DAVID TORRES
Bien mirado, todo en la vida es una fiesta de disfraces. Justin Trudeau se disfrazó de negro hace la tira de años y después se disfrazó de presidente de Canadá sólo para descubrir que ambos disfraces son incompatibles. Con los años, la fijación de Trudeau por los atuendos intempestivos se ha concentrado en un fetichismo del calcetín que va de los patitos amarillos a los lunares azulados pasando por las hojas de arce de la bandera canadiense. Trudeau no ha comprendido que en Norteamérica sólo un negro puede disfrazarse de negro y que el mejor disfraz de negro lo tiene Obama, un presidente que batió récords en la especialidad de deportación de refugiados y tiroteos a etnias minoritarias, que promovió varios golpes de estado, que no pudo cerrar Guantánamo en ocho años y que espió a sus aliados a sus anchas. El disfraz todavía no se le ha desteñido.
Cuando llegó a campeón de los pesos pesados, Larry Holmes dijo: «Es duro ser negro. ¿Has sido negro alguna vez? Yo fui negro una vez, cuando era pobre». Buñuel contaba en Mi último suspiro, su prodigioso libro de memorias, que a veces, cuando era joven, solía disfrazarse de pobre. Le bastaba ponerse un mono sucio de obrero y subirse a un tranvía o a un autobús para que no lo mirase nadie. Es una estrategia que el PSOE lleva décadas copiando con efecto contrario, es decir, poniéndose la chaqueta de pana, la O de obrero y la S de socialista para recolectar votos en manada y luego, una vez, que llegan al poder, cambiarlas por la corbata de seda.
La vida, por lo general, sólo nos da tiempo a disfrazarnos dos o tres veces, pero los políticos viven en un carnaval continuo. Así, Pablo Casado se disfrazó de intelectual, Santiago Abascal de Lope de Aguirre, Esperanza Aguirre de Lina Morgan, Mariano Rajoy de maratoniano, Pablo Iglesias de terrateniente y Albert Rivera de lo que ustedes quieran. Hace mal Pedro Sánchez estos días en desestimar la bisoñez de sus posibles socios de gobierno, no sólo porque colocara de ministros a un astronauta y a un presentador de televisión (o porque entre los mejores fichajes del PSOE estén Roldán o Corcuera) sino porque el mismo Sánchez llegó a presidente gracias al empujón de Unidas Podemos cuando toda su experiencia política se reducía a consejero de Caja Madrid en la época de las tarjetas black.
La semana pasada, sin ir más lejos, vimos a Urdangarín disfrazado de preso con chófer y escolta; a Albert Rivera disfrazado de salvapatrias después de una siesta de tres meses; y a Errejón disfrazado de Errejón, un papel nada sencillo, ya que el PSOE está lleno hasta los topes de errejones con gafas y sin gafas. La reina de la fiesta, no obstante, es Carmen Calvo, que sigue empeñada en emular a Mariano Rajoy culpando a Iglesias de la convocatoria a elecciones y recordando otros grandes momentos de su carrera política, como cuando dijo que la Unesco debería legislar para todos los planetas, que el cambio de hora servía para combatir el machismo o que la Constitución no dice en ningún punto que hombres y mujeres sean iguales. De momento, va disfrazada de vicepresidenta.
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