martes, 9 de xullo de 2019

El derecho a decidir cómo se conforma tu familia

La legislación española no reconoce las uniones entre más de dos personas. La interpretación conservadora del derecho civil provoca situaciones injustas y doloras para quienes optan por modelos sexoafectivos o de crianza alternativos.


Ilustración de Susanna Martín.

Lucas Platero y Fefa Vila

La prensa se está haciendo eco tanto del reconocimiento como de los problemas a los que se enfrentan aquellas personas que deciden conformar una unidad familiar cuestionando el modelo nuclear, aquellas que eligen formas atípicas para poder tener descendencia, que entienden el amor fuera de la heteronormatividad monógama o unidades familiares que no están formadas
por parejas sino por una sola persona o más de dos. En 2007 Canadá anunciaba el reconocimiento de tres progenitores por parte el Tribunal Superior de Justicia de Ontario. Y en 2013, en la provincia de la Columbia Británica se estableció el derecho a que una criatura pueda tener tres o más progenitores, gracias a una nueva Ley de Derecho de la Familia.
Son experiencias que dan buena cuenta de la voluntad de organizar los proyectos afectivos y sexuales más allá de los confines tradicionales, que generan experiencias que, a menudo, no tenemos palabras para describirlas. Este es el caso de la niña Della Wolf Kangro Wiley Richards, concebida en una unidad familiar conformada por una pareja de lesbianas que tuvo un hijo en 2013 y luego otro en 2015 con un amigo; este donaba su esperma y formaba también parte de su vida cotidiana. A su vez, en Argentina se reconocieron en 2015 los derechos administrativos a tres progenitores de un niño llamado Antonio, que tiene dos madres y un padre; además, según la prensa, algo similar sucedió en Brasil con un bebé de dos madres, un padre y seis abuelos.
Como decíamos, son solo algunos ejemplos de quienes plantean que esta es una realidad, que no es ciencia ficción o algo que está por suceder en el futuro, a pesar de que a algunas personas les parezcan opciones impensables. Estas experiencias plantean un desafío importante a sociedades familistas mediterráneas, como la del Estado español, donde se entrecruzan los valores católicos con el ordenamiento jurídico y la moral, para hacer de la pareja heterosexual, monógama y reproductiva el modelo. Sin embargo, esta noción de familia nuclear tan presente en la vida cotidiana del Estado español se define por las prácticas sociales y legislativas, ya que el ordenamiento jurídico no la concreta. Es decir, la manera de hacer políticas y relaciones sociales confina la familia a los modelos y valores hegemónicos, que contrastan con la pluralidad de experiencias que tiene la ciudadanía, siempre más diversas que las categorías que utilizamos para entender e interpretar el comportamiento humano.
Cada vez son más visibles realidades diversas como los hombres trans* gestantes, los niños y las niñas trans* o quienes abogan por un género neutro.CLIC PARA TUITEAR
¿Cómo está la situación en el Estado español? En el ámbito de la legislación, no existe ningún reconocimiento a ninguna forma de unión que contenga más de dos personas, aunque informalmente se conoce que existen cada vez más parejas que han hecho de la amistad y el vínculo con otras personas parte de su unidad familiar, que tienen hijos e hijas fruto de estos vínculos. De hecho, la anarquía relacional, o poliamor, está siendo cada vez más visible como una forma posible manifestar los afectos y los vínculos. Sin embargo, la prensa del Estado español solo refleja la situación de más de dos progenitores cuando surgen problemas, al romperse los pactos establecidos y aparecer los abusos.
Este es el caso de una pareja de lesbianas casadas de Madrid, que acudieron a un amigo íntimo gay para tener un bebé y establecer lo que se conoce como “una familia elegida”, en palabras que Kath Weston (1991). Una vez que esa criatura tuvo ya edad para terminar la educación infantil y tras haber crecido y convivido en el núcleo familiar principal con sus madres lesbianas, además de mantener una relación intensa pero distinta con el amigo donante, este decidió reclamar derechos como “padre”. La jueza interpretó esta situación que alude a dos mujeres y un hombre resituando la realidad, reconociendo legalmente la existencia de una pareja heterosexual —una pareja de ficción que nunca existió—, ignorando a la madre no gestante y, con ello, ignorando los intereses y vínculos de la menor. Cabe aquí preguntarse por los efectos de estas decisiones sobre los derechos y “el bien superior del menor”, que se utilizan frecuentemente para argumentar decisiones que no siempre les benefician, sino que sitúan a la infancia en un lugar donde no tiene voz y está a la merced de los argumentos más conservadores.
