Recién llegado del Festival de Toronto, un Madrid otoñal y lluvioso recibe a Oliver Laxe. Gallego nacido en París en 1982, Laxe es una feliz anomalía dentro del cine español: cada uno de los tres largometrajes que ha rodado no sólo ha sido seleccionado en el Festival de Cannes, sino que todos han cosechado premio en el palmarés: 'Todos vos soés capitáns' (2010) ganó el Fipresci de la Semana de la crítica; 'Mimosas' (2016), el gran premio de la Semana de la crítica, y 'Lo que arde' (2019), el premio del jurado de la sección Una cierta mirada. Esta última, precisamente, se estrenará el 11 de octubre, después de pasar por la sección de Perlas del Festival de San Sebastián.
Para Laxe, a quien sitúan dentro de la corriente del Novo cinema galego -junto a Lois Patiño, Eloy Enciso y Alberto Gracia-, su último largometraje es el más accesible y menos abstracto de su filmografía. La narrativa, más concreta y lineal, acompaña al poder metafísico de las imágenes con las que Laxe retrata el mundo en bruto que lo rodea. En esta historia sobre “el amor de una madre por su hijo y un hijo que cuida de su madre”, en sus propias palabras, Laxe ha vuelto a la tierra de sus antepasados, a un pueblito gallego para imaginar la vuelta de un pirómano (Amador Arias) a casa de su anciana madre (Benedicta Sánchez, la gran revelación actoral del film).
PREGUNTA: ¿Cómo consigue retratar en tus películas la materia de una manera tan plástica y sensorial?
RESPUESTA: Mi cine es muy orgánico, tangible, epidérmico. No es una voluntad, es simplemente que a mí me gustan las cosas; me gusta el mundo, me gusta el pan, me gusta cómo suena el pan cuando lo cortas, me gusta cómo cruje. Me gusta filmar caras, me gusta filmar la naturaleza. Quiero invitar al espectador a sentir esas cosas, a sentir el frío, la humedad, el calor cuando te vas a calentar… En un día de lluvia como hoy, lo que más me gusta de mojarme es el placer posterior de secar mi ropa, de poner unas castañas encima de la cocina. En el cine hay que evocar. Intento buscar el equilibrio entre lo tangible y lo trascendental. De hecho, creo que una cosa depende de la otra. Veo el cine como una cruz: un eje horizontal que es el relato, la causalidad, el tiempo, el espacio, el mundo de los humanos, y otro eje que es el de la trascendencia, el de la experiencia extática, del éxtasis, de lo que experimentamos cuando estamos delante de algo bello. Se trata de estar en el centro de la cruz. El cine es alquimia y hay un coito de elementos.
P: ¿Considera que 'O que arde' es tu trabajo más asequible para un público mayoritario, menos oscuro a nivel narrativo?
Para revelar algo hay que oscurecer. Es necesario que haya polisemia, ir más allá del nivel de interpretación lógico-racional. En esta película lo he completado más con sensaciones en el momento. Creo que esta película es más justa que mis anteriores, precisamente por ello. Cuando tú te emocionas con una película le haces un k.o. a la razón y las imágenes penetran mejor en el metabolismo humano.
P: El cine cada vez más se ve y mira casi exclusivamente dentro de los entornos urbanos. ¿Por qué su obra pone el foco en el entorno inhabitual de lo rural o lo salvaje?
Hay mucho cine de urbanitas con pseudoproblemas, infantilismo, escepticismo, ironía… No me gusta comparar. Simplemente es que yo soy de campo y me gusta el campo. He nacido en París, una ciudad de diez millones de habitantes, pero mi sensibilidad es de la Galicia rural. Tengo una sensibilidad muy animal, muy bruta, que he podido estilizar, afortunadamente. Hago las películas por intuición.
P. Nunca ha trabajado con actores profesionales. ¿Su forma de hacer cine los admitiría en un futuro?
Sí, claro. Me seduce la idea de trabajar con actores porque me seducen las personas. Trabajaría, más que con el actor, con la persona. Y me seduciría mucho preguntarme ‘¿Quién eres?’, ‘¿Por qué estás en mi camino?’, ‘¿Qué es lo que tengo que aprender de ti y qué es lo que vas a aprender tú de mí?’. Y me seduce mucho destruir un actor -matar su personalidad, digamos, e ir a su esencia-. De momento mis películas me han pedido trabajar con actores no profesionales. La siguiente será una mezcla.
