Juan Carlos Escudier
Más eficaz aún que la siciliana en el ajedrez, los dirigentes del PP y sus familiares han adoptado un tipo de defensa al que se ha bautizado como Aguirre en honor a su precursora. Esencialmente, consiste en embestir al contrario con el coche y después darse a la fuga con alevosía, nocturnidad o con ambas a la vez.
La maniobra sólo está al alcance de unos pocos ya que para ser consumada requiere contar con un garaje próximo en el que ocultar el vehículo y de la actuación de escoltas a sueldo que nieguen la evidencia e impidan todo contacto con el huido, que es gente ocupada que no pierde el tiempo con minucias.
El último en hacer un Aguirre ha sido el hijo de Ruiz-Gallardón, de nombre también Alberto, quién siguiendo al pie de la letra la táctica de la presidente del PP de Madrid zanjó un incidente de tráfico con una evasión de película con la que logró llegar a casa de papá a tiempo de tomarse un reparador café con galletas. Inquiridos por la policía municipal por el paradero del muchacho, los escoltas del ministro respondieron a lo Sabino Fernández Campo el día del golpe de estado: “Ni está ni se le espera”.
La parroquia conservadora y sus allegados más próximos han convertido lo de no dar la cara en una seña de identidad. Empezó Rajoy con el plasma pagado con dinero negro, que es una forma bastante limpia de hacer mutis, pero no siempre se tiene a mano un Samsung de 41 pulgadas. En esos casos, hay que tomar a la brava las de Villadiego y, ya de paso, rendir homenaje a Burt Reynolds en Los locos de Cannonball. El éxito de taquilla está asegurado.
Se preguntarán del porqué de esta afición a huir a toda pastilla ante un incidente de tráfico, cuando la mayoría de los mortales se limitaría a rellenar el parte del seguro o a aceptar la multa correspondiente. Más allá de la descarga de adrenalina que se supone al fugitivo y que a veces resulta placentera, hay que imaginar un cierto cálculo riesgo-beneficio en la decisión, de forma que la acción de poner pies o ruedas en polvorosa resulte más provechosa que la de afrontar en primera línea las consecuencias del volantazo.
Existe un abanico de razones por las que alguien, que además es abogado, se arriesgaría a irse de najas de una situación semejante. Candidatos claros a la fuga son los que llevan muertos en el maletero, los que se han bebido hasta el agua de los floreros, quienes se han metido más lonchas por la nariz que el bocata de chorizo de un albañil y los que llevan esas estrellas en la guantera con las que uno flipa en colores y hasta en blanco y negro. Que un Gallardón haga un Aguirre, con la animadversión que se profesan estas familias, indica un grado de necesidad muy alto de salir escopetado.
Como se ha dicho, este ‘loco Iván’ de los conservadores sólo es aconsejable si se dispone de una guarida próxima protegida por la Policía, que siempre está cuando se la necesita si eres hijo de ministro o el ministro en persona. El resto habría acabado en comisaría soplando por un tubito o haciendo un test de saliva, tras ser cacheado, esposado y, en algún caso, apaleado.
Alberto jr. es un tipo de ley. Uno le recuerda en el Hola, vestido con un chaqué elegido por su peor enemigo, en las fotos del día de su boda con una registradora de la propiedad de Lugo y acompañado de la plana mayor del PP, con Rajoy a la cabeza, que para algo es el patriarca de los registradores. Nadie le habría dado por prófugo. Quizás huyó para ahorrarle a su padre otro indulto. Hermoso detalle filial.
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