Los debates binarios sobre prostitución y gestación subrogada derivan en propuestas descontextualizadas, generalistas y reduccionistas.CLIC PARA TUITEAR
Esta situación no es exclusiva de ese matrimonio en particular, y desafortunadamente, se está repitiendo por toda la geografía del Estado. Son casos donde se produce un reconocimiento que privilegia la situación de un donante no anónimo —que tiene más o menos presencia en la vida de la menor, dependiendo de los acuerdos establecidos—. A estos hombres se les considera como padres, en términos normativos, al tiempo que se les presenta como sujetos cuyos derechos están siendo agraviados. De esta manera, la ley está reconociendo unos derechos de custodia a quienes fueron donantes de esperma, tratando a estas personas implicadas en un pacto de amistad análogamente a una pareja separada o divorciada. Esta misma acción legal que protege los derechos del donante al que convierte en progenitor, invisibiliza y menoscaba los derechos de una madre no gestante, que desaparece de pronto. Un caos provocado por la necesidad de generar la ficción heterosexual y monógama, incluso cuando es evidente que no existe, al aplicarle la homologación de un derecho heteronormativo en el que han quedado subsumidos todos los modelos familiares, provocando verdaderas situaciones de discriminación, injusticia y dolor personal.
¿Qué análisis feminista y queer podríamos hacer de estas situaciones? Los feminismos más críticos plantean la necesidad de pensar en los matices y en los contextos, sobre todo desde aquellas posturas donde la vulnerabilidad forma parte de su propio proceso constitutivo, más allá de las decisiones binarias que imposibilitan que podamos superar el abismo de estar a favor o en contra de algo. Esto está sucediendo con los derechos de las trabajadoras sexuales o con la subrogación de la maternidad por sustitución, empujándonos a tomar prematuramente una posición que nos dificulta parar a ver qué condiciones, detalles y debates son importantes en cada situación concreta. Estos binarismos y sus lógicas sancionadoras jurídicas nos empujan intencionalmente a tomar decisiones apresuradas, descontextualizadas, generalistas y, a menudo, reduccionistas, lo que erosiona la pluralidad necesaria de un movimiento vital como es el feminista.
Este es el caso también de las diferentes uniones familiares y de cómo conformamos vínculos afectivosexuales, o para tener descendencia. Una aproximación simplista nos llevaría a plantear que:
–  Esta es la última frontera para aquellas culturas como la nuestra que usan las familias como unidad ciudadana, por lo que hay que dedicarse “en cuerpo y alma” a dinamitar el heterosexismo. La tarea feminista sería ponernos a tener hijos y relaciones alternativas, nos apetezca o no, sin valorar el esfuerzo que supone enfrentarnos a la tarea de resistir la presión para repetir lo ya conocido y de generar experiencias de las que no siempre tenemos referentes.
– Dados los problemas que surgen con las familias con más de dos progenitores, deberíamos condenar estas experiencias como ejemplos fallidos, que demuestran que la amistad no es una herramienta queer radical de solidaridad. Ha salido mal, ergo, es mala idea tratar de superar la idea tradicional de familia. Volvamos a la pareja de siempre, para tener hijos, vínculos y seguir las
normas que ya conocemos. Para salir de este atolladero simplista es importante situar en contexto estas experiencias, que aluden a una crianza que incluye a más de dos personas, en un Estado español que recorta derechos, donde se interpreta el Derecho civil de manera restrictiva al tiempo que se ensalza la familia nuclear. Asimismo, desde los movimientos sociales encontramos un tejido asociativo LGTB que en su demanda del matrimonio igualitario se apresuró a una homologación en el Derecho civil heteropatriarcal, sin tener en cuenta que la realidades de las personas LGTTBI son tan múltiples y diversas que desbordan los conceptos y las bases histórico jurídicas de un derecho que a todas luces debe ser problematizado. Es decir, se ha pedido una igualdad de derechos sin tener en cuenta que esos derechos son, en algunos aspectos, problemáticos. Además, es relevante señalar que se ha prohibido la asistencia en la sanidad pública de la reproducción asistida a las lesbianas y a las mujeres solas —bajo el argumento de que la ausencia de varón no es un problema de fertilidad y que solo esos casos merecen atención—.
