Patricia Simón / La Marea
El significado de la detención de la capitana Carola Rackete la trasciende a ella, a los rescates en el Mediterráneo y a la ola fascista que recorre el mundo: nos devuelve un reflejo de nuestra sociedad, de nosotras y de dónde fijamos la atención, y por qué, nada edificante. Algún día, la escena será recreada […]
El significado de la detención de la capitana Carola Rackete la trasciende a ella, a los rescates en el Mediterráneo y a la ola fascista que recorre el mundo: nos devuelve un reflejo de nuestra sociedad, de nosotras y de dónde fijamos la atención, y por qué, nada edificante.
Algún día, la escena será recreada en una película. Y nuestros hijos e hijas llorarán y se preguntarán cómo fue posible, cómo lo permitimos; como ya lo hicimos nosotros viendo La lista de Schindler o La lengua de las mariposas.
La joven capitana descendiendo por la escalerilla, el policía que la agarra del brazo, las decenas de guardias, hombres, custodiando la rampilla en el pantalán, cruzándose miradas entre ellos ante los gritos de los que fueron a insultarla –»¡Espero que te violen cuatro negros!», «¡Ponedle las esposas!», «¿Te gustan las pollas negras?», «¡Primero los italianos! ¡Primero los italianos!»–. El fotógrafo del cuerpo policial registrando el momento, corriendo para tomar una nueva instantánea, como si fuese una escena de acción. Ella avanzando en silencio con paso sólido y el gesto serio hacia el coche patrulla; entonces ese instante en el que todo se suspende mientras espera a que abran la puerta. Aparece una mano sobre su brazo desnudo: una mano masculina, de alguien no uniformado, quizá de su tripulación, parece que quiere arroparla, con timidez, y de repente, otra mano, ahora claramente de un policía, sobre su espalda, desplegando los dedos bajo su cuello, impulsándola a introducirse en el coche, un gesto de milésimas de segundos en los que se intuye la aspiración de ser parte de la detención de la decencia, aunque sin convencimiento; quién sabe si sabiéndose indigno de rozar esa piel dorada por el sol, crujiente de juventud, salitre y valores, el acuerpamiento de lo que un día no tan lejano proclamó Europa como su norma y sentido: la defensa de la vida, la justicia y la esperanza en el futuro. Sus naciones sabían que fuera de ahí sólo cabe la autodestrucción y la desolación.
Todo eso encierra los instantes en los que Carola Rackete, la capitana del barco de rescate Sea Watch-3 es arrestada por la Guardia Financiera de Lampedusa. Da igual lo que pase después, si finalmente es condenada a prisión o no; si el proceso judicial se dilata en el tiempo y no llega a nada y esta indignación se borra en el maremágnum de indignación perpetúa en el que vivimos. Es la Teoría del shock, que tan bien conceptualizó Naomi Klein. Nuestro imaginario de lo que está bien y de lo que está mal está siendo bombardeado a través de la guerra que el Norte Global libra contra las personas que huyen del Sur. Ellas son sus víctimas colaterales, pero el objetivo a abatir son nuestras conciencias. Cuantas menos personas queden como referentes de que existe la posibilidad de la resistencia, más engrasada estará la maquinaria del despojo de derechos y vidas.
Por eso necesitamos urgentemente muchas Caloras Rackete. Porque sin ellas estas vidas extenuadas por el cansancio de trabajos cada vez más precarios e insatisfactorios, y entristecidas por la falta de lazos comunitarios desde los que construir afectos sociales, la impotencia terminaría cristalizando en cinismo, apatía y egoísmo. Porque han conseguido que el hecho de que una joven decida poner sus conocimientos al servicio de salvar vidas, aún a sabiendas de que le pueda costar la cárcel, se convierta en una heroicidad, como si hubiese algo más lógico y bello a los que dedicar los minutos y horas de vida. Porque los hombres de gris que nos están volviendo grises al resto pensaban que con sus leyes ilegítimas nos estaban poniendo en la encrucijada de elegir entre el bien y la libertad, cuando sabemos que ser libres es la elección de dar sentido a nuestras vidas, vivir adrede, vivir para y por algo que nos trascienda. Por eso, los hombres grises siempre terminan encontrándose Carolas a su paso, porque su concepción de la libertad es un mojón de miedos, odios y avaricias a los que se encaraman para mirar por encima del hombro a los demás.
