mércores, 4 de xullo de 2018

RTVE: de todxs, ¿para hacer qué?



Gerardo Tecé
http://ctxt.es/

Hay conceptos por los que paseamos tan a menudo que ya no sabemos ni para qué paseamos. Democracia. Participación. Igualdad. Objetividad. Independencia. Hay muchos. Las vacas sagradas del diccionario tienen en común que nadie se atreve a ponerles, nunca, un pero. Que venga el listo capaz de criticar, no sé, la democracia o la igualdad. El asunto más bien funciona al revés. Las vacas sagradas del diccionario reciben a diario peregrinos esperpénticos. Hemos crecido con el mito de que la democracia la inventó aquel rey que creció bajo las faldas de Franco, y ahí tenemos a Rivera ofreciéndose para liderar la lucha por la igualdad de la mujer. Vemos a Podemos movilizando a sus bases para decidir sobre el chalet de Galapagar, en nombre de la participación. O al PP perdiéndose en unas primarias que no pintan nada en un partido al que, lo que le sienta estupendamente es el ordeno, mando y calla. Por no ponerles nunca un pero, estos conceptos acaban cayendo en picado y siendo regalados, como tomates de agricultores que han echado cuentas de cuánto van a recibir por kilo.
En la mítica serie de Aaron Sorkin The Newsroom, el nuevo presentador de un informativo que pretende informar –suena obvio pero no lo es para nada– le explica a los espectadores, durante la primera emisión, la línea que se iban a encontrar a partir de ese momento: si los demócratas dicen que el hombre viene del mono y los republicanos defienden que todo surgió de la costilla de Adán, objetividad no será darle a ambas posturas el mismo respeto, tratamiento y tiempo de emisión en antena, sino decirle al espectador que los republicanos se equivocan. La serie comenzó a emitirse en 2012, poco después de que la mejor RTVE que recordamos –salida del consenso de los dos únicos grandes partidos del momento– fuera descabezada en nombre de la democracia: el PP había arrasado en las elecciones y lo democrático, efectivamente, era que esa mayoría social traducida en votos se notara en la tele de todos. Y tanto que se notó.
La democracia, como todas las demás vacas sagradas del diccionario, está sobrevalorada. No es recomendable en un quirófano, ni es útil para decidir el mejor once para el siguiente partido aunque sepamos todos de fútbol más que cualquier entrenador que nos pongan por delante. Tampoco sirve para nada la democracia en el día a día del periodismo. En estos días de búsqueda de alguien que pilote el futuro de RTVE, nos chocamos de frente, como moscas contra un cristal, contra esas vacas sagradas del diccionario a las que no sabemos cómo meterles mano. Objetividad, independencia… Andrés Gil, periodista propuesto por PSOE y Podemos para presidir el ente público, reunía todas las características para poner la tele y radio públicas a hacer periodismo digno. Pero su nombre vino vía democracia: representantes buscando formar mayorías o, como lo bautizaron los trabajadores de la cadena vestidos de negro cada viernes, mercadeo político. Descartado el mercadeo político, el nuevo nombre propuesto por PSOE y Podemos es Tomás Fernando Flores, un hombre de la casa, como pedían los trabajadores de la cadena, libre de mercadeo político al parecer, que tiene en su currículum haber expulsado de Radio3 un programa como Carne Cruda, que allá por 2011 hacía periodismo y del bueno; contaba el 15M como Sorkin contaba la actualidad en The Newsroom: los indignados tienen razón y quienes nos gobiernan son unos impresentables.
El de la tele pública es uno de los dramas nacionales no resueltos, como la educación, las cunetas o el concordato. La queremos pública, independiente y de calidad. Esas vacas sagradas del diccionario nadie las discute, pero seguimos chocando contra el cristal del cómo. No es un cristal, se repite a menudo, sino un espejo: el de la BBC británica. Se trata, dice el teorema que lo resolvería todo, de hacer independiente RTVE, libre de intromisiones políticas, eligiendo a alguien que la presida generando la confianza del Congreso, desde Cañamero hasta Dolores de Cospedal. No suena sencillo. En el espejo, el Reino Unido, el consenso de la BBC se llama mandato de la Casa Real que garantiza que el organismo público navegue sin control político. El hombre que genera consenso se llama Sir David Clementi, hasta hace poco alto cargo del Banco de Inglaterra. Un hombre respetable, como indica el título de Sir concedido por su majestad, delante de su nombre de pila. España no es Reino Unido ni RTVE tiene por qué ser la BBC. Si el éxito de la cadena pública tiene que pasar por el consenso, será un servicio público de lo más light, que haga su trabajo sin enfadar a nadie: incompatible con el periodismo. Si sigue mandando el mercadeo político –la democracia–, legítimos y democráticos fueron los tiempos de Urdaci colocado por un PP en clara mayoría absoluta. Quizá haya que deshacer algunos nudos antes de seguir intentando ser la BBC a base de grandes conceptos vacíos. Y que nadie sea inocente: deshacer nudos molestaría a muchos cuando decidamos que, sin duda, el hombre viene del mono y punto.

Gerardo Tecé

 Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto.

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