Las imágenes de Grecia no pueden ser ignoradas; pero en tres días de luto no cabe el dolor de todos los que, silenciosamente, seguirán muriendo mientras sus políticos y sus acreedores alimentan un incendio cada día mayor
Un bombero se acerca a una casa incendiada. 24 de julio de 2018, Grecia.
YOUTUBE (SAHRAB NABIYEV)
PEDRO OLALLA
http://ctxt.es/
Ante lo que está sucediendo estos días, ante la visión del Ática ardiendo y el hecho espeluznante de que hombres, mujeres y niños estén muriendo ahora atrapados en las llamas, hay que detenerse un momento a reflexionar, porque lo que sucede es tan grave y tan vergonzoso que hace que cualquier otro tema parezca casi una frivolidad.
NO HUBO ALUSIÓN ALGUNA A LOS INGENTES RECORTES EN TODOS LOS SECTORES DE LA ORGANIZACIÓN SOCIAL
Ayer, mientras las llamas de Grecia abrían los telediarios de Europa, el discurso oficial del presidente Tsipras aludía a la unión en la desgracia, al luto nacional y a la solidaridad ejemplar de los dirigentes extranjeros. Una vez más, palabras vacías, lágrimas de cocodrilo. No hubo alusión alguna a las causas reales de la desprotección, ni a las responsabilidades de quienes gestionan el Estado, ni al desmantelamiento progresivo de todas las infraestructuras y sistemas de asistencia a los ciudadanos. No hubo alusión alguna –ni cabría esperarla– a los ingentes recortes en todos los sectores de la organización social, que, en los últimos años de rescates, han hecho que la población de este país decrezca por desnutrición, desasistencia médica, precariedad y suicidios, en cifras tales que permiten que las políticas de austeridad puedan ser denunciadas sin ambages como crímenes de lesa patria y lesa humanidad. Ni hubo alusión alguna, por supuesto, a los nuevos protocolos y leyes que este mismo gobierno condolente está firmando presionado por las instituciones europeas, y que obligarán, en los próximos meses, a mayores recortes, a mayores impuestos y a mayor precariedad y desamparo. Hubieran sido deseables unas sinceras palabras de perdón ante estas víctimas presentes, ante las otras que no tuvieron luto, ante la sociedad en su conjunto, acompañadas de un propósito firme de hacer una política en otra dirección. Hubiera sido deseable un lamento y un ruego de clemencia por haber necesitado la visión de esta tragedia para cobrar conciencia de lo obvio y desistir de porfiar en la debacle. Pero no ha sucedido. Sólo palabras huecas.
Este incendio, por desgracia, es el mismo del año pasado, el mismo del año 2007 –que se cobró más de 150 vidas y devastó enormes extensiones–, y también el mismo del año que viene, qué tal vez deje a éste atrás en las luctuosos cifras: porque, para cumplir con los objetivos de las instituciones, se seguirán recortando recursos para la limpieza y el mantenimiento de los montes, para la dotación de los bomberos y los cuerpos de protección civil, para la construcción de las infraestructuras necesarias, para la protección ante los fuegos del verano y las inundaciones del invierno; porque no se dictarán leyes contundentes contra la recalificación de terrenos quemados ni se investigará a fondo en la sospechosa causa de tantos incendios simultáneos; porque no rodarán cabezas políticas ni habrá procesados por la responsabilidad de esta tragedia. La culpa será, una vez más, del viento y del fuego. Y de Dios el amparo.
Tal vez sea hora de reflexionar sobre nuestro concepto y nuestras estrategias de seguridad, que hacen de oro a una industria armamentística reciclada en servicios de protección antiterrorista y de fronteras, mientras nos dejan indefensos ante el fuego, o ante la enfermedad, o ante la vejez, o ante la pérdida del puesto de trabajo.
Grecia sale hoy en las noticias porque las llamas abrasan a familias de veraneantes atrapados. Son imágenes que no pueden ser ignoradas; pero en tres días de luto nacional no cabe el dolor –ni el horror– de todos los que, silenciosamente, han muerto y seguirán muriendo en Grecia mientras sus políticos y sus acreedores siguen alimentando un incendio cada día mayor.
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