Las empresas de la llamada economía de plataforma conquistan a un consumidor falto de tiempo. Pero la comodidad no sale gratis. ¿Conveniencia o consumo responsable?
El centro logístico de Amazon en San Fernando de Henares (Madrid). GERARD JULIEN / AFP / GETTY IMAGES
GEMMA GALDON CLAVELL
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Hace tiempo que el consumo ético es una forma de incidir sobre lo que compramos y, por tanto, sobre lo que se ofrece. Nos permite, además, influir sobre los procesos de fabricación y transporte de aquello que consumimos. Conocer con detalle las implicaciones de todo lo que adquirimos nos abre por tanto la posibilidad de votar con el monedero. Pero mientras muchas personas han incorporado, probablemente, la preferencia por tejidos no animales, productos fabricados localmente o alimentos ecológicos, el debate sobre el consumo de lo que nos proponen algunas de las nuevas empresas nacidas al albor de Internet está menos desarrollado.
Y, sin embargo, estas nuevas compañías son cada vez más omnipresentes. Las cajas con el logotipo de la sonrisa de Amazon, por ejemplo, son cada día más ubicuas. La empresa que Jeff Bezos creó en 1995 como una librería online, y que dos años más tarde ya salía a Bolsa, es hoy la marca de venta al por menor más valiosa del mundo. Permite adquirir y recibir a domicilio desde gomas del pelo a piezas de un coche.
Nos encontramos ante un claro ejemplo de cómo las posibilidades tecnológicas están cambiando nuestra cotidianidad. Amazon refleja las dinámicas que caracterizan este largo entrar en el siglo XXI: la emergencia de grandes complejos empresariales de base tecnológica (los famosos GAFA, acrónimo de Google, Apple, Facebook y Amazon), la crisis del comercio minorista local, la robotización del trabajo y el auge del ocio en casa.
Desde que llegó a España en 2011, el crecimiento de Amazon es constante, pero sus servicios están aún lejos de lo que experimentan los consumidores estadounidenses. En España, la empresa dispone de 10 almacenes y garantiza la entrega en el día en tan solo unos pocos códigos postales. En EE UU, Amazon dispone de 17 centros de distribución solo en el Estado de California, en ciertas zonas garantiza la entrega en menos de una hora, acepta pedidos directamente desde asistentes virtuales domésticos tipo Alexa o Echo, cuenta con tiendas físicas donde los libros no tienen precio y supermercados sin personal humano, y es ya el segundo empleador del país, superado solo por la cadena Walmart.
CLAVES
613.300 personas trabajan a tiempo completo o parcial para Amazon en todo el mundo.
208.800 millones de dólares (unos 183.600 millones de euros): sus ingresos en los últimos cuatro meses contables. Ocupa el puesto 16º de las empresas cotizadas en el mundo.
4.241 millones de euros: lo que facturó la compañía en España en 2017, según The eShow Magazine y Netquest. Lideró el ranking nacional de ventas online.
10 centros y estaciones logísticas de Amazon en España.
19.300 euros, el salario mínimo anual de los empleados de Amazon en Madrid y Barcelona, según la empresa.
Amazon pasó de vender libros a vender de todo, y se ha ido convirtiendo en un negocio global y multiservicio. En España hay en realidad cuatro “Amazons”: Amazon Spain Fulfillment (logística), Amazon Spain Services (servicios), Amazon Web Services (cloud) y Amazon Online Spain (publicidad). Cuatro empresas que se estima que facturan 4.200 millones de euros, de los que solo declararon al fisco español 289 en 2017 y por los que pagaron 4 millones en impuesto de sociedades (un diminuto 1,4%), según la estimación publicada en abril por el periódico Expansión.
