David Torres
En este feo asunto de la reforma del aborto, el PP casi al completo votó como un solo hombre, incluidas las mujeres. Hace mucho tiempo que las mujeres del PP se comportan como si gastasen bigote y cargasen el paquete a la derecha, como si estuviesen recién arrancadas de la costilla de Adán, todas ellas excepto Esperanza Aguirre, que suele comportarse no como un hombre sino más bien como una bandera de la Legión.
Al parecer, por lo que comentó Celia Villalobos después, ha habido un malentendido generalizado entre la libertad de conciencia y la disciplina de voto, es decir, entre lo que querían votar y lo que tenían que votar como obedientes perritos falderos. Algunos no sabían si iban a votar la reforma de la ley del aborto, el aborto de la reforma de ley o vaya usted a saber. Es recofontarte saber que nuestros gobernantes tienen las ideas tan claras que ni siquiera necesitan pensar. Una vez más se demostró el despilfarro que supone dividir el parlamento por escaños cuando al final uno solo piensa por todos, generalmente con el culo. Martínez Pujalte fue todavía más específico: “En el PP hay diferencia de ideas pero siempre opinamos lo mismo”. Las ideas se las guardan para el café o para las tertulias de la tele, pero opinar es algo muy delicado que hay que dejarle al señorito. De hecho, en el PP llevan opinando lo mismo desde los tiempos de Isabel la Católica y algunos desde antes.
Algarabía en el Congreso luego del rechazo por voto secreto de
la propuesta del PSOE pidiendo la retirada de la reforma del aborto.
No obstante, al sugerir que piensa una cosa pero que vota la contraria, Celia Villalobos ha explicitado de forma meridiana el drama de ser mujer en el PP, la esquizofrenia de seguir adelante con un aborto de ley que trata a las féminas como ganado al tiempo que una intenta mantener en equilibrio la dignidad debida a su sexo. Este lamentable ejemplo de aquiescencia femenina, unánime y silenciosa, ilustra la secular sumisión al macho dominante, las ovejas que balan obedientes en un solo rebaño dispuesto a ofrecer al pastor la lana, la leche, el queso, y lo que haga falta. La única manera que les quedaba a toda esa triste recua de úteros cautivos para ser consecuentes con sus ideas era pasar por el quirófano antes de la votación, extirparse las tetas, plantarse un pene y un par de testículos y retrotraerse al siglo XIX, antes de la emancipación de la mujer. Mentalmente es lo que hicieron y por eso el Congreso aún despedía por la mañana ese característico tufo a testosterona, a establo y a balido de cabra.
A Gallardón le faltó escenificar su triunfo al estilo de Fellini en 8 y ½, cuando Mastroianni se coloca un sombrero Stetson, agarra el látigo y lo esgrime ante un conato de rebelión mujeril. Las señoras primero chillan, un poco escandalizadas por los azotes, pero luego se amoldan a los deseos del macho, dóciles y geishas, como es su obligación, y cada una ocupa el puesto que le corresponde: una en la cama, otra en la cocina, otra en el fregadero. Por algo el gran best-seller de nuestro tiempo es 50 sombras de Grey.
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