Somos un Estado donde la tasa de natalidad es estrepitosamente baja, la más baja del contexto de la Unión Europea, debido a las condiciones de vida y a la falta de apoyos a las mujeres y a las familias, aunque la defensa de las mismas esté en el núcleo de los valores conservadores de partidos como el Partido Popular. Hablar de fomentar la familia, de apoyar a los no nacidos y de los valores familiares no es lo mismo que ayudar concreta y materialmente a crear la situación para que las personas podamos conciliar la vida familiar con la personal y la laboral. Es incongruente con torpedear la educación pública, especialmente la educación infantil, así como minar la salud pública mientras se generaliza la precarización del empleo. ¿En este contexto se pueden tener criaturas? ¿Quién las puede tener? ¿A qué coste?
Al mismo tiempo, están surgiendo realidades cada vez más visibles como los hombres trans* que dan a luz; la subrogación del embarazo; los niños y las niñas trans* que tienen el apoyo de sus familias; los mapis trans* y queer; la tecnología que permite concebir a tres progenitores y evitar enfermedades en el feto; el reconocimiento del género neutro… por nombrar sólo algunas situaciones que alteran la sexualidad más tradicional y dan lugar a otros contextos socioafectivos y familiares. Cuestionan y desnaturalizan aquello que habitualmente se ha concebido como exclusivo y propio de las mujeres, como pueden ser los cuidados y la maternidad, por ejemplo. O imposible para los hombres, como puede ser el hecho de concebir y de tener hijos e hijas, formar parte de vínculos afectivos que van más allá del papel de ser el ganapán o el cabeza de familia. Este binarismo de género que se ha tomado “por bueno” se complica y se problematiza, de manera que la biología no es necesariamente el destino o una limitación; esta es la reivindicación de aquellas personas que queremos decidir sobre nuestros cuerpos, quienes queremos elegir conscientemente nuestras formas de relación y utilizamos las tecnologías que tenemos a nuestro alcance para vivir como deseamos.
La justicia está reconociendo como padres agraviados a donantes no anónimos de madres lesbianas.CLIC PARA TUITEAR
En este contexto, surge la necesidad de plantear un debate sobre qué papel tiene el deseo de pertenencia a la normalidad, y su vínculo con la lucha por los derechos LGTBQ, que a menudo no cuestiona el statu quo en el que vivimos. Creemos que una lucha desde los movimientos sociales que no cuestione el binarismo y los códigos jurídicos vigentes puede dar lugar a situaciones que podríamos considerar de violencia de género y de violencia infantil, en tanto en cuanto se impone o se puede imponer en la vida de nuevos seres una fantasía heteronormativa que contrasta con cómo están creciendo. Creemos que la clave para salir de estos binarismos que nos impiden pensar con más matices sobre cómo poder tener aquellas vidas que
nos parecen dignas y vivibles, es situar el debate en los detalles, las subjetividades y los contextos.
Una posible respuesta feminista y queer es preguntarnos cómo se materializan estas voluntades de vivir los vínculos afectivosexuales y la crianza de manera que dejen sitio a la amistad o que impliquen a más de dos personas. Supone poder concebir una maternidad que pivote sobre una autoridad femenina-feminista no esencializada ni vapuleada, así como pueda ser encarnada por un varón, a no agraviar a ninguna madre lesbiana y no descartar la amistad como un vínculo radical.
Tenemos que hacer un trabajo importante y matizado de cómo queremos establecer estos vínculos y para ello tenemos que desprendernos de estos debates binaristas que tanto daño nos hacen y que imposibilitan las alianzas más allá de ciertos partidismos. Necesitamos que se abra el debate para redefinir la familia en nuevos contextos, generando definiciones propias que recojan las diferentes experiencias que ya están surgiendo y que aludan al bien superior del menor, no solo como argumento arrojadizo. Supone un esfuerzo por entender los derechos de parentesco y de crianza en intersección con otros debates como qué es la violencia de género, la importancia de los derechos trans* como una cuestión feminista, la precarización y la falta de derechos en la infancia, entre otros.

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