María Castejón
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Llevamos una semana con un trajín tremendo a cuenta de la convocatoria de las feministas valencianas a vestirse de negro el día 6 de julio, con motivo del txupinazo sanferminero. Esta iniciativa ha hecho saltar las alarmas del feminismo y la sociedad navarra y pamplonika que ya se había sorprendido con la peregrina iniciativa de animar a las mujeres a no acudir a las fiestas. Los motivos son diversos. Se ha considerado una injerencia que se lance una campaña sin contar con el movimiento feminista de Pamplona, no se ha considerado oportuno usar el negro en un contexto festivo como el de San Fermín y no ha gustado que en el cartel de la campaña que se ha convertido en viral aparezca un toro.
Los sanfermines se han constituido en un referente de lucha contra la violencia sexual. El asesinato de Nagore Laffage en 2008 y la violación de la manada en 2016 han hecho que se ponga el foco en estas fiestas. La importancia mediática de estos dos casos se debe contextualizar dentro del trabajo del movimiento feminista, de las campañas institucionales y del enorme trabajo de sensibilización que ha realizado Asun Casasola, ama de Nagore Laffage. Las feministas navarras hemos visto como en cuestión de 10 años se ha pasado de la invisibilidad -los momentos del juicio de Nagore fueron muy duros y solitarios- a la visibilidad extrema.
Es lógico y necesario que se lancen acciones a nivel estatal, pero las alarmas han saltado porque esta iniciativa no ha tenido en cuenta a las mujeres de Iruñea ni, sobre todo, a sus estrategias en las calles. Se cuestiona el impacto de la acción en sí el día 6 de julio en el corazón de la fiesta. Si el objetivo es vestirse de negro para visibilizar la condena y el rechazo a los abusos sexuales en el momento álgido del txupinazo cuando miles de cámaras ponen el foco en la Plaza del Ayuntamiento, no se ve una acción efectiva porque muy pocas mujeres de Navarra se atreven a entrar en la plaza. Los esfuerzos se centran en desplegar pancartas gigantescas con lemas feministas que reivindican la autodefensa, algo que requiere de mucha coordinación y mucha fuerza física. Poder moverse en un espacio tan masculinizado en el que prima la fuerza bruta no es tarea fácil.
La activista Itxaso Iturri respondía con rotundidad en las redes sociales a un comentario que se quejaba de por qué había que hacer lo que las feministas navarras estimaban:
Cuestionamos que no se haya consultado y no se hayan tenido en cuenta las estrategias y el trabajo de las mujeres de Pamplona. Sí, es ciertamente peligroso hacer distinciones entre las feministas de aquí y de allá, pero no consultar es una falta de respeto y hiere sensibilidades.
Tampoco nos gusta la idea de dejar de vestirnos de fiesta. Para muchas mujeres de Iruñea y de toda Navarra vestirse de blanco y rojo forma parte de su identidad y de su idiosincrasia y es un triunfo salir a las calles a patearlas, bailarlas, a beber, a desfasar y a disfrutar de la fiesta. Reivindicar el blanco y rojo tiene que ver con seguir ocupando las calles en contextos festivos. En un contexto de miedo y de manadas, las mujeres no nos vamos a quedar en casa. El negro es un color relacionado con el luto y muchas nos negamos a asumirlo en un contexto festivo. Además, las mujeres de Pamplona se visten de negro como acción reivindicativa el día 4 de julio desde el año 2014 en una manifestación nocturna organizada por el colectivo Farrukas bajo el (polémico) lema de "el miedo va a cambiar de bando".
Siendo conscientes del impacto mediático de los sanfermines, vemos cómo estas campañas no surgen en otros contextos de fiestas multitudinarias como la Feria de Abril, la Semana Grande de Bilbao, las Fallas, la Tomatina, en las que también se dan abusos sexuales. Nos sale la vena de defender nuestra ciudad como un espacio que no es menos seguro que el resto de espacios... y un espacio por el que se lucha todos los días del año.
A pesar de que ha resultado agotador, creo que la situación generada nos permite extraer varias conclusiones. El trabajo en red debe coordinarse y debe respetar la idiosincrasia y especificidad de cada lugar y contexto. Debemos revisarnos las apropiaciones que hacemos de las luchas de las compañeras y debemos reflexionar sobre qué consecuencias tiene la globalización y la ¿homogeneización? de las luchas feministas, un escenario que desconocemos casi por completo y en el que Iruñea puede servir como laboratorio. Escuece ver cómo gran parte del movimiento feminista estatal desconoce nuestras acciones. Y debemos incorporar siempre la interseccionalidad para trabajar las diferentes violencias que nos recorren, incluido el maltrato animal, que vertebra tanto sanfermines como otras muchas fiestas populares.
A todas las mujeres que formamos comunidad les diría que nos acompañen desde sus ciudades pero con un pañuelo rojo o morado, y no vistiéndose de negro. Porque los sanfermines son sinónimo de fiesta, alegría y jolgorio. Porque las calles también son nuestras. ¡Nos vemos en las calles y en los bares! Gora San Fermín! Gora borroka feminista!
Lee también:
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- Sanfermines: violencia machista y autodefensa feminista. Artículo de Susana Cañete, activista de Lumatza, en 2014
- El miedo va a cambiar de bando. Artículo de Begoña Zabala, de Emakume Internazionalistak, en 2015
- Las fiestas, la calle y la noche ¡también son nuestras! Artículo de Alizia Pano Rodríguez, activista feminista de Iruñea, en 2017.
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