xoves, 2 de agosto de 2018

Los negros dan muy bien en las fotos

David Torres
https://www.publico.es/

Pablo Casado esta mañana en el puerto de Algeciras saludando a los migrantes recién llegados.
Pablo Casado y Albert Rivera están compitiendo desde hace poco para ver quién se alza con el título de niño bonito de la derecha, elegido del IBEX y salvador de la banca. Rivera se iba a abrazar niños a Venezuela y Casado está en Ceuta saludando subsaharianos como un loco. No es que los venezolanos o los refugiados -como han expresado en diversas ocasiones- les importen un carajo, pero lo cierto es que dan muy bien en las fotos. Antes los políticos aparcaban lo de disfrazarse de seres humanos para las campañas electorales, un par de semanas cada cuatro años; pero ahora, entre el ajetreo de las redes sociales y el foco inmisericorde de la prensa, necesitan el teatro abierto las 24 horas del día.
Por momentos la pugna entre Casado y Rivera repite la rivalidad entre la Pepsi y la Coca-Cola, esa falsa dicotomía donde dos refrescos compiten para ver cuál de los dos ofrece la mejor ración de eructos. Poco importan las contradicciones flagrantes de uno y otro líder: al fin y al cabo PP y Ciudadanos están condenados a fundirse en coaliciones y pactos. A fuerza de intentar diferenciarse, perfeccionando cada uno a su modo al yerno ideal del barrio de Salamanca, cada día que pasa son más parecidos el uno al otro, incluso en los charcos donde se meten.
No hace ni dos años, Rivera peroraba acerca de la obligación moral que teníamos en España acerca del problema de los refugiados, y esta misma semana se comía la solidaridad con patatas al decir que Europa debe reforzar sus fronteras. Casado no ha tardado ni tres días en desmentirse, desde que dijo que no puede haber papeles para todos (advirtiendo en tono apocalíptico de la amenaza de una invasión africana) hasta que el asesor de imagen le ha convencido para que vaya a rizar el rizo de la hipocresía dando la mano a los migrantes y explicándoles uno a uno porqué tienen que darse la vuelta a sus países de origen.
Es difícil dilucidar cuál de los dos, Casado o Rivera, acabará por encarnar la gran esperanza blanca de la derecha española, esa flota xenófoba, retrógrada y asquerosa que en otros países de Europa se presenta sin máscaras, a calavera descubierta, con las consignas neonazis que funden y confunden el racismo, el clasismo y el miedo al otro con una vaga promesa de bienestar social. Poco importa cuál gane puesto que al fin y al cabo representan el mismo ideal de pureza inquisitorial alentado desde los tiempos de la Reconquista. Los negros están bien mientras ganen medallas, como esa selección francesa de fútbol que en realidad consiste en una embajada de África, como ese inmigrante ilegal que se ganó la ciudadanía al salvar la vida de un niño escalando de balcón en balcón. Los negros serían como nosotros si no fuese por el color de la piel. Como dijo Jack Johnson, el orgulloso campeón de los pesos pesados a quien jamás perdonaron que hubiese nacido en la etnia equivocada: “Soy negro, nunca dejasteis que olvidara que soy negro. De acuerdo, soy negro. Nunca dejaré que lo olvidéis”.

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