Uno de los grandes debates que ha generado el espectacular crecimiento de Amazon es el de su impacto en el sector minorista. Después de años de teorizar sobre la desaparición del pequeño comercio como consecuencia de la emergencia de las grandes superficies, al final parece que las plataformas online, con Amazon a la cabeza, pueden acabar dándole el golpe de gracia tanto a tiendas de barrio como a grandes superficies. El comercio tradicional, grande y pequeño, tiene dificultades para competir con una multinacional que puede movilizar en muy poco tiempo cadenas logísticas globales a precios muy bajos. Amazon es sobre todo una tienda de tiendas, y así distribuye gastos y riesgos.
Bezos identificó una oportunidad de mercado que parecía marginal, la distribución global de libros con plazos y precios asequibles, y esa ha sido la base de su supermercado del mundo y de un entramado societario que vende desde servicios de Internet hasta mano de obra con la herramienta Amazon MTurk.
A partir de la web librería, desarrolló acuerdos con terceros vendedores para que todos utilizaran la plataforma, incorporando así un perfil tanto del vendedor como del revendedor, algo que permitió a Amazon conseguir los ingresos y los datos necesarios para iniciar el salto a otros sectores, servicios y productos. La empresa ha rentabilizado su posición dominante sin piedad, poniendo en situaciones muy difíciles no solo al sector minorista local, sino a grandes cadenas.
Y parece que la ambición no cesa. Bezos ha construido todo un imperio. No solo encontró un filón en la prestación de servicios informáticos de almacenamiento y gestión a clientes como la NASA, sino que es el propietario de The Washington Post.
El comercio tradicional, grande y pequeño, tiene dificultades para competir con un gigante global
Algunos expertos se refieren a los cambios introducidos por empresas como Amazon en las dinámicas laborales utilizando el término de taylorismo digital. A principios del siglo XX se expandieron las teorías de Charles Taylor y su método de organización industrial para racionalizar y mecanizar el trabajo, dividiendo las tareas de forma sistemática con el fin de aumentar la eficiencia y productividad. Bajo ese modelo, el trabajo de cada obrero era cronometrado en un sistema de producción en cadena que restaba valor a la mano de obra cualificada y bajaba los salarios. De un modo parecido, la cadena logística de Amazon maximiza las tecnologías digitales y la posibilidad de monitorizar al trabajador y el producto al minuto tanto dentro como fuera de sus instalaciones. Hay empleados que han relatado jornadas extenuantes, controles constantes y objetivos de productividad imposibles, a los que hay que sumar una alta temporalidad y salarios bajos que ya han motivado cuatro huelgas en el almacén más antiguo de la empresa en España, en San Fernando de Henares (Madrid). Incluso 400 miembros de la plantilla de The Washington Post mandaron una carta abierta a Bezos este año en el que a la luz de los brillantes resultados logrados por la cabecera (se duplicó el número de suscripciones digitales en 2017, aumentó más de la mitad el tráfico en su web y rebasó las previsiones de ingresos publicitarios) pedían un “trato justo” a cada uno de los trabajadores que contribuyen al éxito. “El Post no es un negocio cualquiera. Pero incluso si lo fuera, esta no sería la forma de demostrar que valora a sus empleados. Por favor, muestre al mundo que no solo puede abrir el camino para ganar dinero, sino que también sabe cómo compartirlo con la gente que le ayudó a lograrlo”, concluía la carta.
Bezos siempre ha colocado al cliente como su mayor prioridad, y en el caso de Amazon su éxito apunta a un profundo cambio en los hábitos de una clientela cada vez más hogareña. La disponibilidad del ocio en casa, con servicios de envío de comida, libros, ropa o cualquier otro producto va en aumento. Amazon no deja escapar ninguna oportunidad, y amplía servicios en todos los frentes, ofreciendo incluso televisión a la carta con Amazon Prime Video.
En contra de lo que cabría esperar, el gran éxito del gigante del comercio electrónico son las ciudades y no las zonas rurales. La combinación de precio asequible, comodidad y pereza ha seducido precisamente a aquellos urbanitas que menos necesitan la entrega personalizada al tener comercios, supermercados y cines cerca.
