Albino Prada – Comisión JUFFIGLO de ATTAC España
La recuperación de los niveles de producción previos a la crisis se ha conseguido con un volumen de empleo muy inferior. Si añadimos que la precarización de los empleos y de los salarios, sobre todo para los más jóvenes, está siendo galopante, no es fácil imaginar que la masa salarial remonte en España su participación en el PIB a niveles previos a los de 2008.
Ambas tendencias (mayor producción con menor, y peor, empleo) no son una novedad, aunque sí lo es el que se estén acelerando con la llamada economía 4.0 y lo digital. Y las previsiones de futuro son, con pocas dudas, que esa será la estrategia competitiva de cada país en ausencia de una gobernanza de la globalización que se enfrente a los grandes conglomerados financieros y empresariales transnacionales.
Todo ello coincide, y está provocando, una laminación de los ingresos del sistema de Seguridad Social que gestiona las pensiones en España. Un sistema público y de reparto, conviene aclararlo, que nada tiene que ver con un sistema de capitalización. Pues en nuestro sistema con las cotizaciones sobre los salarios actuales (mensuales y del año en curso) se pagan las pensiones. En un pacto intergeneracional en el que ahora nosotros pagamos vuestras pensiones, porque en el futuro otros pagarán las nuestras.
Ese nosotros de cotizaciones sobre los salarios actuales, por un 25% de ellos y la mayor parte ingresada por cada empresa, es un sistema ajustado a una economía intensiva en empleo. Pero es un sistema que se corta la hierba bajo sus pies cuando el empleo y los salarios están en declive estructural.
Una insuficiencia estructural de ingresos (agudizada por la creciente carga de pagos a realizar cada año) que se palia con recortes en la cuantía de las pensiones y con el retraso de la edad de jubilación, mientras el mal de fondo prosigue. Es así paradójico que, al mismo tiempo que el PIB crece y alcanza cifras históricas, cada año la capacidad de financiar las pensiones sea menguante.
Cambio de modelo (I): El ejemplo de la energía y la educación
Para superar tal deriva se hace imprescindible que la masa salarial deje de ser la base sobre la que cotizan nuestras empresas, y que pase a serlo el conjunto del valor añadido generado por los trabajadores en su actividad productiva. Porque, ya en la actualidad, el hecho de que no sea así está generando graves asimetrías entre diferentes actividades productivas en la financiación de nuestra Seguridad Social. Gorrones y Costaleros.
Es así como, en el ejemplo que aquí se usará, una actividad intensiva en empleo como la enseñanza (costaleros) aporta, con el sistema actual de cotizaciones sobre la masa salarial, mucho más que una actividad como la de la energía (gorrones) menos intensiva en empleo y más intensiva en equipos y maquinaria. Aunque también podríamos comparar, con semejante resultado, las actividades de la sanidad con el conjunto de las manufacturas, ambos con más de un millón de empleos.
Con datos del INE de nuestra Contabilidad Nacional para 2016 sabemos que en el conjunto de la enseñanza de nuestro país se aportaron 10.499 millones de cotizaciones, mientras que el sector de la energía aportó 2.115. Cada uno cumplió con sus obligaciones legales de cotizar sobre su masa salarial… pero lo cierto es que mientras que el valor añadido del sector de la energía llegaba en España a un 57% del generado por la enseñanza, sus cotizaciones eran apenas el 20% de las de aquella. Menos de la mitad. Un gorrón frente a un costalero.
Es este un magnífico ejemplo de cómo el actual sistema penaliza (como costalero) justo a las actividades que, como la enseñanza, generan más empleo, haciendo que sus empresas aporten casi un 18% de su valor añadido al sistema de pensiones. Mientras que otras actividades, que generan menos empleo, son en términos relativos gorrones al no aportar mucho más del 6% de su valor añadido. La tercera parte.
Para dejar de penalizar a unas (justo las más proactivas en el empleo) y beneficiar a las otras (las que más empleo sustituyen) y, al mismo tiempo, frenar el declive de los ingresos del sistema de pensiones, se hace obligado pasar a cotizar sobre el conjunto del valor añadido de cada empresa y no solo sobre los salarios (para más detalles ver aquí).
Es muy importante precisar que no se está proponiendo financiar, por ejemplo con un recargo en el IVA, un complemento de recaudación fiscal a las actuales cotizaciones, porque hacerlo así supondría que los trabajadores, al gastar su masa salarial, serían de nuevo sus costaleros. Un remiendo regresivo.
Sin embargo, con el nuevo enfoque propuesto, las mejoras en productividad y en valor añadido (de nuestros trabajadores y de nuestras empresas) se traducirían en crecientes recursos para pagar año a año las pensiones. Siendo así que una economía más rica no tendría un sistema de pensiones agónico sino reforzado.
Cambio de modelo (II): Evolución en servicios financieros
Por si el argumento sectorial para el año 2016 no resultase suficientemente clarificador de la encrucijada de la que tenemos que sacar al actual sistema de ingresos de la Seguridad Social, me parece apropiado poner aquí otro ejemplo cronológico que lo visualice a lo largo del tiempo.
Observemos para ello las actividades del sector financiero que son, no solo muy importantes para el conjunto de nuestra economía, sino un sector en el que las mejoras de automatización con reducción del empleo humano directo son constantes.
Si visualizamos en una gráfica la evolución del porcentaje que suponen sus cotizaciones a la Seguridad Social en relación al valor añadido por el conjunto de estas empresas, observaremos con claridad cómo su creciente actividad y beneficios (con menos empleo) se traduce en una cuota de recursos decrecientes para financiar nuestro sistema de pensiones.
Fuente: elaboración propia con datos del INE-CNE
En los quince años que transcurren entre el año 1995 y el 2010 (a partir de ese año su reestructuración y crisis distorsionan la serie) habrían reducido en cinco puntos porcentuales de su valor añadido su aportación al sistema de pensiones. Como consecuencia de haber reducido en quince puntos porcentuales su masa salarial en relación al valor añadido total.
Un diáfano ejemplo cronológico de cómo no pocas actividades económicas, cada vez más productivas (pero con menos empleo), aportan menos recursos en relación al conjunto de la riqueza que generan. Pues en 2009 las actividades financieras –con un 10% de aportación– ya se encontraban más cerca del “modelo gorrón” de la energía (6%) que del “modelo costalero” de la enseñanza (18%).
Conclusión
Lo dicho: abandonemos progresivamente la masa salarial como base exclusiva del cálculo de cotización de nuestras empresas al sistema de pensiones de la Seguridad Social. No sigamos penalizando a sectores y empresas que mantienen más y mejor empleo. Y no permitamos que la creciente riqueza y valor producidos, en muchas de nuestras empresas y sectores, quede al margen del sistema de protección social de los trabajadores que lo hacen posible.
Pues si incorporamos el resto del valor añadido que no son salarios a la base de cotización (por ejemplo con un 10%) y reducimos el porcentaje de cotización de la masa salarial (del actual 26% al 17%) conseguiríamos no solo evitar que el sistema anote un déficit de recursos anual por más de veinte mil millones, sino hacerlo gracias a rebajar las cotizaciones de las actividades más intensivas en empleo (como las educativas y sanitarias) y a aumentar la aportación de las más automatizadas (como la energía o los servicios financieros).
Equilibrio del sistema de pensiones público y de reparto, sin penalizar el empleo y sin actividades gorronas.
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