domingo, 7 de outubro de 2018

Denis Mukwege: el doctor que dijo basta

El Nobel de la Paz ha operado gratuitamente en su hospital Panzi, en el este de República Democrática del Congo, a miles de mujeres que han sido violadas

XAVIER ALDEKOA 
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Denis Mukwege: el doctor que dijo bastaEl Premio Nobel de la Paz de 2018 Denis Mukwege dirige el hospital Panzi de Bukavu, en el este de República Democrática del Congo (Xavier Aldekoa)

El despacho del doctor Denis Mukwege en el hospital Panzi de Bukavu, en el este de República Democrática del Congo, está dulcemente desordenado: hay papeles y dossieres por todas partes y las estanterías y paredes están llenas de libros, fotografías y premios. Junto al escritorio hay un retrato a lápiz del ginecólogo congolés, un libro biográfico sobre su vida en francés y diplomas de premios pasados. Entre ellos, algunos de los más importantes del mundo, como el premio Sájarov del Parlamento Europeo o la Legión de Honor de Francia. Ahora tendrá que hacer sitio en las paredes ocre de su despacho al más importante de todos: el Nobel de la Paz 2018, compartido con la activista yazidí Nadia Murad.

Hace dos años, cuando este periodista visitó al doctor congoleño de 63 años en su hospital, Mukwege ya era consciente de que cada año estaba en la torna de favoritos a llevarse el galardón sueco por su incansable labor contra el uso del cuerpo de la mujer como arma de guerra. Él le quitaba importancia. “El Nobel —señaló— solo tiene sentido porque quien da el premio reconoce que hay un problema por resolver. Solo tiene valor por eso. Si no ayuda a resolver el problema, no es nada”. El Nobel recompensa ahora el tesón de Mukwege, a veces jugándose literalmente la vida, por combatir la lacra de las violaciones de mujeres en el este de Congo.
El Nobel solo tiene sentido porque quien da el premio reconoce que hay un problema por resolver          ”DENIS MUKWEGE Ginecólogo congolés galardonadó con el Nobel de la Paz 2018
El tercero de nueve hermanos —primer varón— e hijo de un pastor pentecostal, Mukwege (Bukavu, 1955) opera gratuitamente desde hace dos décadas a mujeres y niñas que han sido agredidas brutalmente y se ha convertido en el mayor experto mundial en tratar a víctimas de violaciones.
Mukwege se enfrenta en primera línea de batalla al horror: a veces, los agresores introducen en la vagina de la víctima bayonetas, cristales o productos tóxicos como pegamento, disolvente o lejía. Por eso Mukwege alza la voz. “Estas son violaciones diferentes: usan el cuerpo de la mujer como campo de batalla. La crueldad ejercida resulta inhumana. La violación en una zona de conflicto es la voluntad de destruir al otro y a las generaciones futuras a través de la mujer. Si el mundo comprendiera así la violación, no reaccionaría como si fuera un problema sexual; es una agresión contra la humanidad”.
Denis Mukwege, en su hospital, en julio de 2016 (Xavier Aldekoa)
La raíz de la epidemia de violaciones está en la guerra. Dos conflictos consecutivos de 1996 a 2003 han dejado a la nación africana sumergida en una espiral de caos, impunidad y violencia. Varios grupos rebeldes controlan territorios ricos en minerales y utilizan el horror y el miedo para dominar yacimientos mineros donde el Ejército, ineficaz y mal pagado, no se atreve ni siquiera a acercarse. Para esas milicias, los asesinatos, los pillajes y las violaciones se han convertido en una forma de subsistencia y en una forma de control grandes extensiones de territorio.
La crítica deslenguada de Mukwege a la inacción del gobierno y su ausencia de miedo para denunciar la impunidad y señalar a los verdugos, a veces soldados de gobierno, a veces rebeles, otras civiles, le han generado enemigos poderosos. Estuvo a punto de pagar su osadía con su vida. En el año 2012, días después de regresar a Congo tras criticar con dureza al gobierno congolés durante una conferencia en la sede de la ONU en Nueva York, cinco hombres armados entraron en su casa de Bukavu, retuvieron a dos de sus tres hijas e intentaron asesinarle. La protección heroica de su guardaespaldas Jeff, que murió en el tiroteo, le salvó la vida. Tras el ataque, no se investigó el ataque y nadie fue detenido.

Mukwege opera gratuitamente desde hace dos décadas a mujeres y niñas que han sido agredidas brutalmente
Aunque en una primera instancia, Mukwege huyó con su familia a Europa, a las pocas semanas la reacción de sus pacientes le hizo regresar. Cientos de mujeres a quien el ginecólogo había operado gratuitamente ahorraron céntimo a céntimo para comprarle un boleto de avión de vuelta a casa y pedirle que no las abandonara. “¡Mujeres pobres vendieron tomates y frutas en el mercado para ahorrar y pagar mi billete! Me quedé sin argumentos para abandonarlas. Comprendí su grito. Abandonarlas significa aceptar que los violadores han ganado”.

Desde entonces, Mukwege vive en el hospital de Panzi, escoltado las 24 horas del día por un guardaespaldas armado y viaja por el mundo para denunciar las agresiones sexuales a las mujeres congoleñas. Después de ganar el Nobel de la Paz, seguirá trabajando por las víctimas. “Yo no quiero que me sigan ni me admiren quiero que peleen a mi lado. Yo lucho para reparar la dignidad de las mujeres”.
Cinco hombres armados entraron en su casa de Bukavu, retuvieron a dos de sus tres hijas e intentaron asesinarle

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