía humanitaria. La exposición, cosificación y yuxtaposición de historias dramáticas para golpear tan fuerte y de manera tan de brocha gorda que solo se persigue disparar las sensaciones físicas, provocar una reacción irracional basada en ese estímulo y no en una lógica.
Para identificar casos extremos de pornografía humanitaria están los premios Rusty Radiators Award, puestos en marcha por la ONG noruega SAIH con el vídeo que abre este texto, donde hablan con ironía sobre los tópicos de las campañas humanitarias. Los premios identifican campañas de captación de fondos de organizaciones que según sus criterios incurren claramente en la perpetuación de estereotipos. Y viendo los candidatos, no hay duda:
Este de arriba es uno de los peores. Una ametralladora dispara caras de niños tristes sobre nosotros sin más contexto de sus vidas (ni si quiera sabemos en qué país estamos) que la constatación de que sufren mucho. Un señor aparentemente conocido nos dice: "Me habéis visto antes en lugares como este (…) pero lo que no habéis visto es a un niño como Isaac, bajo una puerta, preguntándote '¿me traerás un sponsor? ¿alguien va ayudarme?'". A su lado, Isaac – creamos que al menos sí que se llama Isaac – hace como puede su papel. De fondo, música para la ocasión.
Y este otro de abajo rompe con el espíritu de una gran organización como UNICEF. La mala práctica en este caso es la lógica de que los problemas del mundo tienen arreglo fácil. "Qué pasaría si todo lo que tuvieras que hacer es rascarte los bolsillos y sacar 50 centavos para salvar la vida de ese niño", dice una actriz de ojos dramáticos. "Nunca ha sido tan fácil salvar la vida de un niño", insiste. "Con dos monedas", vuelve a decir. Y todos sabemos que no.
Puedes ver más ejemplos y votar en su web.Y este otro de abajo rompe con el espíritu de una gran organización como UNICEF. La mala práctica en este caso es la lógica de que los problemas del mundo tienen arreglo fácil. "Qué pasaría si todo lo que tuvieras que hacer es rascarte los bolsillos y sacar 50 centavos para salvar la vida de ese niño", dice una actriz de ojos dramáticos. "Nunca ha sido tan fácil salvar la vida de un niño", insiste. "Con dos monedas", vuelve a decir. Y todos sabemos que no.
¿Y entonces cómo? Pues estos premios tienen una parte amable que destacan el buen enfoque de las campañas. Este resume bien cómo se puede hacer un relato duro y a la vez racional, sensible y a la vez argumentado; estéticamente potente e innovador sin dejar de ser responsable. Un anuncio, sí; o un reportaje que llame la atención, vale. Pero no pornografía humanitaria.
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