Sin embargo, el reflejo que nos devuelve la decencia de Carola Rackete no sólo salpica a los representantes de la putrefacción. También nos habla del machismo que sigue orientando dónde fijamos nuestra mirada. En las últimas semanas, además de su caso, ha acaparado la atención mediática el de la también capitana Pia Klemp, que se enfrenta a 20 años de prisión acusada en Italia de fomentar la inmigración ilegal. Su foto en la sala de mandos de la embarcación de la ONG alemana Iuventa ha sido ampliamente compartida en las redes sociales. Su evidente belleza, su cuerpo fuerte y tatuado, su mirada firme, sosegada y traslúcida son de una fuerza comunicativa incontestable. Concilia todo lo que puede abominar la ola fascista, conservadora, misógina y clasista que recorre el mundo: una mujer liberada de corsés, con determinación y hermosura dinamita el estereotipo que los neomachistas quieren construir de las feministas.
Pero junto a Pia Klemp están acusados de los mismos cargos nueve miembros de su tripulación, que en el verano de 2017 salvaron a cientos de personas. Sin embargo, ha sido ella la que ha acaparado nuestra atención después de que concediese una entrevista a un medio alemán, del que se hicieron eco agencias y cabeceras internacionales. En muy pocas de las crónicas publicadas se habla del resto del equipo. Una de las personas que le acompañaba es Miguel Roldán, un bombero malagueño que durante los 22 días que duró la misión rescató a cientos de personas a nado.
Entrevista a Miguel Roldán en el programa de M21Radio La Ciudad de los Derechos y la Memoria
“Respetamos las normas, sólo rescatábamos cuando recibíamos la autorización de la torre de control italiana. Hubo situaciones en las que tuvimos que esperarla mientras veíamos cómo la gente se ahogaba a 50 metros de distancia. No saben lo duro que es ver a gente gritar, muriéndose sin poder actuar”, explica con una voz cargada de verdad y emoción.
“Si hubiese sido por mí, hubiésemos actuado sin el permiso. Pero no, cumplimos con las normas, y encima nos piden 20 años de cárcel por salvar vidas”, añade este hombre de 32 años que durante aquellos días se sintió juez, en lugar de rescatador. “Cuando tienes a 300 personas ahogándose delante de ti, no hay medios materiales ni humanos para salvarlas a todas, tienes que elegir a quién rescatas y a quién no”, espeta con tanto aplomo como ausencia de narcisismo.
El abogado que lleva la defensa de los diez acusados les cuesta 150.000 euros, a los que hay que sumar los gasto de su abogado particular y de los desplazamientos que están teniendo que realizar.
Sin embargo, lejos de desistir, Roldán llama a la desobediencia masiva. “Hablan de respetar las leyes cuando son ellos los que no respetan los derechos más universales. Si la única opción que nos dejan es la desobediencia, habrá que tirarse al mar de nuevo y que nos detengan. Si somos 200, ¿nos van a detener a todos?”.
Y si en vez de 200, ¿fuésemos dos mil, cinco mil, veinte mil? ¿Qué nos pasa? ¿A qué tenemos tanto miedo? ¿Qué más tiene que ocurrir para que decidamos de qué bando queremos estar: si de la mano indigna del policía que conduce a Carole Rackete al coche patrulla o de la mano que ella, Pia o Miguel tienden al que se ahoga ? Mientras nos decidimos, los que nos hundimos en la infamia somos todos y todas.
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