Juan Luis Sánchez
Casi siempre sucede que cuando uno vive intensamente o empatiza intensamente con una tragedia, se activan todos los mecanismos de la superioridad moral y hasta la sociofobia. Se entrega uno a las comparaciones, justas y a la vez irracionales: ¿por qué la muerte de personas en Ceuta no escandaliza como un apuñalamiento en el centro de Madrid? ¿Por qué un bolazo de goma en una de las manifestaciones que hacemos en streaming supone una agresión mayor que a personas que están cruzando por el agua intentando llegar a suelo español? ¿Por qué si alguien pierde un ojo se activa todo el tejido activista y si una decena de personas pierde la vida entre el atosigamiento de las policías española y marroquí apenas se desgañitan los cuatro de siempre? ¿Dónde están los “provida”?
Cavar demasiado hondo en esa lógica lleva a la desesperación y a la soledad. Los que hemos trabajado periodísticamente la inmigración, los que hemos visto cómo viven en Marruecos, cómo intentan cruzar, cómo de cerca está y cuánto silencio les envuelve, reventamos cada vez que sucede algo como las muertes de Ceuta. Nos parece que tendría que ocupar no solo titulares, sino debates, reportajes, tertulias polémicas de esas en las que todo el mundo grita mucho y airadas declaraciones políticas.
Pero luego uno piensa, por aliviarse, que esa misma sensación la tendrán tantas otras personas con tantas otras injusticias que a ellos les revuelven y, por la razón que sea, a otros nos tocan menos dentro. En esos casos, supongo, son ellos los que nos mirarán con dolor, superioridad moral y odio. Si cada uno de nosotros enumerara 5 injusticias desgarradoras de nuestro alrededor más inmediato seguramente no fueran las mismas. Eso quiero pensar.
Lo que no puede ser subjetiva es nuestra sensibilidad ante la mentira. Y haciendo un repaso a las versiones que ha dado el Gobierno, Interior y la Guardia Civil sobre la muerte de la decena - ni siquiera se sabe ya en realidad cuántos cuerpos han encontrado – de personas, uno deja de discutir en el plano de la sensibilidad y comienza a hacerlo en el de la decencia. Tengan ustedes la injusticia de cabecera que quieran; pero seamos todos igual de firmes contra la mentira.
Cavar demasiado hondo en esa lógica lleva a la desesperación y a la soledad. Los que hemos trabajado periodísticamente la inmigración, los que hemos visto cómo viven en Marruecos, cómo intentan cruzar, cómo de cerca está y cuánto silencio les envuelve, reventamos cada vez que sucede algo como las muertes de Ceuta. Nos parece que tendría que ocupar no solo titulares, sino debates, reportajes, tertulias polémicas de esas en las que todo el mundo grita mucho y airadas declaraciones políticas.
Pero luego uno piensa, por aliviarse, que esa misma sensación la tendrán tantas otras personas con tantas otras injusticias que a ellos les revuelven y, por la razón que sea, a otros nos tocan menos dentro. En esos casos, supongo, son ellos los que nos mirarán con dolor, superioridad moral y odio. Si cada uno de nosotros enumerara 5 injusticias desgarradoras de nuestro alrededor más inmediato seguramente no fueran las mismas. Eso quiero pensar.
Lo que no puede ser subjetiva es nuestra sensibilidad ante la mentira. Y haciendo un repaso a las versiones que ha dado el Gobierno, Interior y la Guardia Civil sobre la muerte de la decena - ni siquiera se sabe ya en realidad cuántos cuerpos han encontrado – de personas, uno deja de discutir en el plano de la sensibilidad y comienza a hacerlo en el de la decencia. Tengan ustedes la injusticia de cabecera que quieran; pero seamos todos igual de firmes contra la mentira.
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