David Torres
Es difícil saber quién fue el vencedor del debate sobre el estado de la nación, aunque está bien claro cuál fue el perdedor: la nación. Puede que la democracia parlamentaria tuviera un sentido allá a finales del siglo XIX, cuando la gente todavía sabía hablar, pero no sirve de mucho perder el día entero escuchando a sendos magnetófonos repitiendo una y otra vez sus cansinas avalanchas de datos. El debate entre Mariano y Alfredo podía haberse resuelto en siete entradas de twittery aún sobraban caracteres. Todos hemos oído discusiones en la cola del supermercado, entre la cajera y una señora que se confunde con el precio del lavavajillas, con mucha más enjundia y profundidad intelectual.
Sin embargo, se generó cierto interés porque el de este año ha sido probablemente el primer debate de ciencia-ficción. A Mariano le han escrito un discurso como para presentarlo en Hollywood y rodar la segunda parte de El mago de Oz. Casi todos los presidentes viven en un cuento de hadas (empezando por la Moncloa, que para algo es un palacio), pero lo de Mariano ya es directamente medieval. Aquella niñita con la que pretendía conmover al electorado hablando del precio de los chuches (nunca sabremos si se refería a los caramelos o a los fox terrier), aquella niñita de Nuevas Generaciones era Dorothy que va por el camino de baldosas amarillas en busca del arco iris y se tropieza con Mariano, que hace a la vez de espantapájaros sin cerebro, de león cobardica y de robot sin corazón (tres en uno, sí, los recortes han llegado hasta el reino de fantasía y había que ajustar el presupuesto).
Pero incluso en la tierra de Oz, donde las cifras bailan al son del flautista de Hamelin (éste viene de otro cuento, pero le he hecho un contrato temporal), hay dos hechos terribles y desnudos que no se pueden disfrazar: los bancos marchan viento en popa y hay una tasa de desempleo de más del 25% entre la población activa. Esto lo podemos pintar de verde fosforito, de azul gaviota o de amarillo baldosa, pero la verdad es que el dinero con que los españoles rescatamos a la banca de su catástrofe particular (más de 800 euros por cabeza) no está circulando por donde debería circular. No se conceden créditos, no se prestan ayudas sociales, se desmontan hospitales, laboratorios y colegios. El discurso triunfal de Mariano se parece bastante a los consejos de aquel entrenador que le decía a su púgil, a quien le estaban dando una inmensa somanta de hostias: “Muy bien, Paco, muy bien. Es que ni te roza. Lo tienes ya. En el próximo asalto, es tuyo”. Y el púgil responde: “¿Sí? Pues vigila al árbitro porque a mí alguien me pega”.
El presidente de Oz dice que él todo lo está haciendo para crear empleo pero casi sería mejor que lo dejara y se dedicara a lo único que sabe hacer: cruzarse de brazos. Mariano no hace nada siguiendo aquel sabio consejo de Franco, que dividía los problemas en dos clases: los que se solucionan solos y los que no se solucionan de ninguna manera. El problema, claro está, no es el desempleo ni la crisis económica sino él. Lo malo es que estamos a esas alturas de la pelea en que a un entrenador sensato no le va a quedar más remedio que decirle a su pupilo, al que ya le han cerrado los ojos a golpes y tirado todos los dientes a la lona: “Mira, Paco, si lo matas en el siguiente asalto, combate nulo”.
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