María Arranz
Durante mucho tiempo, una pregunta circuló insistentemente en las conversaciones sobre sexo que tenía con mis amigas en la adolescencia: “Y tú, ¿eres vaginal o clitoriana?”. Nos referíamos, sin tener demasiada idea de lo que hablábamos por aquel entonces, a si experimentábamos orgasmos con la estimulación del clítoris o con la de la vagina, es decir, con la penetración. Esta diferenciación está relacionada con toda una serie de mitos en torno al placer femenino, algunos de los cuales vienen de muy lejos y Sigmund Freud tiene bastante que ver en ello. El “padre del psicoanálisis” consideraba que el placer que las mujeres obtenían en solitario estimulando su clítoris era un placer “inmaduro”, mientras que el obtenido gracias a la penetración del pene en la vagina era un placer “maduro”. Esta concepción de la sexualidad femenina ha tenido importantes consecuencias sobre las mujeres y su salud física y mental, siendo a menudo diagnosticadas como “frígidas” por no experimentar orgasmos a través de la penetración vaginal.
A día de hoy, podemos decir que el orgasmo vaginal no existe, o al menos no existe tal y como lo hemos entendido durante mucho tiempo y para apoyar esta afirmación, basta con conocer la anatomía del clítoris. El clítoris no es solo ese pequeño “botoncito” que se sitúa en la parte frontal de la vulva. Ese “botoncito”, que en términos científicos se denomina glande, es solo la punta del iceberg: el clítoris es en realidad un órgano más grande, compuesto de tejido eréctil, músculos y nervios, que se extiende alrededor de la abertura vaginal y que es el responsable del placer femenino. A diferencia del pene, el clítoris no tiene una función reproductiva. De hecho, es el único órgano del cuerpo humano destinado exclusivamente al placer. Sus 8.000 terminaciones nerviosas pueden llevar a una mujer al orgasmo si se estimula directa o indirectamente.
Si visualizamos la forma del clítoris, nos será sencillo comprender por qué no existe eso que comúnmente se denomina orgasmo vaginal: cuando una mujer alcanza el orgasmo con la penetración, es gracias a la estimulación del punto G, que se encuentra en la parte posterior del cuerpo cavernoso del clítoris; al estimular los pilares del clítoris, éstos aprietan placenteramente la vagina produciendo un orgasmo. El túnel vaginal apenas tiene sensibilidad, todas las sensaciones placenteras del orgasmo provienen del clítoris, por eso podemos decir que todos los orgasmos de las mujeres son, en realidad, clitorianos.
¿Significa eso que una mujer no puede alcanzar el orgasmo solo con la penetración vaginal? Para nada: la vagina y el clítoris están tan cerca el uno del otro, que durante la penetración, el clítoris también está siendo estimulado –se estimulan los pilares y cuerpos carvenosos que rodean el orificio vaginal y, dependiendo de la posición, puede que también el glande a través del roce–, por lo que es perfectamente posible que una mujer alcance el clímax a través de la penetración vaginal.
La idea de que el orgasmo vaginal es un mito lleva décadas siendo discutida. Ya en 1970, la activista feminista Anne Koedt publicó un ensayo dedicado a este tema, que se basaba de forma parcial en las investigaciones de Masters y Johnson –sí, los de la serie Masters of Sex– publicadas unos años antes es su trabajo Respuesta Sexual Humana. En El mito del orgasmo vaginal, Koedt reflexionaba sobre cómo las mujeres han sido socializadas para creer el mito de que los orgasmos ocurren en la vagina y no en el clítoris.
Entonces, ¿por qué este mito ha sobrevivido durante tanto tiempo? Anne Koedt sostenía que era una forma de perpetuar la dependencia de las mujeres hacia los hombres, así como de asegurar la supervivencia de la propia heterosexualidad. Aunque el ensayo recibió numerosas críticas por estos puntos de vista, su publicación fue un hito en la historia de la sexualidad femenina y señaló la importancia de definir nuevas formas de vivir el sexo que no estuvieran únicamente centradas en la penetración ni en las relaciones heterosexuales.
El reconocimiento del orgasmo clitoriano amenazaría la institución de la heterosexualidad. Indicaría que el placer sexual se puede obtener tanto de hombres como de mujeres, haciendo que la heterosexualidad no fuera un absoluto, sino simplemente una opción.
Tal y como apunta un interesante artículo de Chicago Women’s Liberation Union Herstory Project, durante siglos han sido los hombres –heterosexuales– los encargados de estudiar y definir la sexualidad humana, tanto la de los hombres como la de las mujeres, y sus conclusiones han estado muy determinadas por la forma en que ellos obtenían placer y concebían su propia sexualidad:
Los hombres tienen orgasmos esencialmente por fricción con la vagina, no con la zona del clítoris, que es externa y no genera fricción de la misma manera que la genera la vagina. Las mujeres han sido sexualmente definidas en términos que tienen que ver con lo que les da placer a los hombres; nuestra propia biología aún no ha sido correctamente analizada. En su lugar, nos han alimentado con el mito de la mujer liberada y su orgasmo vaginal, un orgasmo que, de hecho, no existe.
Esto ha llevado a que muchas mujeres sanas hayan sido diagnosticadas con un problema sexual inexistente, lo que les ha llevado a vivir con sentimiento de culpa, inseguridad, odio hacia sí mismas y una gran insatisfacción sexual, que en muchos casos ha hecho que finjan orgasmos vaginales, bien por no herir el ego de sus parejas o bien por terminar cuanto antes con el acto sexual, que muchas mujeres acababan por rechazar, precisamente porque siempre se quedaban insatisfechas.
Por supuesto, es importante aclarar que en este artículo hemos hablado del orgasmo desde un punto de vista meramente físico, pero que la sexualidad y la excitación son fenómenos complejos en los que intervienen muchas otras zonas del cuerpo y, sobre todo, nuestro cerebro. Conocer nuestras propias vaginas y explorarlas a través de la masturbación, son factores clave para obtener orgasmos satisfactorios, pero también lo es la comunicación con nuestras parejas para poder expresar con libertad lo que nos produce placer y lo que no.
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