Mi próxima película será una road movie psicodélica con un grupo de ‘punks’ que buscan una rave en el desierto de Marruecos
P. ¿Cuál es esa siguiente película?
Espero no filmarlo hasta 2022 ó 2023, no tengo ninguna prisa. Es una película exigente y quiero hacerla bien. Es una road movie psicodélica con un grupo de ‘punks’ que buscan una rave en el desierto de Marruecos. Los referentes con los que estoy trabajando son ‘Mad Max: 0’, porque es algo muy postapocalíptico, más realista, que habla sobre la decadencia de Europa y el fin del mundo; ‘Easy Rider’ de 2020, y el alma de ‘Stalker’. Estoy contento porque es un proyecto de género, popular y con alma. A pesar de que va a ser algo cara, mi experiencia como director ha hecho que me sienta más seguro con lo que hago. Del cine me gusta que sea alta cultura y cultura popular. Y es lo difícil en España, que es muy polarizante.
P. ¿Qué empuje supone para un cineasta francotirador el respaldo de un festival como Cannes?
Ahora con tres pelis en Cannes puedo trabajar con quien quiera, o casi con quien quiera. Estoy contento, aunque ha costado. Nunca he querido coger el camino fácil y siempre he sido muy testarudo a la hora de cómo entiendo yo el cine. Siempre he sido libre y no voy a perder esa libertad; al contrario, se me abren todos los horizontes posibles en cualquier país, películas más grandes o más pequeñas…
P. ¿Cuáles son las renuncias más dolorosas de haber elegido un camino fuera de la industria más comercial?
A mí me gustan las renuncias. Como el dolor, me parecen parte de la vida. Hay que sacrificarse, en el sentido de hacerse sagrados. El sacrificio es parte de mi profesión, que es delirante. Aparte, me gusta mucho mi trabajo, y es un problema idolatrar tu trabajo como a un Dios, cuando es una pura herramienta.
P. En 'Lo que arde' consigue meterse en el corazón de un incendio en una de las secuencias con fuego más espectaculares del cine. ¿En algún momento sintió que podía perder el control?
Ha sido rodar sin casco. Muy intenso. Lo mejor de rodar así tan cerca de la muerte es que escuchas a la vida que te habla todo el rato. Eres muy intuitivo. Y nos puso a prueba muchas veces. Impone respeto. Te sientes pequeño.
P: Con la desaparición de los cines tradicionales y la concentración del cine en manos de las plataformas y las cadenas de televisión, ¿siente que la pervivencia de su oficio está en una situación de fragilidad?
Yo no creo que esté en los márgenes, porque mis películas se ven en muchos países -aquí también-, perduran en el tiempo y se ven en el máximo escaparate industrial y cultura del cine en el mundo, que es Cannes. Estoy en el centro del cine. Creo que en la periferia están otros. A veces tengo la sensación de que somos una especie en peligro de extinción y que nos han encerrado en una reserva natural. Al contrario de otras cinematografías, como las de Francia o Corea -que es una copia de la francesa-, que es un modelo en el que el cine comercial repercute positivamente en el cine de autor: hay una redistribución. en España no es así. En España uno se come al otro y las fuentes de financiación se comparten, porque el cine comercial también está financiado públicamente. no pueden convivir los cazadores con las especies en extinción. Es heroico que hagamos nuestro cine. Eso sí, estoy muy contento con Beatriz Navas, la nueva directora del ICAA, que está haciendo muy buen trabajo. Hay que intentar proteger el cine con alma frente a ese cine desalmado que intenta dormir al espectador en vez de hacerlo despertar.
P: ¿Cree entonces que el espectador está adormecido?
Es de una irresponsabilidad…. porque no hacen películas, sino productos, y están perdiendo a sus propios espectadores. Están zombificando al espectador, todo el día en casa viendo series, Netflix… Y por culpa de estos creadores de productos. Yo sospecho mucho de que la cultura esté en manos de empresas. Ese parque natural debería tener guardas forestales. Las instituciones públicas y cierto mecenazgo filantrópico que no existe sería ideal servirían para protegernos. Vengo de Toronto, de Cannes, y me parece que no hay que permitir que participe Netflix.
P: ¿Por qué?
Porque a nivel de hábitos de consumo es comer con una mano y que te corten la otra. Creo que hay que respetar los tiempos del cine: festivales, salas y canales. Además, creo que las películas ahora no son mejores. Es dinero fácil para el cineasta, que no reescribe, no sufre. No duele hacer películas así. Estamos en la cultura del proyecto. Yo tengo la fortuna de dar clases, lo que me permite tener cierta independencia y no caer en el camino fácil del encargo y de las series. Puedo elegir siendo rico en el contentamiento, como soy. Tengo una vida de sencillez que me permite hacer el cine que quiero.
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