Aníbal Malvar
Se nos va el rey con un patrimonio que se acerca a los los 2.000 millones (The New York Times, por cierto; no La Tuerka). No está mal para los servicios prestados. Toca a un beneficio de 50 millones al año, cifra que se eleva sutilmente por encima del salario mínimointerprofesional. En estos tiempos de loas generalizadas a este señor claroscuro, hay que aplicarle también a su campechana majestad el baremo del tanto vales tanto tienes. La prensa extranjera lo está contando mucho. La española (de papel), menos. Vale mucho un tío que ha amasado una fortuna de casi 2.000 millones en 40 años. Es un crack, o sea. Un manguis-alfa. Pero, en todo caso, yo creo que a Juan Carlos, a razón de cuatro millones mensuales, habría que haberle exigido un poquito más. Por ejemplo, controlar los negocietes de su apuesto yerno, que se ha demostrado incluso mejor metiendo la mano que en el balomnano. Pero lo de meter la mano (no confundir con meter mano, pero también) ha sido siempre una muy loable cualidad de nuestra casta borbónica.
El del origen de su notable patrimonio es solo uno de los enigmas que nos ha dejado Juan Carlos I en su abandono de la mayestática y majestuosa majestad. Pero no el mayor ni el más irresoluble. A mí el enigma que más me pone, en todo caso, es este último. La borbonada final. Porque vivimos en España una semana de signos republicanos tras las elecciones europeas y la elevación a los altares izquierdosos de Pablo Iglesias. Porque últimamente los reyes y los príncipes iban mucho al fútbol a dejarse ver para hacerse populares. Porque Corinna ya no se acerca por las revistas y los periódicos a decir sus cosas. Porque los elefantes se sentían ya menos en peligro de extinción.
Demasiados signos, y ninguno de los grandes pensadores y divagadores de este país habíamos sospechado que Juan Carlos se iba. Debe ser que la monarquía suele resultar bastante indisoluble con el pensamiento. Salvo que se considere pensamiento aquel que no es racional.
El discurso del rey comienza con una promesa, con perdón por la redundancia, muy prometedora: “Me acerco a todos vosotros esta mañana a través de este mensaje para transmitiros, con singular emoción, una importante decisión y las razones que me mueven a tomarla”.
Pero después esa promesa se queda en la chorrada subsiguiente: “Hoy merece pasar a la primera línea una generación más joven, con nuevas energías, decidida a emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando y a afrontar con renovada intensidad y dedicación los desafíos del mañana”.
Aparte de la topicidad infantiloide del discurso, yo no sé qué merecimientos tiene esa “generación más joven”, o sea Felipe VI, para “emprender con determinación las transformaciones y reformas que la coyuntura actual está demandando”. Quizá los mismos que tuvo, en su momento, el fascista de su padre, impuesto por Francisco Franco y capaz de aplaudir con el dictador, desde el balcón del Palacio Real, octubre de 1975, los últimos fusilamientos del asesino ferrolano.
Los posibilistas, los meapilas, los ignorantes y los paletos alegarán que aquello lo hizo JC a contracorazón, en un ímprobo esfuerzo por contentar a Franco, y por no desmarcarse del plan de monarquía parlamentaria que nos guiaría hacia la risueña libertad que hoy gozamos seis millones de parados y otras gentes de malvivir. Pero, aplaudir aquellos fusilamientos arbitrarios, es como si yo justifico los 900 muertos de ETA porque estoy de acuerdo con el derecho de Euskadi a decidir. No cuela 9 milímetros Parabellum, ni pelotón de fusilamiento, como animal de compañía libertaria, Juancar, tío. Coño, por lo menos tendrías que haber pedido perdón. Y haber echado un par de euros, de tus 2.000.000.000, en la hucha de lo de la memoria histórica.
El cáncer de la corrupción en España empieza por una Casa Real corrupta que se ha embolsado casi 2.000 millones, y que inspira al asalariado a contratar al obrero sin factura para ahorrarse 50 pavos de IVA. La diferencia es que el asalariado y el obrero no pueden abdicar ni gozan de impunidad penal, y los crujen. Felipe VI, ese hombre tan preparado, va a heredar tarde o temprano la claroscura fortuna de su padre. Solo eso ya lo deslegitima para ser rey. Es su primer crimen. Aunque yo creo que todo ser humano, por nacimiento, está deslegitimado para ser rey. O, por los menos, para ser mi rey. Yo puedo ser feo, pobre y algo tontiño. Pero nunca seré vasallo. Y no es una cuestión revolucionaria. Es porque no me sale lo de sentirme vasallo. Y yo creo, viendo a España, que el fallo va a ser mío. No sé si me he explicado, pero es que si me explico más me mandan a Cristina Cifuentes a detenerme a casa en persona, y eso sí que no. Yo soy muy mío eligiendo a mis rubias y deslegitimando a mis reyes
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