En una época en que las relaciones entre Oriente y Occidente parecen secuestradas por los fanáticos de ambos lados, recordemos la faceta más humana, compleja y sabia de la cultura islámica, que tiene una larga tradición de pensamiento sutil y avanzado, y está representada por el pensamiento sufí y los chistes de Nasrudín. Puede que los asesinos dominen los titulares, pero las noticias sólo cuentan ‘una’ verdad. Así que recuperemos el sentido común, autoconocimiento y humor; una receta digna de los mismos sufíes.
Existe en la cultura islámica un personaje cómico cuyos chistes se cuentan una y otra vez, no sólo para entretener, sino también para iluminar ciertas situaciones con la sabiduría del humor. El personaje tiene nombres diferentes según qué país, pero es conocido a nivel internacional como Nasrudín. Se trata de un hombre idiota y inteligente a la vez, tan loco como cuerdo, una persona tipo espejo en cuyo comportamiento podemos ver múltiples niveles de actitudes y pensamientos propios.
Últimamente, con los muchos comentarios sobre la ‘posverdad’, las ‘noticias falsas’, o los ‘hechos alternativos’, se me viene a la mente uno de sus chistes:
Un rey se hartaba de las mentiras de sus súbditos.
– Nunca dicen la verdad -dijo.
– Majestad -contestó Nasrudín, que se encontraba en la corte en ese momento-, existe la verdad, y la verdad. La gente tiene que practicar la verdad real antes de usar la verdad relativa, pero siempre lo hace al revés. Por eso toman libertades con su verdad artificial, porque saben instintivamente que es sólo una invención.
– Tonterías -contestó el rey-. Les obligaré a decir la verdad.
El día siguiente, cuando se abrieron las puertas de la ciudad, la guardia del rey había erigido una horca en la plaza.
– Quien quiera entrar en la ciudad -dijo el capitán- tiene que contestar la verdad a una pregunta. Si miente, será ahorcado.
Nasrudín fue el primero en presentarse.
– ¿Adónde vas? -le dijo el capitán-. Tienes que decir la verdad.
– Voy -contestó Nasrudín- a ser colgado en esa horca.
– No te creo.
– Bueno, si he mentido, ¡cuélgame!
– Pero eso lo convertiría en verdad.
– Exactamente -dijo Nasrudín-. En tu verdad.
En una época en que las relaciones entre Oriente y Occidente parecen secuestradas por los fanáticos de ambos lados, cabe recordar esta faceta más humana, compleja y sabia de la cultura islámica, que tiene una larga tradición de pensamiento sutil y avanzado. Puede que los asesinos dominen los titulares, pero las noticias sólo cuentan una verdad.
No es casualidad que entre los que más aprecian los chistes de Nasrudín están los sufíes, librepensadores que han existido desde los tiempos de Mahoma, o incluso antes, y que consideran a Nasrudín como uno de los suyos. A veces se define el sufismo como la rama mística del Islam. Reyes, científicos, artesanos, vagabundos, filósofos, poetas y gente de ambos géneros y de toda clase han sido sufíes. Es, y ha sido, gente que fomenta conceptos sofisticados sobre el papel del hombre en el mundo sin los prejuicios de su época. Por ejemplo, en contraste con los extremistas, entre los sufíes ser musulmán, o no, puede ser de poca importancia: el maestro del siglo XIII Rumí contaba judíos y cristianos entre sus estudiantes, mientras que cristianos tan ilustres como Ramón Llull y Cervantes encontraban inspiración en las ideas y materiales del sufismo (el Quijote incluye chistes de Nasrudín).
Más recientemente, en el siglo XX tardío, el mundo occidental ha vuelto a conocer esta manifestación liberal y avanzada de la cultura islámica gracias a unos cuantos escritores de origen oriental. El más conocido, y el que más influencia ha tenido, es Idries Shah, que inspiró a gente tan diversa como la premio nobel Doris Lessing, el psiquiatra Claudio Naranjo, el poeta Robert Graves, el director de cine Eugenio Zanetti y el novelista Paulo Coelho. Hasta Jorge Luis Borges era admirador de su obra. El libro de Shah Los Sufíes causó gran impacto cuando salió en inglés en 1964 (la traducción al español se editó en 1996): el Washington Post lo declaró ‘un libro seminal del siglo’. Hasta su muerte en 1996, Shah escribió una treintena más de libros sobre el sufismo, que incluían cuentos, libros de viaje, charlas universitarias, exposiciones filosóficas y psicológicas, libros infantiles y varias colecciones de chistes de Nasrudín.
Entre los muchos conceptos que promulgaba figuraba la necesidad de mantener lazos abiertos entre el mundo islámico y Occidente, que los puentes que han existido entre las dos culturas a lo largo de la historia han facilitado el avance de la humanidad en general. Los sufíes, decía Shah, apuestan por una comunicación y comprensión entre culturas de mutuo beneficio. Uno de los terrenos donde más se llevó a cabo tal proyecto fue en la España medieval, gracias a la presencia del Islam, y a pesar de las tendencias fanáticas que a veces tomaban el poder -tanto como hoy en día- en ambos lados de la brecha religiosa. En muchos sentidos, nuestro mundo contemporáneo nació en la península ibérica de esa época: el pensamiento racional (promocionado por el filósofo cordobés Averroes), la matemática avanzada (traducida al latín por moros, cristianos y judíos en Toledo), el amor romántico (detallado por Ibn Hazm en su Collar de la paloma, escrito en Játiva), y hasta el descubrimiento de las Américas (usando técnicas de navegación traídas desde los países árabes)… El mundo de hoy sería irreconocible sin todo esto. Sin embargo, todo surgió gracias a la comunicación entre culturas, cosa que, dentro del mundo islámico, los sufíes siempre han visto como algo indispensable para el bien de la humanidad.
En los últimos años, las relaciones entre Oriente Medio y Occidente parecen no hacer más que deteriorarse. Pero no es la primera vez en la historia que estamos aquí, y hay que esperar que, detrás de los titulares, todavía existe en cada cultura una mayoría sensata, capaz de entender que los actos de agresión sólo representan una realidad parcial.
El verdadero peligro, quizás, reside en nuestra propia reacción a la violencia, en caer en una visión binaria del mundo de ellos y nosotros. En Occidente se oye cada vez más un clamor para que el mundo islámico se limpie de sus extremistas, como si sólo se tratase de eso. Pero como el mismo Nasrudín probablemente diría, las soluciones a los problemas a menudo se encuentran más cercanas de lo que pensamos.
– ¿Qué has perdido? -le dijo un vecino a Nasrudín cuando veía a éste de rodillas buscando algo.
– Mi llave -le contestó Nasrudín.
El vecino se puso a ayudar. Pero pasados unos minutos sin encontrar nada, se levantó y preguntó:
– ¿Dónde la has perdido?
– En casa -dijo Nasrudín.
– Entonces, por el amor del cielo, ¿por qué la estás buscando aquí?
– Porque aquí hay más luz.
Puede que sea más atractivo buscar una solución fuera de casa, pero nuestra relación con el mundo islámico no mejorará sin una buena dosis de sentido común, autoconocimiento y humor. O sea, con una receta digna de los mismos sufíes.
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