Marina Albiol Guzmán
Diputada de Esquerra Unida del País Valencià
Las entrañas de la Europa actual han quedado al descubierto en los rostros terribles de los inmigrantes que han perdido la vida por haberse atrevido a intentar vivir, por soñar con un trabajo mal pagado en una sociedad que les da la espalda y no duda en llevarles a la muerte. Toda el agua del mar no podrá lavar la sangre de las manos de aquellos gobiernos que apoyan las leyes represivas de la Unión Europea contra la inmigración.
Vivimos en un mundo cada vez más injusto, donde las desigualdades norte-sur son cada vez más grandes. Donde la mitad de la riqueza mundial está en manos del 1% de la población. Un mundo donde miles de niños mueren cada día por causas evitables, por hambre, por enfermedades curables, por guerras.
Por tanto no podemos ignorar que, generalmente, las personas migrantes lo hacen forzadas por la imposibilidad de sobrevivir en sus sociedades de origen. Huyen de las guerras, del hambre y de la miseria, de las enfermedades, de la explotación de las multinacionales que apoyan los gobiernos occidentales.
No sólo les negamos el derecho a migrar, sino que no hemos contribuido a qué pudieran ejercer su derecho a no migrar.
Hay una cuota de responsabilidad atribuible a los países a que se acogen. En los países de Europa y de América del Norte tenemos una responsabilidad. El norte tenemos una responsabilidad con el sur. Años de colonialismo y de explotación, que todavía continúa, con la venta de armas a países en conflicto, con las empresas expoliando sus recursos, y nuestras democracias apoyando a sus dictadores.
Pero aquí, en Europa, lo que hacemos es impedirles la entrada, encerrarlos, expulsarlos. Europa se dedica a construir muros cada vez más altos para preservar su bienestar. Muros físicos, fronteras, alambradas con cuchillas, como símbolo máximo de la crueldad humana. Y muros políticos, que han hecho que en los últimos quince años, miles de personas se hayan dejado la vida en el mar. Europa se ha convertido en una gran fortaleza.
Ahogados por la insolidaridad, desde Lampedusa hasta Ceuta, todos son muertos de las políticas de la Unión Europea.
La política de la Unión Europea sobre migración es una política represiva, una política de “mercado libre” en estado puro. Por una parte se atrae mano de obra barata cuando es necesaria para los intereses del capitalismo europeo, pero al tiempo sólo se quiere a los inmigrantes como fuerza de trabajo, como mercancía en el más puro y cruel sentido capitalista, pero sin reconocerles ningún derecho, ni siquiera el derecho a la vida.
Europa se blinda contra la inmigración, como si de una plaga se tratara.
Y a los que consiguen llegar, les espera la prisión, los Centros de Internamiento para Extranjeros, prisiones para personas que no han cometido ningún delito, encarcelados para no tener papeles. Los CIEs son centros que atentan contra la dignidad y las libertades fundamentales de los que intentan conseguir una vida mejor.
Las vallas, los CIEs, las leyes de extranjería represivas, las cuchillas, las balas de goma y los botes de humo en Ceuta, son todo parte de esa Europa fortaleza que se blinda contra las víctimas del capitalismo.
Los pueblos de Europa, la clase obrera, debemos poner fin a esto, derribar los muros de los centros de internamiento y arrancar esas vallas de la vergüenza que siegan vidas. Recordando siempre, que “el trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra”.
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