Por qué las preferimos rubias y altas,
morenas y pequeñas, pelirrojas y delgadas y un largo etcétera de preferencias
hacia el otro, le pregunté hace algunos años a mi profesor en Sexualidad humana
y llegamos a la conclusión que la mente maneja sus arquetipos probablemente
formados desde la infancia y se desarrolla en base a similitudes con modelos
primarios que con el discurrir de la vida se van transformando algo pero sin
perder su esencia.
Así que la influencia temprana de otros cuerpos
sigue manteniendo su predominio y por mucho que quisiéramos variar, inconcientemente la mente se resiste
y vuelve a transitar por los mismos caminos de la preferencia personal hacia
una morena de largos cabellos, senos amorosos y curvas irreverentes o a la
delgada rubia de ojos azules infinitos y piel de durazno. Pero la influencia se
deriva del cuerpo aunque no todo es corpóreo, también la preferencia deviene de
los gestos, el perfil, el donaire al andar, o la sonrisa tímida o cómplice y
otras varias. Es muy lógico que las cosas humanas se deriven desde la dura
tierra y desde el sagrado cuerpo, ese templo cotidiano que hoy en día han dado
en llenar de puntiagudas armas o tinturas llámense piercing, tattoos
u otras yerbas.
Además del cuerpo, la expresión que le
acompaña, su acompasamiento, deriva siempre en esa música llamada sensualidad o
capacidad de ser sugerente, seducir, transmitir sensaciones solo desde las
fibras tangibles de nuestra anatomía. El cuerpo traduce sensualidad, erotismo
permanente o casi, y para ello requiere del auxilio de las hormonas y del
entorno; como todo ser animal su desarrollo proviene de la interacción con el
entorno. Ese entorno, llámemelos en parte cultura, se encarga de lanzar sus
prodigiosas influencias a la psiquis y ayuda a transformar ese escuálido cuerpo
púbera en la esbeltez y viva carne de la Donna
que se nos atraviesa en la mirada y que nos pone en trance. Si esa
cultura-entorno previene al cuerpo de
redondeces y privilegia lo longilineo, el cuerpo asumirá esa tendencia o
viceversa a través de las practicas sociales alimenticias, de salud y otras.
Las culturas latinoamericanas tienen
preferencia por la voluptuosidad, las redondeces, mientras que las culturas
europeas, no todas, tienden a privilegiar la delgadez. También anoto aquí que
esos privilegios de las carnes tienen un comportamiento histórico, viven su
momento. Es así que hoy ante la avalancha de la vida medicalizada se tiende a
la delgadez escultural porque los tiempos privilegian ese estado a través de
dietas, gimnasia, footing y otros
artilugios. En épocas pretéritas las voluptuosas madonas de Rubens eran el
regalo de la tierra.
Así las cosas, el erotismo requiere de un
cuerpo para expresarse y a la hora de la libido otra vez el cuerpo es el que
dicta sus ordenes a través de los llamados ritmos autónomos o circadianos que
no es otra cosa que el reloj biológico del deseo, al que le da por poner sus
alarmas a determinadas horas, en determinados momentos y ante determinadas
circunstancias. Así que sin querer nosotros, un olor de súbito nos hace
erotizar o una simple sonrisa o una simple mirada o un simple roce; aunque esos
mismos detalles en otros momentos posiblemente pasen desapercibidos porque el
impulso circadiano se hubo pasado. Y entre la delgadez y la redondez se
disputan el reino del deseo, siendo posiblemente otra vez el equilibrio, el
punto ideal, el necesario para sintonizarse con semejante señal libido activa
pues es bien sabido por sexólogos que algunos remanentes de las hormonas del
deseo permanecen ocultas, agazapadas entre la grasa parda de cuerpos ansiosos
que esperan su señal para empezar a entonar los cantos de Eros por el mundo. Ni
muy gorda ni tan flaca. Una pizca de grasa
favorece el erotismo además.
Cuerpo y Eros serán el aliciente que nos
alivie de tanta crisis y desesperanza.
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