Pero el ocio abandona las calles para hacerse doméstico, en un cambio que muchos atribuyen no tanto a la voluntad de los consumidores como a la combinación de largas jornadas laborales, al coste de la vida en relación con los salarios y a una progresiva individualización de la sociedad. Aunque no está claro si Amazon es causa o consecuencia, es innegable que los nuevos modelos de ocio de los que se lucra tienen impactos psicosociales importantes.
Una de las grandes polémicas que envuelve a los gigantescos GAFA tiene que ver con su ingeniería fiscal y la búsqueda de fórmulas legales para rebajar sus obligaciones fiscales. Cuando arrancó Amazon, Bezos contempló radicar su empresa en una reserva india, precisamente para evitar las cargas fiscales, y eligió finalmente Seattle por sus condiciones impositivas. En su primera incursión europea, escogió (¡sorpresa!) Luxemburgo. Y el anuncio en noviembre de la apertura de dos nuevos cuarteles generales en Nueva York y Washington también estuvo precedido de una competición a la baja en cargas fiscales entre una veintena de ciudades.
Con Amazon el consumidor paga y además su rastro de datos es revendido
En España, Amazon opera con una compleja estructura societaria que hace imposible saber cuánto ingresa por sus ventas. No obstante, los cuatro millones de euros en impuesto de sociedades abonados en 2017, mencionados previamente, parecen una cantidad menor. El desembolso de los consumidores españoles en Amazon puede beneficiar su bolsillo, pero no revierte ni en trabajos de calidad, ni en impuestos que puedan financiar servicios públicos que, por ejemplo, ayuden a esos empleados precarios a llegar al trabajo o a cobrar alguna prestación cuando venza el contrato temporal. La Comisión Europea alertó el año pasado de que algunas grandes tecnológicas pagan menos de la mitad de impuestos que compañías tradicionales.
El tema del uso y abuso de los datos merece un punto y aparte. Amazon no solo utiliza datos personales para controlar férreamente a su plantilla, también, como muchas otras empresas online, recoge información sobre todas las interacciones de los clientes con su plataforma (y con Internet en general a través de las cookies). Su omnipresencia hace que sea un actor excepcionalmente destacado en el mercado de datos. La información que obtiene le permite deducir gustos y necesidades, capacidad adquisitiva, residencia y datos bancarios, que luego cruza con otras bases de datos para vender ese perfil lo más caro posible a los anunciantes. Como Facebook o Google, Amazon es una agencia de publicidad. La tercera mayor del mundo, y probablemente la más diversificada, puesto que, aparte de negocios online, es propietaria de empresas de hardware, portales de ocio y supermercados que permiten ofrecer perfiles más completos y, por lo tanto, lucrativos. Se dice que cuando algo es gratis, el producto somos nosotros. Con Amazon, el consumidor paga y además su rastro de datos es revendido como producto.
¿Es pues ético comprar en Amazon? Es posible que haya muchas empresas con condiciones laborales peores, pero difícilmente tendrán las ventajas fiscales de las que disfruta Amazon. También es posible que el ocio en casa sea cómodo, pero no está claro que sea deseable una sociedad de cubículos de uso individual.
En el pasado, el taylorismo rebajó salarios y degradó las condiciones laborales, pero también impulsó el sindicalismo moderno. De la misma forma, la lucha contra la concentración empresarial y los monopolios de finales del XIX llevó al desarrollo de legislación de protección de la competencia y de los consumidores. Quizás lo más problemático del momento actual no es el tamaño y poder que acumulan los GAFA, sino la desorientación sobre cómo abordar la agenda social, laboral y tecnológica que requieren estos actores omnipresentes.
Habrá que pensar antes de dar de nuevo a ese clic.
Gemma Galdon Clavell
es doctora en Políticas de Seguridad y Tecnología y directora de Eticas Consulting.
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