Antón Losada
Profesor de Ciencia
política, Universidad de S. de Compostela
La Iglesia Católica puede respirar
aliviada. Su larga y provechosa tradición de milagros pervive plenamente
vigente en Compostela. Si Jesús obró el milagro de la conversión del agua en
vino en las bodas de Caná, un electricista autónomo acaba de obrar el asombroso portento de los millones de euros y las bolsas de plástico.
Recuerden este nombre. Manuel Fernández
Castiñeiras, un modelo de emprendedor que durante el último Año Santo parece
haber logrado reunir más de 250.000 euros bajo el formato de un pequeño negocio
familiar. Según la versión oficial, se habría valido de una gestión oportunista
de los descuidos de los cepillos de limosna. Pero también hay quien afirma que,
tal vez, habría sumado algunos euros rapiñando en los despachos, entre los
fajos de billetes con sustanciosas limosnas que entregan en mano y en sobre
devotos peregrinos con tanta fortuna como pecados para hacerse perdonar.
Sea como fuere, la pregunta que recorre
las castigadas piedras de la plaza del Obradoiro ya no es cuánto podría haberse llevado a su garaje el electricista milagroso en
el maletero de su modesto Xantia. La incógnita que agita a los compostelanos es
cuánto recauda la prodigiosa factoría de fe que ampara la Tumba del apóstol
Santiago para que un saqueo tan sistemático pasase inadvertido durante décadas.
En la catedral de Santiago nadie sabe de
dónde han salido esos dos millones de euros, en billetes de todos los tamaños y
sin numerar. Algo tan inexplicable solo puede ser obra de Dios. Un prodigio tan
divino que el propio Códice apareció de manera inopinada mientras la policía
buscaba una maleta con seiscientos mil euros.
Fuera por su devoción sicopática de dos
misas diarias, o por despecho laboral, si el electricista milagroso fue capaz
de transferir a su casa millones de euros sin que nadie lo denunciase y no se
trata de un portento del todopoderoso, solo quedan las explicaciones
terrenales. La primera pasa porque en la catedral corren los billetes y la
calderilla con la alegría que lo hacen en los casinos de las Vegas. En Compostela,
todo el mundo conoce la historia del representante de la tuna que durante sus
viajes al extranjero pagaba con las monedas foráneas que compraba a peso a los
encargados de vaciar los cepillos de templo.
La segunda explicación terrenal asume que
en la basílica opera una red de emprendedores, también silenciosos y modestos
beneficiarios de tanta caridad ajena y descontrolada que circula por el templo
jacobeo. El electricista milagroso no habría precisado obrar prodigio
extraordinario alguno. Le habría bastado con invocar la ley del silencio que
suele regir en las mafias, vaticanas o no. Seguramente por eso la policía, ni
da por cerrada la investigación, ni descarta nuevas revelaciones o procesos
judiciales. "Los curas también roban" ha constituido la principal
línea de defensa del imputado durante los interrogatorios del juez Vázquez
Taín.
El todopoderoso Deán de la catedral
también obra milagros. El jueves declaró a los medios que había podido reconocer el
Calixtino gracias a las anotaciones a lápiz que él mismo había escrito en su
contraportada. El domingo en su homilía, mientras hacía de extra de Mariano
Rajoy durante el rodaje del acto de devolución del incunable, el Arzobispo
Julián Barrios aseguró que en el Códice no había anotaciones. Solo un milagro
o una gigantesca goma Milán podrían explicar tamaña maravilla.
El hombre que escribía a lápiz en los
códices, el Deán compostelano, Don José María Díaz, es el Ho Chi Min de la
Iglesia católica. Dicen sus enemigos que, a diferencia de Jesús, no necesita
resucitar de entre los muertos porque sencillamente es inmortal. Nadie vivo en
Compostela recuerda otra autoridad en la catedral. Durante décadas ha ejercido
un poder omnímodo e incontestable entre el cabildo compostelano. Uno tras otro,
ha ido removiendo a todos cuantos se han atrevido a desafiar su protectorado.
Con la misma parsimonia con que fuma los puros que tanto le gustan, ha
desarticulado todos los intentos de renovación y cambio en la gestión y el
funcionamiento de la catedral. Todos los arzobispos se han limitado a cohabitar
pacíficamente con su magisterio, sin atreverse a cuestionar su autoridad.
No hay registros, ni inventarios en la
catedral porque él es el único registro e inventario que puede haber. El
electricista milagroso fue su hombre de confianza durante años. Llegaron a
tener las mismas llaves e idéntico acceso a idénticos lugares. Solo ellos saben
lo que había y qué se guardaba. Solo ellos saben lo que falta. Solo ellos saben
cuánto vale.
Una situación que se parece mucho a la
común en cada una de las sedes obispales gallegas. Días después del
esperpéntico robo del Códice, la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de
Galicia y la Consellería de Cultura de la Xunta de Galicia remitían sendas
cartas a las diócesis gallegas solicitándoles información para elaborar unos
procedimientos mínimos de seguridad y empezar a inventariar el cuantioso,
valioso y desconocido patrimonio histórico artístico que la Iglesia mal
custodia. A día de hoy, ninguna ha contestado. Su reino sigue sin ser de este
mundo.
Nota: El texto recogía como milagro en las
bodas de Caná la multiplicación de los panes y los peces. Como ha
advertido un lector, y así se ha corregido, en esas nupcias Jesús
transformó el agua en vino, según la Biblia.
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